La Rosa de Auschwitz (Auschwitz)

229161821-256-k164638.jpg

(Imagen diseñada por mi en Canva)

Imagen1.png

Dedrick Schneider ya estaba instalado en su nuevo hogar, una casa de dos pisos con techo de tejas, edificada en el medio del primer campo (Auschwitz I) junto a las alambradas electrificadas que formaban un pasillo de vigilancia por donde pasaban los prisioneros al ser conducidos a algún lugar.

Por dentro era bastante espaciosa y fresca en el verano pues contaba con múltiples ventanas, y para el invierno su respectiva calefacción. Tenía varias habitaciones y un despacho, pero la mejor de todas era la alcoba de Schneider que contaba con su propio baño con tina y calefacción.

Todos los criados que se encargaban del mantenimiento de la vivienda, eran prisioneros judíos que habían corrido con la «suerte» de servir en la casa del comandante del campo en lugar de ser enviados a los trabajos forzados, o directamente a Auschwitz-Birkenau.

En la cocina había dos mujeres para encargarse de sus alimentos (Dedrick solo había conocido a una de ellas, una mujer de mediana edad, la otra estaba buscando algunos ingredientes en la alacena al momento de su llegada). Para el aseo de la casa tenía otras tres criadas.

Schneider estaba fascinado con su nuevo hogar y en general con su espacio de trabajo, en efecto Auschwitz era un lugar monumental que se perdía en la distancia.

En el campo uno (que era el original, fundado en 1940) había demasiadas actividades pero principalmente la logística de todo el campo y las funciones administrativas, aunque también había cámaras de gas, hornos crematorios y paredón de fusilamiento, además de un bloque de castigo.

El campo estaba cercado por alambre de púas electrificado, y guardias debidamente armados en sus garitas de vigilancia, también se podía observar a algunos prisioneros escuálidos y pálidos, saliendo con dificultad desde sus barracas para dirigirse a los puestos de trabajo bajo la insensible conducción de sus carceleros: hombres y mujeres (generalmente criminales de poca monta) con un aspecto más saludable, que al igual que ellos vestían el uniforme a rayas sobre el cual tenían un triángulo verde como símbolo sobre su número de prisioneros.

—¿Son los Funktionshäftlinge? —preguntó Schneider.

Bruno Bähr, el comandante interino, asintió.

Los Funktionshäftlinge (Funsonselfligaa) a los que se refería Schneider no eran otros más que prisioneros con ciertos «privilegios» como barracones con menos personas para que no estuvieran hacinados, duchas de vez en cuando, alimentos más consistentes y en el caso de los hombres los llevaban con prostitutas de vez en cuando. Como consecuencia, estos prisioneros en ocasiones eran crueles, debido a que no estaban dispuestos a renunciar a esos privilegios obtenidos por nada del mundo, así que golpeaban a sus compañeros constantemente, los empujaban o denunciaban cuando descubrían alguna treta para intentar escapar o llevar a cabo algún boicot. Esta especie de guardias eran llamados «Kapo» entre los demás prisioneros. En otras ocasiones estas personas ocupaban cargos administrativos bajos, y en ese caso llevaban en el uniforme un brazalete con una estrella celeste bordada con la palabra «Oberkapo»

image.png

Fuente

También había guardias alemanes, en su mayoría soldados de la SS voluntarios, y asimismo mujeres para custodiar a las prisioneras.

Plano de Auschwitz I

image.png

Fuente

Bruno Bähr condujo a Dedrick y a Carl finalmente a uno de los lugares más anhelados por Schneider desde que Himmler le habló de él. Se trataba del famoso bloque diez, o pabellón de los médicos. Era un edificio de oscuros ladrillos como todos a su alrededor. En la puerta los recibió un sádico galeno vestido con el uniforme de la SS llamado Josef Mengele, a quien apodaban acertadamente «El ángel de la muerte»

image.png

Fuente

El galeno les dio un apretón de manos y una palmada en la espalda.

—He oído hablar de usted, bastante bien, debo añadir —dijo el hombre mientras lo invitaba a pasar—, aunque debo confesarle que si tan solo me hubiese guiado por las fotos del periódico, hubiese creído que Himmler estaba loco, parece apenas un muchacho.

—No te engañes, Mengele, Schneider tiene experiencia de sobra en el tema de los campos —comentó Bruno, dándole una palmada en el hombro al recién devenido comandante.

—¿Y el burdel? —preguntó Carl con ansiedad.

Los demás rieron con su comentario.

—¿Es lo único que te importa? —preguntó Schneider en tono admonitorio.

