La Rosa de Auschwitz (Una visita Desagradable)

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(Imagen diseñada por mi en Canva)

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Nunca en la vida, Dedrick había sido tan feliz, tener a Hanna consigo, tomada de la mano era una sensación inexplicable que solo podía ser superada por lo que sucedió a continuación. Ella acercó el rostro lentamente hasta rozar su nariz y posteriormente besar sus labios...

Eran los labios más suaves que él hubiese besado jamás.

Entonces Dedrick aferró su cintura como si de ello dependiera su vida, y se entregó a la divina sensación que le traía ser besado por ella.

Te amo tanto, Dedrick, casi no pude dormir mientras estabas lejos, no dejé de pensar en ti un solo segundo —dijo Hanna con esa voz tan dulce que la caracterizaba.

Ya estoy de vuelta, mi amor, aunque la semana que viene debo regresar a Polonia —respondió él después de besarla una vez más.

¡Dios! Sus labios eran adictivos.

¡No! Por favor, no vayas, tengo miedo de lo que pueda sucederte —suplicó Hanna arrojándose a sus brazos, temblando entera.

Él aferró su cuerpo frágil con delicadeza para contenerla en un abrazo que le transmitiera fuerzas.

Es mi deber, cariño, ahora soy un SS Hauptsturmführer, soy un líder de unidad de asalto, debo luchar por mi país y por ti, pero te prometo que me cuidaré.

— Te extraño tanto.

—Te amo, Hanna, te amo desde la primera vez que te vi —respondió Dedrick antes de besarla una vez más.

Era un beso tierno y suave como ella misma porque Hanna Müller despertaba en él sentimientos que nunca antes había conocido, ella era una mujer perfecta en todos los sentidos, como no existía otra sobre la faz de la tierra, excepto tal vez su madre.

Su risa era perfecta, su piel, sus cabellos blondos, sus ojos azules y esa voz de ángel. No podía creer que fuese toda suya, finalmente su esposa. ¡Ella lo amaba! ¡Lo extrañaba! ¡No podía vivir sin él como él tampoco podía vivir sin ella!

—Vuelve a casa pronto, cariño.

Esa sensación de bienestar perduró en el militar incluso después de despertar y abrir los ojos. Todo había sido un sueño, aunque maravilloso y por demás bastante realista.

Dedrick se sentó en el catre, mirando el interior de la tienda de campaña mientras se acariciaba los labios con una sonrisa y una firme decisión: debía hacer realidad ese sueño, tenía que conseguir casarse con Hanna Müller. Ella era la mujer perfecta para él y estaba seguro de que sería la esposa ideal. Se veía a sí mismo llegando a las reuniones sociales (a esas donde solo eran invitados los altos mandos del Reich) muy orgulloso, llevando del brazo a la hermosa rubia, en ese caso no solo sería el hombre más envidiado, sino también el más feliz.

Ahora tenía dos metas: una era llegar a hacerse muy poderoso escalando posiciones, aunque era algo que iba logrando rápidamente debido a sus habilidades, de modo que ya había alcanzado un cargo oficial, obteniendo el rango de SS Hauptsturmführer, con cien hombres bajo su mando, dirigiéndolos de forma muy diligente según el criterio de sus superiores, pero quería seguir subiendo de cargo hasta alcanzar tal vez el que ostentaba Joseph Goebbels, o el propio Heinrich Himler para poder vengar la muerte de su hermano a voluntad. Estaba seguro de que, estando cerca del Führer podría lograr persuadirlo de acabar con todas esas ratas judías súbitamente ¿Para qué acumularlos en esos campos y guetos? Lo mejor sería destruirlos de una vez por todas, aunque no podía negar que había pasado buenos ratos mientras estuvo en Sachsenhausen, y de la misma manera se divirtió en Varsovia y en Chelmno, porque ver sufrir a los judíos le traía mucha satisfacción.

Su otra meta era tener a Hanna, solo le faltaban ella y todo el poder que pudiera conseguir para ser alguien tan grande como lo era el propio Führer. No podía confesarlo pero constantemente fantaseaba con ser él, con estar en su lugar. Al líder máximo del nacionalsocialismo se le veía constantemente acompañado de la hermosa Eva Braun, y su belleza no hacía más que enaltecerlo, asimismo Hanna lo elevaría, pues era la única mujer digna de él.

