La Rosa de Auschwitz (La Venganza de Schneider)

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(Imagen diseñada por mi en Canva)

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El Ejército Rojo llevó a cabo una de sus ofensivas más importantes a la que denominaron Operación Bagration, cuya misión consistía en destruir al ejército alemán, e ir liberando los territorios ocupados por los nazis.

En su avance por Polonia, los Rojos lograron destruir un total de diecisiete divisiones del grupo de Ejércitos del Centro, y más de cincuenta quedaron dañadas, obteniendo así un significativo triunfo sobre las fuerzas alemanas.

Tras la exitosa Operación Bagration, forzaron a Rumania y a Bulgaria no solo a rendirse, sino a declarar la guerra a Alemania, volviéndose prácticamente parte del bloque de aliados. Los nazis habían perdido ya Budapest y gran parte del territorio húngaro, por lo tanto la llanura polaca estuvo abierta y disponible para los soviéticos, permitiéndoles así efectuar ataques a voluntad sin encontrarse con barreras.

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Luego de haber tomado Varsovia, los Rojos continuaron el avance por el país sin mayores contratiempos, pues la guarnición alemana estaba bastante debilitada tras las derrotas anteriores. Su principal objetivo era llegar a la capital de Alemania para tomar control de ella y finiquitar el conflicto, aunque sabían que si el Führer no firmaba la capitulación, no tendrían más remedio que atacar, sin embargo en su avance por Polonia fueron descubriendo los campos de concentración y exterminio de los que les habían hablado, y fue tal el horror que encontraron tras los alambres de púas, que no tuvieron más opción que prestar su ayuda en cada lugar que encontraron...

Una parte del Ejército Rojo siguió avanzando hasta que el doce de enero de 1945, finalmente llegó al territorio alemán, y continuó la marcha a una velocidad de hasta cuarenta kilómetros al día. Pasó por Prusia Oriental, la alta y baja Silesia, y Pomeraria Oriental, hasta que se detuvo en el este de Berlín donde encontró una línea de defensa alemana junto al río Oder.

Dedrick obviamente había sido enterado de esto vía telefónica, y tenía dentro de sí una mezcla entre decepción y furia que no lo dejaba pensar con claridad.

¿Cómo era posible que los soviéticos estuviesen avanzando tan rápido? No podían ingresar a Berlín o de lo contrario... sería el fin del Reich. No quería rendirse y entregarle su patria a los sucios aliados, pero tal y como iban las cosas no le quedaba más remedio que huir, eso sí, llevándose a Hanna consigo. ¿A dónde iría?... Hungría ya no era una opción, a menos que tuviera que fingir ser un civil para pasar desapercibido, también podría ir a Checoslovaquia, o tratar de llegar a la costa para ir a Suecia...

En todo Auschwitz los prisioneros podían percibir la tensión en el ambiente y la preocupación de los guardianes, pero no comprendían nada. Además hubo muchas alteraciones que no pudieron pasar desapercibidas, como el hecho de que volaran algunas cámaras de gas o incendiaran barracas.

—¿Qué fue eso? —preguntó Benjamin a su padre al escuchar la fuerte detonación mientras ambos acomodaban un cuerpo sobre una pila de cadáveres.

Tenían el rostro parcialmente cubierto por un pañuelo mugriento para tratar de mitigar el hedor.

—Es una de las cámaras —dijo Noah mientras llegaba hasta ellos sin aliento tras la carrera que había dado desde su barracón—, los nazis se han vuelto locos y están volándolas con dinamita.

—¿Qué dices? ¿Y eso por qué? —preguntó Benjamin.

—No lo sé, solo nos desalojaron de ahí y nos pidieron que quemáramos los cuerpos al aire libre.

—¿Estos también?... —preguntó Benjamin señalando la pila de cadáveres con tristeza.

—Sí, quieren que todos nos dediquemos a esa labor, son unos malnacidos...

—¡Esperen un segundo! —dijo Joseph, analizando la situación con más detenimiento—. Tal vez están tratando de ocultar evidencia.

—¿De qué hablas? —preguntó Benjamin confundido.

