La Rosa de Auschwitz (Una Noticia Impactante)

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(Imagen diseñada por mi en Canva)

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Dedrick se sentía en su elemento conforme pasaban los días, las semanas y los meses, los diferentes departamentos funcionaban según lo esperado y había recibido felicitaciones por parte de Himmler, quién además visitó el lugar para cerciorarse de que todo marchaba bien, diciéndole al final de su visita que nadie había sido tan organizado como él.

Y era verdad, desde su llegada, después de la visita a las diferentes áreas, Schneider se aseguró de garantizar una mejor producción en los campos de trabajo, no solamente en la fábrica de caucho, sino en los arados, en las kanadas (almacenes de recolección de pertenencias de prisioneros) y en otras áreas. Fue más agresivo para ejercer presión y así garantizar una mejor ejecución de sus órdenes, y mandó a reclutar, incluso de otros campos, a sus mejores guardianes de la SS, aunque algunos llegaron por voluntad propia después de solicitar el traslado. Tal fue el caso de Fräulein Selma Wagner, una joven mujer conocida por su gran belleza y maldad, venida de Hamelín, Alemania.

Ella se presentó en la oficina de administración del campo como una Oberaufseherin de la SS, es decir, una guardiana con el debido entrenamiento, acreditada por la SS para lidiar con prisioneras. La hermosa mujer rubia y veinteañera llegó al lugar atraída por la fama que ya se había hecho Schneider en el universo de los campos de concentración del Reich.

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Al ver su fanatismo hacia la doctrina hitleriana, ferviente apoyo a la supremacía de la raza aria, su sadismo y determinación, Dedrick no dudó en aceptarla, y de inmediato la mujer se incorporó al grupo de guardianas del campo, llegando incluso en unos pocos meses a subir de cargo, volviéndose supervisora de todas ellas. Y no se debía solo al simple hecho de que ella y Schneider se entendían muy bien, en todo el sentido de la frase pues, (en numerosas ocasiones la mujer amaneció en la cama del Comandante) sino a que ella de verdad disfrutaba de su trabajo y dirigía con mano de hierro a las mujeres a su cargo.

En numerosas ocasiones, aunque no siempre, andaba acompañada por un perro agresivo y cuando se le antojaba, dejaba que se abalanzara sobre alguna prisionera para ver como ella luchaba tratando de quitárselo de encima mientras la destrozaba.

Le encantaba sentirse superior en todos los sentidos, y por eso se aseguraba de mantener su uniforme impecable al igual que su cabello y maquillaje, para destacar entre las desdichadas prisioneras, rapadas y forzadas a usar ese feo y sucio uniforme.

Aunque Selma y las demás mujeres de su tropa de guardianas, armadas con pistolas y fustas, tenían la autoridad suficiente como para emitir órdenes a absolutamente todos los prisioneros del campo, ya fuesen hombres o mujeres, no tenían autoridad sobre ningún soldado de las SS aunque portara el cargo más inferior (no obstante la gran mayoría de ellos respetaban a Selma, debido a su imponente personalidad e influencia con el Comandante)

Selma Wagner estaba consciente de que no significaba nada en la vida del Kommandant del campo, más allá del placer, e incluso sabía que él estaba sumamente interesado en otra mujer (y de hecho había visto la foto que Schneider tenía sobre su mesita de noche y que volteaba cada vez que hacía el amor con otras mujeres) pero no le importaba en lo más mínimo, ya que ella lo veía de la misma forma en que él la veía a ella, como un simple pasatiempo.

Como se había ganado la simpatía de Schneider, éste le dio luz verde para actuar a voluntad, por lo tanto se adjudicó la tarea de acompañar a Mengele para ayudarlo a seleccionar prisioneras para sus experimentos.

La felicidad de Dedrick era casi completa, solo le faltaba tener a Hanna, pero lamentablemente y tal como sospechaba, la enorme responsabilidad de gestionar un complejo de campos de la talla de Auschwitz, le impedía abandonar Polonia y regresar a Berlín.