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En la casa de los Müller había mucha actividad pues todos se dedicaban a llevar cosas al sótano y a veces se tropezaban unos con otros en el camino hacia la escalera. Jared y Joshua como siempre estaban sumergidos en su mundo inocente, entretenidos con sus juguetes y totalmente ajenos a la razón que los obligaba a confinarse dentro de un sótano.

Afortunadamente era una habitación enorme que además contaba con su propio baño, pues cuando compraron la casa, los Müller pensaban usarla como una oficina donde Franz pudiera trabajar como contador, hasta que más tarde Angelika lo convenció de ejercer como Chef y fundar su propio restaurante. Ella no deseaba que su esposo tuviera una oficina contable dentro de casa, laborando para otras empresas por largas jornadas, además, sabía que la verdadera vocación de Franz siempre estuvo en la cocina, así que si iba a desempeñar su profesión de contador, lo más apropiado sería que lo hiciese dentro de su propio negocio.

De esta manera los Eisenberg contarían con un espacio amplio con su propio baño y una pequeña ventana en forma rectangular que daba al exterior, aunque por sugerencias de Noah esta ventana fue tapiada con algunas tablas, así que ya no podrían contar con luz natural.

Hanna no estaba de acuerdo en confinar allí a la familia de su prometido, y constantemente lamentaba el hecho de que su padre hubiese aceptado invitar al capitán a cenar. Él se defendía alegando que era algo inevitable, que cuando algún oficial de la SS se le metía una idea en la cabeza no había forma de persuadirlo.

Esta última premisa dejó pensativo a Benjamin.

Después de sacar adornos navideños y otros trastes que habían sido almacenados en el sótano, se dispusieron a trasladar camas, colchones, sábanas, toallas y lámparas.

—Pero no tienen porqué vivir ahí —dijo Hanna señalando la escalera que descendía hacia el sótano—, solo deberían permanecer escondidos mientras dure la cena y posteriormente podrán subir y seguir como siempre, ¿no?

—Hanna —dijo su padre tomándola por los hombros para mirarla a los ojos—, no creas que Schneider vendrá solo por probar mi comida (eso lo hace cada vez que viene a Berlín) vendrá por dos razones fundamentales: una para asegurarse de que somos los patriotas que parecemos, que no hay aquí nada qué ocultar, así que por más que asegure que no permitirá una inspección, de seguro la hará él mismo, aunque de forma subliminal, por lo tanto no puede haber evidencias de que tuvimos huéspedes. La otra razón, eres tú, hija —añadió luego con un tono más bajo al ver que Deborah y Judith subían por las escaleras para ir en busca de un par de cajas con sus pertenencias.

—¿Qué dices, papá?

—Hanna, ya no puedes seguir negando que le interesas a ese hombre. Todos esos regalos que te hace, los que te trae o envía, no son porque simplemente le agradas... se siente muy atraído por ti y eso nos preocupa mucho a tu madre y a mí.

—Entonces yo también deberé ocultarme, papá. Permaneceré allí abajo con los Eisenberg y luego mamá y tú le dirán que yo tuve que salir urgentemente.

—Hanna, no es tan sencillo. Decirle que no estás podría ser tomado como un desaire y no podemos darnos el lujo de ofender a uno de los oficiales del Reich.

—Entonces díganle que estoy indispuesta, pero no quiero verlo, papá ¡No lo soporto! La primera vez que lo vi estaba maltratando a un par de judíos... es un ser repugnante.

—Yo lo sé, hija, yo más que nadie lo sé ya que he escuchado las cosas que dicen de él, pero ese tipo de gente es muy arrogante e intransigente, así que no ganas nada con intentar oponerte y ya, sino que debes usar estrategias y movimientos inteligentes, ¿recuerdas? como el cambio de decoración que le dimos a Ragweed. ¡Por cierto! Me parece que debemos hacer lo mismo por aquí —añadió.

—¡Dios! Llenar nuestra casa con propaganda nazi —susurró Hanna con repugnancia—, creo que tienes razón, pero no me gustaría ofender a los Eisenberg.

—A mí me interesa más su seguridad que herir o no las susceptibilidades. Ya sabes, en cuanto más agrademos a los nazis, menos llamaremos su atención.

—Pero ¿y qué hay si a Schneider le da por revisar nuestro sótano? —añadió Hanna con nerviosismo mientras Judith y Deborah regresaban.

—No lo hará y ya verás porqué.

—¿Por qué?

—Ya lo verás.