—Todo está muy raro últimamente, ¿no lo creen? Miren, no hay Kapos que nos vigilen, al menos no en esta área, todos parecen muy ocupados con los guardianes que no salen de las oficinas.

—Eso es cierto —intervino Joel, el amigo de Benjamin y Joseph que también estaba con ellos en ese momento—, mi hermano ahora trabaja en casa de uno de esos guardias, y dice que el hombre no ha hecho otra cosa más que quemar documentos, además lo escuchó decir que los soviéticos ya están aquí, en Polonia.

—Lo imaginaba —dijo Joseph con un asentimiento y una sonrisa—. ¿Saben lo que eso significa?

—¿Seremos libres? —preguntó Noah esperanzado.

—Es lo más probable, hijo.

Pero una voz autoritaria a lo lejos los hizo entrar en la realidad actual. Uno de los guardianes nazis se acercaba a ellos gritando instrucciones.

—¿Qué están esperando, malditos cerdos? ¡Quemen a esos muertos de una vez, y luego vengan a ayudar a los demás con una zanja que deben cavar!

Noah se quedó con ellos para ayudarlos.

En otra parte del campo, Selma se divertía un poco, según ella, para tratar de liberar tensiones.

—¡Asegúrate de sostenerlas bien y que no se te caigan o te vuelo la cabeza! —gritó la muy malvada a uno de los prisioneros que había sido castigado por robar una hogaza de pan.

El hombre estaba parado en medio de dos compañeros más, sosteniendo en cada mano sendas rocas de tamaño considerable.

—¿Y ustedes? —preguntó a los otros prisioneros—. ¿Cómo fue que me llamaron cuando se referían a mí?...

Ellos guardaron silencio, estaban nerviosos, tratando de mantener el equilibrio a pesar del temblor a causa del miedo y el intenso frío.

—Déjenme refrescarles la memoria ¡Ah sí! La perra de Auschwitz o la Cancerbera, ¿no es así?

Frau, yo no...

—¡Sí, me llamaste así, sucio gitano! Pero ¿sabes una cosa? ¡Me gusta! Es mucho mejor que ese apodo cursi con el que identifican a la mujer del Kommandant: «La Rosa de Auschwitz» —dijo con un tono meloso y burlesco—, eso me enfermaría. ¿Con qué otros motes me conocen?... ¡Vamos, dilo tú, sucio gitano asqueroso! Y no mientas o te muelo con el fuete.

En ese momento llegó una de las subordinadas de la mujer.

Frau Oberaufseherin (señora supervisora) Imelda y Anke encontraron más documentos que querían que usted analizara primero antes de... ya sabe.

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—De acuerdo, Helga, muchas gracias —respondió Selma y luego se dirigió a los prisioneros que estaba torturando—. Ustedes tres, suelten eso y lárguense a trabajar.

Los hombres obedecieron de inmediato, aunque bastante desconcertados.

—Pero...

—Tenemos cosas mucho más importantes en las que ocuparnos ahora, Helga.

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La situación en el bloque diez de Mengele no era diferente a la del resto del campo, el hombre ya no se veía tan risueño como siempre y había suspendido sus experimentos en cuanto Dedrick le pasó el desalentador informe que había recibido desde Berlín. Desde ese momento, en compañía de los otros galenos subordinados a sus órdenes, comenzó a deshacerse de informes, fotografías y hasta muestras que conservaba, producto de sus investigaciones. Era mucho material y poco el tiempo que tenían para deshacerse de todo, sin embargo lo estaban intentando lo mejor que podían.

En el patio de otro de los pabellones del galeno nazi, yacían todavía sobre la nieve los cuerpos desnudos de dos prisioneros Checos, que habían servido para analizar el hecho de cuanto podía sobrevivir al frío extremo un ser humano. Todo con el propósito de ser utilizado en otro posible intento de invasión del Ejército alemán a Siberia, pero por razones obvias, el ejército del Reich ya no tenía posibilidades de invasión, así que desestimaron el proyecto cuando los hombres, todavía muy débiles para levantarse, aún se movían, tratando de pedir ayuda con la mirada.

En sus camas, Jared y Joshua trataban de reponerse de una fiebre que los había tenido en jaque desde algunos días atrás. Ellos no lo sabían, pero «el tío Mengele» había ordenado a su equipo infectarlos a ambos con tuberculosis, para probar los efectos de una vacuna que estaba desarrollando.