—Desde luego que no, solo tenía curiosidad por saber acerca de la diversión.

—No todo es diversión, Carl, vinimos especialmente a trabajar —aclaró Schneider.

—Bueno, de eso puedo decirles que en los otros campos de concentración, las prostitutas son enviadas desde el campo de mujeres de Ravensbrück donde son apresadas por ejercer la prostitución callejera, pero aquí en Auschwitz tenemos a disposición a nuestras propias prisioneras, encarceladas bajo el mismo cargo, o simplemente prisioneras polacas cuidadosamente seleccionadas, aunque también hay voluntarias que se venden por una mejor ración de comida. El lugar funciona en el bloque veintinueve —explicó Bruno con un encogimiento de hombros.

—Pero están a disposición solamente de prisioneros, en especial de los Kapos y Sonderkommandos —aclaró Mengele—. Con ello nos aseguramos de mantener a raya la posible homosexualidad de los prisioneros, y curar la de los que ya lo son y están arrestados bajo ese cargo (ellos deben visitar el bloque obligatoriamente una vez por semana como terapia para la enfermedad) En el caso de los kapos y Sonderkommandos obtenemos de ellos un mejor rendimiento a la hora de ejercer su trabajo como guardianes.

—¿Quiere decir que las mujeres están a disposición de los pútridos prisioneros y no de nosotros?—preguntó Carl con decepción.

—Si deseas una, nadie te dirá que no, Carl —aprobó Schneider—. Siempre y cuando cumplas primero con tu deber.

En el interior del pabellón diez observaron de todo. En una sección había mujeres embarazadas, en otra personas con los ojos vendados o simplemente sumidas en un letargo, y mujeres atadas a la cama que parecían estar dopadas...

—¡Quiero irme de aquí! —decía una joven desorientada, tratando de enfocar la mirada, intentando en vano liberarse, pero su debilidad se lo impedía, estaba moribunda—. ¡Suéltenme! ¡Quiero ir a casa!

—Es sujeto de prueba para el tratamiento de esterilización —explicó Mengele con una sonrisa mientras le colocaba una mano en la cabeza a la muchacha para acariciarla, posteriormente, cuando se dio cuenta de que su cabeza cayó a un lado inanimada, comprobó sus signos vitales palpando su cuello—. Buscamos un método sencillo que funcione con una sola inyección, pero lamentablemente hasta ahora no hemos tenido éxito. Es demasiado fuerte, el sistema inmunológico lo rechaza y termina eliminando al sujeto de prueba —concluyó negando con la cabeza antes de hacer una última declaración—. Fallamos de nuevo —dijo mientras tachaba una serie de números que estaban escritos en un papel junto a la cama.

Mengele llamó a un par de enfermeros que en ese momento se encargaba de otra persona.

—¡Hey! Esperen veinte minutos para declarar la muerte cerebral y prepárenla para la autopsia —ordenó.

En la sección de niños estaban algunos bebés jugando dentro de sus cunas, también había otros más grandes (algunos tenían partes de su cuerpo vendadas y a otros les faltaba algún miembro)

Los que se veían sanos rodearon al galeno en cuanto lo vieron entrar, saludándolo con expresiones de alegría.

—¡Es el tío Mengele! —decían con euforia.

—¿Qué significa esto? —preguntó Schneider con estupefacción, al notar que el galeno se puso a repartir caramelos entre los chiquillos que llevaban una estrella de David amarilla cosida en la pechera de la ropa—. ¿Cómo osa premiar a esas pequeñas sabandijas? —preguntó luego mientras se tapaba la nariz con un pañuelo, mirando a los niños con repulsión.

El médico rió al ver su expresión.

—Es un método infalible para ganar su confianza, de esta forma me ahorro el trabajo de usar la fuerza —respondió con simplicidad, como si nada.

—¡Largo de aquí! —espetó Carl con desprecio cuando uno de los niños lo rozó en su intento de llegar a Mengele para obtener un caramelo.

A schneider le llamó poderosamente la atención el hecho de que estos niños en su mayoría eran hermanos gemelos idénticos, y así se lo hizo saber al médico.

—Son bastante útiles —explicó éste mientras tomaba una carpeta que estaba sobre un estante para dársela a Schneider—. Estoy especialmente interesado en hallar el método más indicado para mejorar la tasa de reproducción de nuestra raza, y obtener así más embarazos múltiples. Todos mis estudios están ahí —dijo mientras Dedrick hojeaba la carpeta.

—Comprendo —respondió Dedrick con un gesto afirmativo, devolviendo la carpeta sin ahondar demasiado en el contenido. Lo que hiciera Mengele con los prisioneros, en especial los judíos, lo tenía sin cuidado.