Todo el día estuvieron aseando y reparando instalaciones eléctricas para el mayor confort de la familia. Hanna volvió a proponer que una vez terminada la cena, los Eisenberg regresaran a las habitaciones que tenían asignadas, pero el propio Joseph y Noah negaron la oferta, aduciendo que en el sótano se sentirían más seguros, ya que, a raíz de las deportaciones e inspecciones quizá los vecinos se encontrarían más alertas a propósito del aviso de que quién supiera de la permanencia de judíos en algún lugar, debía inmediatamente delatarlos, o de lo contrario podría ser acusado del cargo de traición a la patria.

—Además, tal y como están las cosas pudiéramos hasta recibir visitas desagradables en mitad de la noche —dijo Noah mientras almorzaban—, en ese caso no nos encontrarían en las habitaciones.

Los Müller y los Eisenberg se sintieron asqueados cuando el domingo al mediodía contemplaron el nuevo aspecto del vestíbulo.

Había una fotografía enmarcada del Führer colgando de una de las paredes, y estaba flanqueada por estandartes escarlatas con una esvástica a cada lado del mismo.

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—¡Es un asco! —dijo Judith mirando el retrato con odio.

—¿Quién es ese señor, mamá? —preguntó Jared.

—Es un ser malvado, un monstruo que...

—Noah, no asustes a los niños, ¿quieres? —lo reprendió Benjamin.

—Debemos asegurarnos de que no quede por ahí nada comprometedor —comentó Joseph, tomando una cadenita de oro con una estrella de David que había quedado sobre un mueble detrás de la mesa del comedor.

—¡Cielos! ¡Eso es mío! ¡Lo siento tanto! —dijo Deborah recuperando la cadena con expresión avergonzada.

—No te preocupes, solo debemos ser más cuidadosos, mamá —respondió Benjamin.

Hanna, que estaba junto a Deborah se sintió atraída por la pieza por su belleza, pero sobre todo por el dije.

—¡La maguen David! Es hermosa, pero me gustaría saber por qué ustedes la usan como símbolo —comentó—. ¿Qué representa?

—¿Te gusta? —preguntó Deborah sonriendo.

—Sí, y desde luego muchos más que esas asquerosas esvásticas.

—La estrella de David o hexagrama, estos dos triángulos entrelazados simbolizan la relación entre Dios y la humanidad —respondió Deborah—, por eso la usamos con orgullo y no nos avergonzamos de ella.

—Lo que molesta no es que pretendan utilizarla para identificarnos —intervino Benjamin—, sino que lo hagan para humillarnos y maltratarnos.

—No dejo de tener miedo por lo que pueda suceder esta noche —confesó Hanna después de suspirar.

—A decir verdad yo también —la secundó Judith.

—No, no tienen por qué preocuparse —intervino Franz levantándose de la mesa con aire alegre mientras señalaba las escaleras del sótano que se veían a través del marco que dejaba la puerta abierta de par en par.

—Exacto —añadió Benjamin levantándose también para acompañar a su futuro suegro—. ¡Fue idea del señor Müller!

—¿Qué cosa? —inquirió Hanna con curiosidad—. Ustedes estuvieron muy misteriosos con ese asunto de la puerta esta mañana.

—Sí, ¿qué sucede con ella? —preguntó Judith—. Noah tampoco quiere soltar prenda.

—Hasta la mantuvieron cubierta y no nos dejaban pasar por acá —dijo Deborah encogiéndose de hombros.

—Con esto debería ser suficiente para persuadir a cualquier curioso —dijo Benjamin con orgullo cerrando la «puerta» que en realidad se trataba de un estante provisto de goznes y por lo tanto podía abrirse y cerrarse.

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—¡Cielos! —exclamó Angelika maravillada mientras juntaba las manos—. Entonces fue para esto que trajeron el estante desde la sala.

—¡Es una idea maravillosa, papá! —dijo Hanna besándolo en la frente.

—Nadie podrá intuir que estaremos detrás de esa puerta —añadió Noah—, pero será necesario permanecer callados, muy callados hoy por la noche, y para eso necesito su colaboración, niños.

—¿Estaremos escondidos? —preguntó Joshua con curiosidad.

Todos se miraron a las caras pero Noah decidió responderle la pregunta.

—Así es, hijo. Verás, allá afuera hay gente muy mala que quiere hacernos daño, pero detrás de esa puerta estaremos seguros, ¿entiendes? Por eso esta noche debemos estar muy calladitos y si es posible dormidos.