Jared se estaba recuperando más rápido que su hermano, pero aun así estaba muy débil.

—¿Dónde... está... la tía Hanna? —preguntó Joshua en medio de un ataque de tos mientras temblaba entre sus cobijas.

—¡Shh! Recuerda que no podemos... llamarla así —dijo su hermano en la cama junto a la suya—, no sé porqué no ha venido más.

—Creo que voy a morir, Jared...

—No digas eso... —respondió su hermanito con voz trémula.

—Me duele el pecho.

Jared se levantó con un poco de dificultad de su cama, se colocó una manta de lana sobre los hombros e intentó ir por ayuda, de todos modos en ese justo momento se encontró con una doctora judía en el umbral de la puerta. Por fortuna, la mujer era bastante amable a diferencia de sus colegas nazis, sin embargo tenía un aire de preocupación que le era difícil esconder a pesar de llevar una mascarilla de protección.

—¿Qué haces levantado, cariño? —preguntó ella al verlo.

—Es Joshua —respondió Jared después de toser—, se siente muy mal.

La mujer les tocó la frente a ambos niños, miró hacia atrás y luego sacó desde dentro de uno de los bolsillos de su uniforme, un par de jeringas y dos frasquitos.

—No, por favor... no queremos más pinchazos.

—Esto es un antibiótico —respondió la mujer en susurros, mirando hacia atrás a cada rato—, por favor no se resistan, es por su bien. No puedo administrarles más que esto, pero espero que les ayude en algo. Desafortunadamente el doctor Mengele está ordenando vaciar los anaqueles de la farmacia, parece que abandonará el campo y se llevará todo consigo.

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Hanna estaba desesperada en su habitación, Dedrick la había mantenido encerrada sin permitirle alimentos de ninguna clase por dos días, solo le permitía beber agua de una jarra que él mismo le había subido, no obstante él casi no iba a la casa, se mantenía ocupado en los asuntos concernientes a su nueva preocupación (la destrucción de pruebas) y sobre todo pendiente de un nuevo llamado desde Berlín.

Judith intentó llevarle comida a Hanna, a pesar de las advertencias de las otras mucamas, pero de todas maneras no había nada que pasase a través de la hendija debajo de la puerta, solo unos bollos que desmigajó para poder introducirlos por ahí.

—No intentes traer nada más, Judith y limpia bien el piso para que él no te descubra. No quiero que sepa que has intentado ayudarme... con esto bastará —dijo Hanna tomando las migajas del suelo para llevárselas a la boca. Estaba muy hambrienta pero sobre todo preocupada por las terribles explosiones que llegaban hasta la casa de vez en vez—. ¡Dios mío! ¿Qué rayos es eso?

—Las chicas dicen que los nazis intentan volar algunas cámaras de gas, pero no estoy segura—respondió Judith con voz trémula—. ¡Por Dios, Noah... los niños!...

—Y yo sin poder salir de aquí ¡Maldito Dedrcick! —gritó Hanna dando un puñetazo a la puerta.

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La mañana del diecisiete de enero, Dedrick recibió la llamada que estaba esperando desde Berlín, en ella obtuvo la orden definitiva de evacuar el campo, así que dejó salir a Hanna de la habitación para que fuese a la cocina a comer un poco, y posteriormente se dirigió a su oficina en el edificio del Kommandant para delegar las ordenes necesarias.

—Debemos detener todo esto de inmediato —dijo Schneider arrojando una carpeta con cartas y documentos a la chimenea.

—Ellos están por todas partes —dijo Bruno con nerviosismo—, intentan llegar a Berlín pero lo peor de todo es que ya se han adueñado de Varsovia, es decir, están a solo unas tres horas de aquí, en Oświęcim.

—Sin embargo hay que defender este lugar —dictaminó el Kommandant con voz segura.

—Pero señor... —dijo uno de sus esbirros.

—Dejaré aquí a una división para ello.

—Pero Dedrick, no hay suficiente... —intentó intervenir Carl, pero su amigo lo interrumpió dando un golpe con el puño en la superficie de su escritorio.