En otra sección más apartada encontraron toda clases de objetos metálicos, utilizados en las disecciones que Mengele llevaba a cabo con sus compañeros, asimismo había frascos de vidrio con órganos dentro, o fetos que posteriormente eran enviados a algunas universidades para continuar con su estudio.

—También estamos haciendo pruebas para intentar cambiar el color del iris —dijo el galeno mientras les mostraba un frasco con un líquido en el cual flotaban dos globos oculares con el iris marrón un tanto descolorido.

—Y éste es el resto del equipo —dijo Bruno señalando a un grupo de médicos.

Unos estaban detrás de escritorios, concentrados en papeles y otros analizaban fotografías, pero al ver entrar al nuevo comandante lo saludaron con la debida solemnidad. Dedrick asintió con la cabeza y una sonrisa escueta de satisfacción (le encantaba el respeto que imponía su presencia y su nuevo cargo)

—Es un placer conocerlo, señor. Mi nombre es Christoph Schäfer, fui profesor de anatomía en la universidad de Greifwald. Mi padre sirvió como médico en la primera guerra —saludó uno de ellos mientras le daba la mano al nuevo comandante del campo—. Pedí ser trasladado aquí porque me interesa el trabajo científico que lleva a cabo el doctor Mengele.

—Yo soy Otto Richter: Ginecólogo, obstetra además de genetista. Vine aquí con el mismo fin —se presentó otro.

—Soy Vincens Weber, genetista y neurólogo. Me incorporé al equipo hace un par de días por recomendación del doctor Mengele a quién conocí en la universidad. No quería ni podía negarme a servir de alguna forma a nuestro noble Reich. Nuestro principal objetivo es hacer una depuración genética.

—Por órdenes exclusivas de nuestro excelso Führer —intervino Bruno señalando un retrato de Hitler que estaba colgando en una de las paredes—. Ellos tres: Schäfer, Richter y Weber son los encargados de hacer las selecciones correspondientes cada vez que llega un lote a Auschwitz, sin embargo a menudo Mengele se incorpora a esa labor, aunque no es su trabajo.

El aludido respondió con un encogimiento de hombros y una sonrisa.

—Lo hago con fines académicos, necesito hallar sujetos de prueba.

Al salir de ahí visitaron el bloque once, que era destinado para los castigos a los prisioneros. Constaba de varias celdas donde los «infractores» eran encerrados por días, aislados de los demás (aunque a veces más que un castigo era un premio, pues al menos descansaban del hacinamiento por unos días) en otras ocasiones se les dejaba morir de hambre, o eran colgados hasta la muerte (todo dependía de la infracción).

Posteriormente, por petición de Dedrick, él, Carl, el doctor Joseph Mengele y Bruno Bähr, abordaron un camión de la SS y viajaron tres kilómetros hasta la segunda parte del campo: Auschwitz-Birkenau, que tenía un aspecto mucho más lúgubre y la vigilancia era redoblada.

Este campo estaba especialmente diseñado para el exterminio masivo de prisioneros, en su gran mayoría judíos. Contaba con cuatro cámaras de gas.

Planos de Auschwitz II

image.png

Fuente

Dedrick decidió visitar directamente las cámaras de gas, donde observó a un grupo de prisioneros que llevaban carretas repletas de cadáveres escuálidos y desnudos. Se trataba de los llamados «Sonderkommandos» cuya función consistía en encargarse de los cuerpos de las víctimas de las cámaras de gas. Debían revisar exhaustivamente el interior de sus bocas en búsqueda de algún objeto de valor escondido, o dientes de oro, los cuales debían extraer con cuidado para no arruinarlos, y posteriormente debían enviar los cuerpos al crematorio donde eran arrojados a hornos para convertirlos en ceniza, la cual, en algunas ocasiones también era usada como fertilizante, asegurándose así de aprovechar al máximo de su capacidad a los pobres desdichados.

Estos hombres, en su mayoría judíos, conocidos como Sonderkommandos generalmente actuaban bajo amenaza de muerte, aunque al igual que a los kapos se les daban privilegios, no obstante y lo que ellos no sabían, era que cada cuatro meses eran reemplazados por otros y fusilados sin vacilación.

El grupo observó las cuatro cámaras de gas donde Dedrick y Carl pudieron sostener en sus manos y contemplar con sádica satisfacción las latas de Zyklon B, el pesticida a base de cianuro que usaban para asesinar de forma masiva a los prisioneros que consideraban menos valiosos.

image.png

Fuente

—Mucho más efectivo que el monóxido de carbono de Treblinka —analizó Dedrick sopesando la lata mientras estaba allí, en el techo de una de las cámaras de gas.