—¿Por qué? —preguntó Jared con nerviosismo—. ¿Esa gente mala estará cerca esta noche?

—Sí, estará muy muy cerca, mi cielo —respondió la madre con precaución—, pero si somos todos obedientes y permanecemos calladitos como dijo tu padre, nada nos ocurrirá.

—No quiero que nos hagan daño, mamá —lloriqueó Joshua.

Todos se miraron de nuevo, lo último que querían era despertar el pánico en los pequeños.

—Van a estar bien, cielo —dijo Hanna agachándose para quedar a la altura de ambos gemelos—. No sucederá nada malo, solo deben obedecer a sus padres y permanecer calladitos, además, voy a darles papel y lápices de colores para que hagan muchos dibujos preciosos, ¿qué les parece? Pero deben firmarlos ya que ahora saben escribir sus nombres.

No obstante, una hora antes de la llegada de Schneider a casa de los Müller, Algelika bajó al sótano con la cena y un termo con infusión de valeriana que Judith le daría a sus hijos para intentar relajarlos, aunque la propia Deborah afirmó que ella también bebería una taza de la pócima, pues no creía poder soportar la angustia de saber que un oficial de la SS estaría tan cerca de ellos.

Benjamin también estaba inquieto, muy inquieto en realidad, pero en su caso tenía una preocupación más, debido a que el hombre que visitaría la casa estaba interesado en su prometida, sabía además que ese hombre la ponía nerviosa y que era un soberbio canalla como todos los nazis, el militar no perdía oportunidad de intentar halagar a Hanna con regalos o frases galantes, y eso lo sacaba de quicio, incluso, a veces le pedía perdón a Dios cuando se sorprendía a sí mismo fantaseando con que el hombre en cuestión terminara muriendo en combate.

—Estás tan hermosa —dijo Benjamin parado en el umbral del sótano antes de bajar, admirando el precioso vestido que lucía su prometida, no obstante su semblante era de preocupación, incluso suspiró con pesadez.

—Ben, no quiero recibirlo y lo sabes, también sufro al saber que tendrás que confinarte ahí adentro, pero no podría soportar que te llevaran lejos de mí —respondió Hanna para tranquilizarlo mientras le acariciaba la mejilla—. Solo es una tonta cena, le agrada mucho la comida de papá, así que solo cenará y después se marchar...

—No solo le agrada la comida de Herr Müller, sino su hija.

—Ben, mi intención al pedirle ayuda no era que viniera a casa, sin embargo él prácticamente se invitó solo... Yo lo detesto pero papá dice que no podemos darle motivos de sospecha, así que no puedo ser tan grosera con él como me gustaría, sin embargo no debes preocuparte que tarde o temprano él se dará cuenta de que no me interesa y desistirá. Esos oficiales pueden tener a las mejores mujeres, incluso actrices de cine o hijas de oficiales de alto rango si así lo desean, por lo tanto no insistirá con una simple maestra de escuela e hija de los dueños de un restaurante.

—Una maestra de escuela preciosa que vive en mi corazón y mi mente todo el tiempo.

—¡Benjamin! ¡Ya deberías bajar, hijo! —lo llamó su madre desde el fondo del sótano.

Hanna se encogió de hombros con resignación.

—¡Te amo, Ben! Te juro que estarán a salvo.

—Lo sé, mi amor, también te amo —se despidió el joven antes de besarla en los labios y bajar la escalera.

Hanna puso el estante en su lugar para cubrir el umbral y ubicó varias macetas con árboles de Bonsái que había comprado en la ciudad y que cuidaba con esmero junto a Ben, al igual que las rosas del jardín que ya habían crecido con el paso del tiempo.

Al darse la vuelta y abandonar el comedor, Hanna se sintió triste, como si de alguna forma abandonara a Benjamin, condenándolo junto con sus seres queridos a vivir en ese sótano. Por más que lo habían arreglado, por más que los Eisenberg tuvieran suficiente espacio para vivir y que podían sentirse afortunados en comparación con otras familias en su situación, aquello no dejaba de ser solo un sótano.

Diez minutos después escucharon un auto deteniéndose frente a la casa, y posteriormente alguien llamó a la puerta.

—¡Yo abro! —propuso Angelika después de suspirar con pesadez.

—Yo iré a cortar el Schweinsbraten (un tipo de cerdo asado) ¿Dónde está papá? —dijo Hanna con voz resignada.