—Con lo que hay de artillería será suficiente para darles a entender a esos sucios comunistas que no se les entregará el campo así como así. Los que se queden pueden usar la cámara de gas que queda como refugio en caso de que haya ataque aéreo.

—Pero ¿qué hay de nosotros? —preguntó uno de los guardianes de Birkenau.

—Ustedes defenderán el campo hasta dar la vida si es necesario. Deben hacerlo por Alemania y ¡Por el Führer! —dijo Dedrick ejecutando el popular saludo nazi ante un retrato enmarcado que estaba colgado en una de las paredes.

—¡Por el Führer! —dijeron todos los demás, repitiendo el gesto.

—Yo debo partir, es necesario que viva para poder servir de apoyo en otros puntos. Nos llevaremos a tantos prisioneros como sea posible.

—¿Pero cómo lo haremos? —preguntó Carl dubitativo—, nos retrasarán en la marcha.

—Llevaremos a los que estén en las mejores condiciones, necesitaré hombres para custodiarlos... Quiero que cuando los soviéticos lleguen aquí no encuentren casi nada, solo cadáveres y prisioneros moribundos —explicó Schneider.

—Muchos se resistirán y nos van a retrasar —intervino Bruno impaciente—. Necesitaremos ir lo más rápido posible.

—Entonces los llenarán de agujeros y marcharán sobre sus cadáveres —respondió Schneider.

—¿A dónde iremos? —preguntó Mengele.

—Nos dividiremos: unos se dirigirán sesenta y tres kilómetros hacia el oeste, a Wodzisław Śląski y otros irán cincuenta y cinco kilómetros al noroeste hasta llegar a Gleiwitz —respondió Schneider.

—¡Eso es una locura, Dedrick! Debe haber al menos unos veinte grados bajo cero allá afuera.

—Será mucho mejor que caer en manos de los enemigos.

Dedrick zanjó el asunto y se perdió de vista junto a Mengele, para coordinar un último detalle antes de ir por Hanna para marcharse lo más rápido posible.

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El campo estaba sumido en algarabía total pues todos los guardianes, soldados y Kapos con los que contaban los tres campos: Auschwitz I, Birkenau y Monowitz comenzaron a organizar y evacuar a cincuenta y seis mil prisioneros.

Muchos estaban atónitos cuando se les ordenó dejar las labores y seguirlos, dirigiéndose hacia las afueras del campo bajo fuerte custodia e incluso perros.

Los soviéticos se acercan —anunció una voz por los parlantes—. Todos serán trasladados a otros campos más seguros. Éste será bombardeado muy pronto por los Rojos.

—¡Lo sabía! —dijo Joseph deteniendo su labor—. Los aliados vienen hacia acá.

—Tal vez sea mi oportunidad para encontrar a Judith y a los niños —dijo Noah con entusiasmo.

A pesar del hambre, Hanna solo accedió a comerse un bollo que Judith le ofreció, posteriormente una Kapo sacó a la judía de la casa para llevarla con las otras prisioneras a su cargo a pesar de las protestas de la joven alemana. Posteriormente, Hanna salió de la casa mientras oía la voz que se expandía por el campo a través de los parlantes...

Evacuación... Evacuación... Sigan las órdenes de los guardias.

Había gente, mucha gente caminando apresurada a su alrededor, pequeñas hogueras por doquier que unos muchachos intentaban en vano avivar para deshacerse de algunos cadáveres que yacían en pilas sobre carretas.

El frío era muy intenso y Hanna trató de enfundarse lo más que pudo en el delgado abrigo que tenía, y se puso sobre la cabeza un trozo de tela que halló en un cajón para tratar de resguardarla lo más posible, ya que no tenía la protección de su cabello.

En el camino se encontró con un soldado que la confundió con una de las prisioneras del campo, e incluso la tomó con violencia por el brazo.

—¿Qué haces aquí? ¿No escuchas que están evacuando el lugar? ¡Cielos! —exclamó al reparar que no llevaba el uniforme. La miró con detenimiento al rostro y la reconoció—. ¡Es la Rosa! Discúlpeme, Frau, pero debe ir con el...—dijo con nerviosismo.