—Efectivamente, lo garantizo como responsable de su administración —intervino Mengele—. Es un poderoso pesticida elaborado a base de cianuro de hidrógeno. Contiene un estabilizador y un aditivo irritante y odorante. Las latas están tapadas herméticamente y el producto del interior luce como pequeños cristales o bolitas, pero una vez que las latas son abiertas, cuando el producto entra en contacto con el agua y la humedad atmosférica de las cámaras, se libera todo el cianuro de hidrógeno en forma de gas —comentó mostrándole el hueco por donde era arrojado el producto.

—Me gusta que también conserve el concepto de «duchas» —aprobó Dedrick.

—Desde luego, así se evitan tumultos causados por el pánico. Son demasiados prisioneros —dijo Bruno.

—Aunque muchos saben lo que les espera —comentó Carl riendo—. Los malditos chillan como cerdos en el matadero cuando les toca el turno. Así era en Treblinka, solo que el proceso allá era mucho más lento.

—Y por lo tanto tedioso —añadió Schneider.

Finalmente siguieron el camino hasta llegar a Auschwitz III o Monowitz, el campo de trabajo para la IG Farben.

Dedrick también fue presentado allí frente a los prisioneros y encargados del campo como el nuevo comandante del lugar, y además el hombre tuvo la oportunidad de ver el proceso de fabricación del caucho.

Planos de Auschwitz III Monowitz

image.png

Fuente

Muchos prisioneros caían exhaustos antes de levantarse con las pocas fuerzas que les quedaba, al escuchar los gritos enardecidos de sus Kapos o guardias alemanes, y la sensación de ardor cuando las fustas impactaban contra sus espaldas. Afuera de la planta el sol era tan implacable como los guardias y Kapos que no hacían más que gritar instrucciones y repartir golpes, pero en el interior la temperatura también era demasiado alta debido a las maquinarias encendidas, al exceso de trabajo y a los hornos donde se cocía el material. Los prisioneros se deshidrataban fácilmente al privarlos de beber agua.

Uno de ellos (recién llegado al campo) que se encontraba en uno de los bloques donde no había pozo de agua cerca, quitándose el gorro en señal de respeto se atrevió a acercarse con timidez a Dedrick, Carl y Bruno.

—Le doy la bienvenida a todos, en especial a usted, Herr kommandant. Solo quería saber si hay alguna posibilidad de que nos proporcionen agua... El calor es inclemente y no hemos bebido un sorbo de agua desde esta mañana.

—Se les suministrará como siempre al final de la jornada cuando regresen a los barracones —afirmó Bruno.

Dedrick deslizó su fría mirada llena de desdén sobre el hombre que le hablaba, deteniéndose en la pechera de su uniforme a rayas, donde se encontraba una estrella amarilla de seis puntas, sucia de carbón. Schneider sonrió con sorna antes de sacar su cantimplora y agitarla con la mano para hacer sonar el contenido.

—Así que mis guardias no han tenido la decencia de suministrarles agua a sus majestades antes de tiempo, ¿eh? —se burló antes de darle un sorbo al contenido de la cantimplora.

Lo hizo de forma tan descuidada que un buen chorro de agua se deslizó por su barbilla y le mojó el uniforme. Sus compañeros le rieron la gracia.

El prisionero intentó no mirarlo, pero sus pupilas se clavaron en la cantimplora, observándola con deseo.

—Déjame ver qué puedo hacer por ustedes —dijo el comandante sorprendiendo a los demás, aunque el resto de sus palabras los hizo entender qué pretendía—. Ahora mis colegas y yo tenemos algunos asuntos que revisar en la fábrica, pero tal vez cuando regrese, si has sido bueno te daré un premio. Mientras tanto sostenme esto por favor, me estorba un poco —concluyó dándole al prisionero la cantimplora llena de agua.

Dedrick y los demás se fueron a dar un recorrido por las instalaciones de la fábrica mientras el hombre, sediento, trataba de no mirar el objeto que tenía en las manos, a sabiendas de que probablemente estaba siendo probado, pero hacía tanto calor ese verano, tanto que no podía soportarlo...

Agitó un poco la cantimplora en busca de ese sonido característico del líquido en el interior, pensando que lo calmaría, pero eso solo exacerbó su deseo, así que comenzó a temblar... Miró a su alrededor y comprobó que todos los prisioneros seguían con sus labores, y los Kapos estaban atentos a ellos... tampoco había rastros del nuevo comandante ni de sus compañeros... quizá nadie se daría cuenta si solo le daba un sorbo a esa cantimplora... solo un sobo.