Tal y como se lo había prometido, le enviaba cartas constantemente, hablándole de sus planes a futuro, convencido de que ella estaría demasiado deprimida al no poder trabajar en el colegio y por lo tanto no tenía más excusas para mantenerse ocupada. Sabía por Liebehenschel que la muchacha de vez en cuando ayudaba a su padre en el restaurante, pero no era demasiado a menudo, solo de vez en cuando, ya que había muchos empleados para ayudar a Franz. No obstante, Hanna seguía manteniéndose fría y distante en sus respuestas, lo que comenzaba a impacientarlo, sobre todo porque en sus sueños la situación era muy diferente....

—Llévame contigo, Dedrick —casi le suplicaba Hanna mientras se abrazaba a su cuello—. No sabes cuánto te extraño. Te amo, no me dejes aquí en Berlín.

—Pronto vendré por ti, amor, lo prometo. Yo también te amo, Hanna.

La mujer no quería despegarse de sus labios, lo besaba con ternura y pasión antes de entregarse a él por completo, y él despertaba muy temprano con una agradable sensación y un hálito de esperanza. En algunas ocasiones se sorprendía fugazmente al encontrar a una bellísima mujer rubia a su lado, antes de darse cuenta y recordar que se trataba de Selma Wagner, la jefa de las guardianas.

Quería llevar a Hanna consigo, pero estaba consciente de que ella no le correspondía, pues él no había tenido tiempo suficiente para conquistarla, para ello debía estar presente en Berlín o ella en Polonia.

Podría trasladarla así fuese por la fuerza y una vez en el campo, con todo el tiempo disponible, convencerla de lo conveniente que sería estar de su parte. Sin embargo, al tratarse de una mujer alemana sobre la cual no recaía ningún cargo contra el Reich, no le resultaría sencillo. Lejos estaba Schneider de imaginar que muy pronto su deseo se haría realidad casi sin mover un solo dedo...

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Para 1944 la situación de Alemania se había vuelto todavía más hostil, y los bandos se volvían más agresivos. El seis de junio de 1944, las tropas aliadas británicas, estadounidenses y canadienses desembarcaron en Francia, específicamente en Normandía. El difícil objetivo trazado era llevar a cabo la operación Overlord donde pretendían expandirse por Europa e invadir los territorios ocupados por los nazis, para debilitarlos y finalmente acabar con ellos, poniendo fin a la guerra.

Para octubre de 1944 las cosas se pusieron peores tanto para el Reich como para los civiles, pues ese día, a las once de la mañana, la ciudad alemana de Bonn fue bombardeada por británicos. Trescientas personas perdieron la vida esa mañana.

Todos estaban aterrorizados porque se decía que solo era cuestión de tiempo para que llegaran a Berlín, y allí las cosas se saldrían de control.

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En el sótano de los Müller, estaban ellos junto con los Eisenberg escuchando las noticias del acontecimiento de ese día.

Benjamin regulaba el volumen para que éste no alertara a los vecinos.

—¿Cómo se les ocurre bombardear una ciudad donde hay civiles inocentes? —preguntó Judith aterrada.

—Cariño ¿crees que eso les importa? —respondió Noah—. Ellos solo quieren ganar la guerra y quedarse con lo que quede.

—Y yo que pensé que los aliados serían una solución, que vendrían a liberarnos de la pesadilla de los nazis —se quejó Deborah.

—Son enemigos de los nazis y con ello nos favorecemos pero, haciendo alusión al refrán de que «en la guerra y el amor todo se vale» ellos no se detendrán ante nada con tal de derrotarlos, así se lleven por delante a quien sea —comentó Franz con aprensión.

—Si pudiéramos salir del país —dijo Hanna con el rostro entre las manos—. Parece que es cuestión de tiempo para que lleguen a Berlín.

—No podemos, hija —dijo su padre rodeándola con un brazo—, ahora es más imposible que nunca.

—No para ustedes —dijo Joseph.

—¿A qué te refieres? —preguntó Angelika al ver que Joseph la señalaba a ella y a su familia.

—Franz, recuerdo que tienes un hermano en Frankfurt del Oder. Creo que deberían ir allá antes de que las tropas aliadas pisen Berlín.

—¿Y si la situación está peor allá? No lo sabemos y temo llamarlo por teléfono en caso de que estén interviniendo las llamadas, además, probablemente aquí está el Führer y por lo tanto habrá más seguridad —respondió su amigo.