—Déjeme, por favor —protestó Hanna tratando de liberarse, pero el hombre no cedía.

Un grupo de prisioneros que intentaba huir despavorido, acompañado de una ráfaga de metralla distrajo al gendarme, por lo tanto Hanna aprovechó la ocasión y salió corriendo en dirección opuesta, internándose todavía más en las zonas de las barracas...

La mujer entró en uno de los barracones donde tuvo que cubrirse la nariz y salir espantada por el hedor a muerte. Estaba confundida y desesperada con lo que sucedía a su alrededor. Si estaban desalojando el campo, no podría encontrar a Benjamin... ¿Cómo iba a hallarlo entre tanta gente? —pensó mientras miraba a cientos de prisioneros caminando a su alrededor, marchando en completo silencio.

Un Kapo pasó por su lado e iba a hablarle, pero al reconocer su rostro bajó la cabeza y continuó su camino.

No sabía si encontraría lo que buscaba, pero estaba segura de que no se dejaría atrapar por Schneider, se quedaría escondida en algún lugar hasta que llegaran los soviéticos —se dijo mentalmente mientras se tapaba los oídos para tratar de acallar los disparos de ametralladora y gritos que escuchaba a lo lejos.

Caminó un buen rato hasta llegar a una zona que no tenía demasiada gente, de hecho estaba bastante silenciosa e incluso tenía barracones en llamas que los mismos nazis habían intentado destruir. Por allí también había altavoces, y por lo tanto podía escuchar claramente las órdenes de evacuación con la voz autoritaria de uno de los oficiales, sin embargo no fue lo que decía lo que logró impresionarla, sino otra voz que escuchó justo después de que las bocinas quedaran en silencio...

—¿Noah? —preguntó Hanna impresionada al llegar al grupo de hombres donde reconoció la voz.

Los tres que estaba allí se dieron la vuelta y vieron a Hanna, aunque no pudieron reconocerla del todo debido a su nueva apariencia, entonces ella se quitó el pañuelo de la cabeza.

—Soy yo —dijo entre sollozos.

—¿Hanna? —preguntó Noah con una sonrisa y un tono esperanzado.

—¡Apúrense! —se escuchó la voz de alguien a lo lejos, probablemente un guardia o un Kapo.

—¿Qué? —dijo Benjamin, no podía creerlo—. ¿Eres tú?

La miró de arriba abajo para cerciorarse al tiempo que ella asentía con la cabeza. Estaba más delgada y su cabello había sido cortado al descuido como todo el mundo en el campo (aunque lo de ella parecía más reciente) Sin embargo no vestía el uniforme a rayas, sus ojos azules estaban puestos en él con insistencia, evidentemente reconociéndolo también. Un par de lágrimas surcaban sus mejillas.

La miró de arriba abajo para cerciorarse al tiempo que ella asentía con la cabeza. Estaba más delgada y su cabello había sido cortado al descuido como todo el mundo en el campo (aunque lo de ella parecía más reciente) Sin embargo no vestía el uniforme a rayas, sus ojos azules estaban puestos en él con insistencia, evidentemente reconociéndolo también. Un par de lágrimas surcaban sus mejillas.

—¡Dios mío! —exclamó Joseph entre incrédulo y feliz—. ¡Ella está aquí!

Hanna y Benjamin se unieron en un beso que habían estado anhelando desde hacía meses.

—Esto es impresionante —dijo Noah, rodeando a su padre con un brazo mientras disfrutaba del merecido reencuentro.

Después de cortar el beso, Hanna siguió sollozando sobre el hombro de Benjamin.

—Al fin te encontré, mi amor —dijo la muchacha aferrándolo con fuerza—. Te busqué todo el tiempo porque sabía que estabas en este mismo enorme lugar pero... nunca nos encontramos.

—Yo no imaginé que te habían enviado aquí —respondió Benjamin, también con los ojos anegados en lágrimas.

—Todo este tiempo estuve en la casa del Kommandant... Schneider me hizo trasladar desde Berlín. He sido una prisionera en su casa.

—¡Maldito! ¿Fue él quien hizo esto? —dijo Benjamin señalando su cabeza y los moretones de su rostro.

Ella asintió.