La llevó a sus labios y al sentir que el vital y refrescante líquido tocaba su lengua y posteriormente se deslizaba por su reseca garganta, nada le importó y siguió bebiendo como si no hubiese un mañana, tal vez se olvidarían que él estaba ahí y de su tortuosa misión como celador de algo tan simple y al mismo tiempo tan necesario. No obstante una vez que terminó de beber y se dio cuenta de lo que había hecho, se llenó de terror... ¿Por qué lo hizo? ¿En qué diantres estaba pensando?... Tenía que hacer algo... tenía que pensar rápido pero...

Pasó una media hora, luego una hora, pero cuando comenzaba a tranquilizarse pensando que el hombre no regresaría por su cantimplora...

—¿Qué haces aquí en lugar de estar trabajando? —dijo la ronca voz de un Kapo, haciéndolo sobresaltar.

—El nuevo comandante me encomendó quedarme aquí a esperarlo —respondió el hombre con nerviosismo.

—¿Y bien? Ya estamos de vuelta —dijo Schneider con un tono de voz aparentemente amistoso, pero con su presencia imponente.

El prisionero volvió a estremecerse ante la llegada del hombre y sus compañeros. Dedrick le hizo una seña despectiva al Kapo para que se retirara, y entonces extendió la mano hacia el prisionero para recuperar su cantimplora.

El prisionero, resignado, se la entregó con mano temblorosa.

—Muchas gracias —respondió Schneider, aunque esbozó una mueca de falsa sorpresa—. ¡Qué curioso! Juraría que te la había entregado llena.

—De hecho lo estaba, Dedrick —dijo Carl, sonriendo con sádica maldad, atento a lo que se venía, esperando con ansias...

—De hecho estaba tan llena que al beber mojó su uniforme —añadió Bruno Bähr sin poder evitar reír (ya había sido advertido de la frialdad de su nuevo jefe)

—Tienen razón, ya lo recuerdo, así que me parece que nuestro amigo me debe una explicación.

El prisionero se quitó de nuevo el gorro a rayas, mostrando su cabeza rapada y comenzó a retorcerlo con nerviosismo... ¡No quería morir! Solo tenía veinte años, afortunadamente sus padres y sus dos hermanos aún estaban vivos y no quería causarles tamaño dolor con su muerte, así que pensó rápido en una excusa que sonara convincente.

—Verá Herr... un obrero me tropezó y... yo caí al suelo, entonces se derramó el contenido. Usted conservaba la tapa así que no pude...

Dedrick miró a los demás con una sonrisa mientras sacaba su pistola Parabellum del cinto.

—¡No! Señor, escúcheme, yo... de verdad caí y....

—Sabes que no derramaste el contenido de esa cantimplora, ¿verdad? —dijo Dedrick con tono susurrante, ya sin sonreír, observando al prisionero con su mirada de témpano de hielo.

—De acuerdo, la bebí —confesó el prisionero en un intento por salvar su vida por medio de la verdad, tal vez solo querían que confesara—. Lo lamento mucho, Herr kommandant, pero puedo remediarlo, si me indican donde conseguir más agua puedo reponerla.

—¿Y piensas que yo volveré a beber del mismo lugar donde un cerdo puso su hocico? —preguntó Schneider arrojando la cantimplora al suelo—. ¡Pagarás por tu osadía!

—¡Noo! —gritó el hombre intentando huir en vano, pero Schneider disparó varias veces atravesándole la espalda, derribándolo en el momento.

El pobre prisionero solo pudo ver un par de botas que se acercaba mientras pensaba en sus padres y sus hermanos. Al menos para él la pesadilla había terminado.

Ése fue su último pensamiento antes de que una bala de gracia se impactara en su cráneo.

—Ahí tienes el premio que te prometí, ahora ya no tendrás más sed —dijo Dedrick con tono de burla mientras Bruno y Carl se desternillaban de risa—. ¡Llévense esto de aquí! —ordenó a los Kapos que inmediatamente se llevaron el cuerpo.

Gracias por leer mi novela.jpg

(Imagen diseñada por mi en Canva)

Image designed by me in Canva

Capítulos anteriores/ Previous chapters
Cap 1
Fuente
Cap 2
Fuente
Cap 3
Fuente
Cap 4
Fuente
Cap 5
Fuente
Cap 6
Fuente
Cap 7
Fuente
Cap 8
Fuente
Cap 9
Fuente
Cap 10
Fuente
Cap 11
Fuente
Cap 12
Fuente
H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now