—En la cocina, como siempre, ya debe haber cortado el cerdo, hija —respondió Angelika antes de dirigirse a la puerta, pero de todos modos Hanna se marchó junto a su padre, de alguna forma quería retrasar lo más que pudiera el encuentro con el capitán.

—Buenas noches, Herr Schneider ¡Bienvenido a nuestro hogar!

—Muchas gracias Frau Müller, pero al igual que su hija y su marido le pediré que me trate con menos formalidad, puede llamarme por mi nombre de pila, simplemente Dedrick —respondió el hombre besando la mano de la dama—. Traje esto para corresponder a su cortesía —añadió luego entregándole una botella de vino y una caja de bombones.

—Muchas gracias, Herr Schneider... pero prefiero llamarlo así —respondió la mujer para marcar la distancia, no quería tener más confianza de la que ya tenían con ese sujeto—. Por favor, pase adelante.

Apenas entró en el vestíbulo de los Müller el retrato del Führer y los estandartes llamaron la atención del hombre, y Angelika lo notó enseguida, pero los ojos de Dedrick recorrieron cada palmo de aquella vivienda mientras sus labios se curvaban en una incipiente sonrisa, no obstante nada le causó tanto bienestar como ver llegar a Hanna, estaba tan hermosa como siempre, en realidad más que hermosa, con ese vestido azul y sus rizos blondos enmarcando su rostro angelical.

Ella era la calma que necesitaba para su vida, el bálsamo que lo reconfortaba cada vez que regresaba a Berlín, porque con solo verla bastaba para olvidar el infierno que dejaba atrás.

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—¡Bienvenido, Herr Schneider! —lo saludó Hanna tratando de sonreír.

—Muchas gracias, Hanna, pero insisto en que me traten con más confianza. ¡Herr Müller! —añadió luego al ver a Franz, inclinando la cabeza a modo de saludo.

—No creo que me acostumbre —respondió la muchacha acercándose para tomar la gorra y el abrigo que él se había quitado.

—Sí, es que somos más bien una familia formal —agregó Franz para tratar de disimular.

—El joven tuvo la cortesía de traer vino y bombones de chocolate —añadió Angelika, señalando la botella y la caja.

—Muchas gracias —dijo Franz con una sonrisa forzada, al igual que las demás—. Aún tengo que hacer unos retoques en la cocina, así que si no es molestia podría esperar en el salón. ¿Hanna, podrías traer un poco de té para nuestro invitado?

Angelika condujo al oficial hasta el salón donde él tomó asiento en un sillón mullido, sin dejar de recorrer cada palmo con sus ojos grises. Hanna por su parte se fue a buscar el encargo arrastrando los pies. ¡Cuánto deseaba que esa noche pasara rápido!

—Tienen una hermosa casa, Frau (señora) Müller —admiró el hombre.

—Muchas gracias, es usted un joven tan educado.

Él asintió con una sonrisa a modo de agradecimiento.

De pronto el muchacho se levantó y comenzó a inspeccionar los retratos que estaban sobre la chimenea, eran retratos de toda la familia, incluso de los abuelos.

—Su familia también es hermosa, incluso perfecta —comentó, posando los ojos sobre una fotografía de Hanna—. ¿No tienen más hijos?

—No —respondió Angelika con un poco de nerviosismo.

—¡Querida! ¿Dónde pusiste la fuente de la salsa? —preguntó a lo lejos Franz.

—¡Cielos! Ya regreso, está usted en su casa.

Él asintió sin decir nada más, solo regalándole a la mujer una sonrisa que pretendía ser gentil.

Cuando ella se marchó, él vigiló por un momento el umbral de la puerta y al ver que no había indicio de que regresara demasiado pronto, se dispuso a tomar la foto de Hanna para sacarla del portarretratos y así poder guardársela dentro del bolsillo de su uniforme, poco y nada le importaba que se dieran cuenta después, él, como oficial de la SS estaba autorizado para eso y mucho más.

Unos minutos más tarde apareció Hanna en el umbral de la puerta, venía acompañada de su madre que traía una bandeja con algunos canapés.

—Espero que le guste el té —dijo Hanna mientras lo servía.

—Sí, desde luego, además estoy seguro de que el que tú preparas, debe ser mejor que el del regimiento.

Hanna y su madre volvieron a forzar sonrisas.

—Debe ser muy dura la vida en los campos de batalla —dijo Angelika.

—En efecto lo es, pero los soldados estamos para defender la patria, ¿no? No se preocupen, nuestro Reich es sólido.