—Pero yo misma me corté el cabello, no me creí digna de...

—Ya no pienses en nada más, Hanna, lo que debemos hacer es ocultarnos hasta que lleguen los soviéticos —dijo Joseph tomando el control de la situación.

—¿Pero Judith, mamá y los niños? —dijo Noah—, probablemente se los lleven y no podemos permitirlo.

Hanna se sintió morir cuando pensó en Deborah, respiró profundo y estuvo a punto de decirle lo que había sucedido con ella, cuando escucharon el motor de un auto acercándose muy aprisa hasta estacionarse junto a ellos. Con tanta confusión alrededor y la voz de los parlantes que volvía a escucharse, no advirtieron el automóvil hasta que fue demasiado tarde, y para colmo el conductor no era otro más que Dedrick Schneider...

—Así que aquí estás, ¿no? —dijo bajándose del auto dando un portazo—. ¿Acaso creías que te sería demasiado fácil pasar desapercibida? ¿Pensaste que nadie me informaría que te habían visto?

—¡Aléjate de ella! —espetó Benjamin alzando el rostro con valentía mientras se ponía frente a Hanna, aunque ella trataba de salir al frente.

Al llegar a casa y no encontrarla allí, con el peso de la derrota encima y la presión de saber que la artillería soviética se acercaba, Dedrick estalló de furia. Había sido tan estúpido al dejarla salir de la habitación, al confiarse demasiado pensando que ella no intentaría alejarse de él. La creyó mansa y derrotada después de la paliza que le había dado en aquella ocasión (no había querido hacerlo y todavía sentía pena por ello, pero Hanna lo había sacado de sus casillas) Sin embargo ahora que la había encontrado junto a esos cerdos, amparada detrás de uno de ellos que insistía en defenderla, recordó el anillo que fue motivo de discordia, y no pudo soportarlo.

El comandante de Auschwitz además se fijó con asco en la estrella de David que estaba cosida en la pechera del uniforme a rayas del hombre que protegía a Hanna, y sacó sus propias deducciones...

—¡Eres tú quien tiene que alejarse de ella, maldita rata judía! —espetó golpeándolo en el rostro.

—¡Benjamin! —gritó Hanna tratando de ayudarlo.

Noah intentó salir también en su defensa, pero Joseph le puso una mano en el pecho, no quería que la situación se descontrolara, si ese tipo se enfurecía todavía más, no quería que terminara con la vida de sus hijos.

—¿Por qué te preocupas por él? —preguntó Dedrick con los ojos llameantes mientras desenfundaba el arma. Estaba tan colérico que la mano le temblaba incesantemente—. ¿Acaso es el infeliz que...? ¡No puedo creerlo!...

—¡No!... ¡No, Dedrick! —exclamó Hanna aterrada, a sabiendas de lo que él era capaz de hacer con su odio desmedido—. Te suplico que no le hagas daño. ¡No a ellos!... Por favor...

El pánico que sentía era tal que no advertía que con su angustia la delataba aún más.

—No te preocupes por mí, Hanna —dijo Benjamin sabiéndose descubierto—, no le temo a la muerte y mucho menos a este infeliz. Al fin te tengo al frente para...

—¿Para qué? —preguntó Schneider apuntándolo en la cabeza mientras alzaba las cejas, todavía temblado de furia—. Me temo que solo será para afrontar la muerte sabiendo que la dejarás a ella conmigo —espetó tomando a Hanna por la muñeca para jalarla hacia él.

—¡Nooo! ¡Suéltame! ¡Por favor, no lo hagas, Dedrick!

—¡Hanna! ¡Te am...! —gritó Benjamin.

Todo fue muy rápido, tanto que apenas advirtieron lo que sucedió, solo escucharon una detonación y vieron caer a Benjamin al suelo...

—¡Nooooooo! —gritó Hanna desesperada mientras Dedricik la conducía a la fuerza al auto—. ¿Por qué? ¡Déjame! ¡Te mataré también!

Lo último que Hanna pudo ver antes de que el golpe que recibió en el rostro por parte de Schneider la dejara atontada, fue a Noah y a Joseph abalanzándose llorando sobre Benjamin que sangraba por la cabeza.

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