—Sí, me alegro que usted ya no esté en un campo de concentración... lo digo porque allí no habría tenido oportunidad de aprender o crecer —respondió Hanna.

—Te equivocas —respondió Schneider riendo—, en mi paso por Sachsenhausen aprendí muchísimo acerca de la administración de los campos de prisioneros y pues, me permitió ir ganando experiencia, de hecho me gustaría volver algún día, pero en calidad de comandante del campo.

—Pero ¿qué hacen ahí los prisioneros? —preguntó Hanna sin hacer caso del apretón que su madre le dio en la mano para advertirla de que no tocara ese tema.

—Trabajar —simplificó él.

—¿Solo trabajar?

—Hjum, el trabajo libera, ése es nuestro lema. Si de mí dependiera les daría un destino muy diferente, después de todo son criminales pero en fin, también se requiere su mano de obra para generar recursos en esta guerra, al menos es lo que dicen mis superiores.

—Solo por curiosidad ¿cuál es el delito de los judíos?

Schneider se atragantó con un poco de té debido a un acceso de risa.

—Disculpen —se excusó—, eres graciosa en verdad, Hanna, supongo que lo sabes, ¿no? Engañan a la gente, son viles ¿cómo crees que se han hecho tan ricos muchos de ellos? Lo peor es que hasta se han mezclado con gente como nosotros, ¿puedes creerlo?

—Sí, algo inconcebible —respondió Hanna, tratando de controlar el temblor de sus manos.

—Una aberración, diría yo.

En ese momento llegó el señor Müller, secándose las manos con una servilleta.

—Si gusta usted pasar al comedor, espero que le agrade lo que preparé, así notará que no solo me esmero en el restaurante.

—Se lo agradezco, Franz —respondió el hombre, llamándolo por su nombre de pila para forzar un acercamiento—, pero antes permítame decir que tiene usted una hermosa casa, además de una familia maravillosa.

—Gracias. Síganos, por favor, es por aquí.

El hombre siguió a los Müller hasta el comedor. Franz siguió junto con Angelika hasta la cocina y aunque Hanna tuvo la intención de seguirlos igualmente con la excusa de ayudarlos, Dedrick se lo impidió, tomándola del brazo.

—Quédate, por favor y hazme compañía mientras ellos regresan.

Hanna sonrió por toda respuesta, tratando de disimular su nerviosismo. Ese hombre le provocaba escalofríos desde que lo vio maltratando a esos jóvenes judíos frente al restaurante de su padre.

—Me siento honrado de estar en tu casa, de poder estar aquí, frente a ti...

—Sí, es un honor recibirlo, espero que le guste la cena.

—¿Ayudaste a tu padre así como haces en el restaurante?

Hanna asintió sin decir nada más.

—Entonces estoy seguro de que me encantará.

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Abajo, en el sótano, los Eisenberg estaban muy nerviosos, escucharon pasos lejanos y sabían que por la hora, el repulsivo capitán ya debía estar ahí, a solo metros de ellos. Una sensación desagradable los recorrió enteros, sobre todo a Benjamin que no podía dejar de caminar de un lado a otro.

—Si no puedes detenerte, al menos quítate los zapatos, Ben —ordenó su hermano Noah, deteniéndolo del brazo—, podría oírnos.

—Es solo uno —susurró el muchacho—, deberíamos tomarlo por sorpresa y reducirlo.

—Sí ¿y luego qué haríamos con él? ¿propones que lo asesinemos? —preguntó Judith mirando a su cuñado con incredulidad.

—Si nos descubre... si descubre que los Müller nos ampararon, las cosas se pondrán feas.

—¡Nos descubrirá si no cierras la boca! —dijo Noah susurrando pero con una voz tan determinante que parecía un grito—. Precisamente esa cena es para evitar que sospeche, después se marchará... ¿Qué haces? —susurró luego viendo con horror que Benjamin se dirigía a la escalera.

—Solo quiero intentar escuchar.

Joseph se quitó los zapatos para intentar hacer el menor ruido posible y caminó hasta su hijo para detenerlo.

—¡No lo arruines! Te lo pido.

Los ojos de su padre, así como la visión de sus sobrinos dormidos junto a Judith que los abrazaba con la cara llena de angustia, el llanto silencioso de Deborah, y Noah sentado en un taburete con el rostro entre las manos mientras los mechones de cabello se le escurrían entre los dedos, lo trajo a la realidad, estuvo a punto de cometer una posible imprudencia que podría haberles costado caro.

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