—No lo sé... yo opino que será mejor que ustedes se marchen de aquí. Nosotros estaremos bien si nos dejan una buena reserva de comida aquí abajo —insistió Joseph.

—¡No, nunca!... ¡No, papá! No los dejaremos —respondió Hanna con determinación.

—Estamos de acuerdo con Hanna —respondió Angelika.

—Pero no soportaría que...

—¡No, Benjamin, está decidido! —dijo Hanna tomando su mano con fuerza—. No vamos a huir de aquí, no los dejaremos abandonados a su suerte. Estamos juntos en esto desde el principio.

Al otro lado de donde se encontraban todos, los gemelos estaban enfrascados en la elaboración de animales de papel, se habían vuelto fanáticos del arte origami y afortunadamente no escuchaban nada de lo que los adultos decían, sin embargo éstos estaban tan concentrados en su conversación que nadie se percató de que los niños salieron del sótano para ir a buscar algo...

—Nos van a regañar, Joshua, se supone que no debemos salir de ahí sin autorización —se quejó Jared detrás de su hermano, que en ese momento empujaba el estante que servía de puerta.

—Deja de gimotear, solo iremos por esos lápices de colores que tía Hanna dijo que nos daría, pero que había olvidado sobre la mesa del vestíbulo.

—¿Y no es mejor esperar a que ella nos los traiga?

—Están oyendo la radio, y ya sabes que pasan horas hablando muy bajo entre ellos, mientras nosotros nos aburrimos como ostras. Necesitamos esos lápices para que los animales de papel queden más bonitos.

—Sí, así podremos regalárselos a mamá y a la abuela para animarlas —respondió Jared—. No sé porqué se ponen tan tristes cuando oyen la radio.

Los chicos salieron al comedor y de ahí pasaron al vestíbulo en busca de la caja de madera con los lápices, los cuales hallaron justo donde Hanna había dicho que estaban, pero una vez que los obtuvieron y se disponían a regresar, Joshua se detuvo al escuchar el canto y aleteo de un pajarito al otro lado de una de las ventanas y cortinas.

—¡Mira Jared! —exclamó Joshua con emoción—. ¿Crees que podamos atraparlo?

—¿Para qué? No le gustará estar encerrado como nosotros.

—Pero al menos quiero ver qué colores tiene —dijo el niño que solo podía ver la silueta del animal a través de la cortina.

—De acuerdo... pero hazlo rápido porque podrían vernos.

Joshua apartó la cortina para ver al ave. Ésta miró con nerviosismo por unos segundos a los niños y posteriormente remontó el vuelo, como adivinando sus intenciones.

Sin embargo, Jared se había percatado de algo más que el simple pajarito.

—¡Cierra eso! ¡Está llegando un auto!

—¿Será ese el auto del señor y la señora que vienen siempre?

—Seguro que sí ¡Deja eso, Joshua! —increpó su gemelo volviendo a poner la cortina en su lugar—. Regresemos antes de que nos ganemos un lío.

Demasiado tarde pues al regresar, vieron que sus padres salían del sótano con gestos de preocupación.

—¡Lo sabía! ¿Qué demonios estaban haciendo allí? —preguntó Noah con expresión adusta.

—Solo estábamos buscando los lápices de colores que nos prometió la tía Hanna, papá —respondió Joshua mostrando la caja de madera.

—Será mejor que regresen y no olviden la orden de no subir sin autorización —añadió Judith—. Es muy importante.

En ese momento la familia dio un respingo cuando oyeron toques en la puerta principal.

—¡Llegó alguien! —exclamó Benjamin.

—Hoy es domingo, debe ser ese Liebehenschel y su mujer —dijo con tono de fastidio Noah—. Regresemos al sótano.

Regresaron y Hanna decidió quedarse allá abajo, ayudando a los gemelos junto con Benjamin a perfeccionar la técnica de

—Es muy fácil, Ben... ¡No! Es hacia la derecha... ¿ves? Así lo indica la imagen del libro —dijo la mujer mientras reía y señalaba la lámina del libro que usaban como base para aprender el arte.

—No me sale —se quejaba Benjamin, también riendo—. No puedo creer que un par de niños de ocho años sean más diestros que yo en esto.

—Pero nadie te gana a la hora de cultivar flores y escribir —respondió Hanna besando su mejilla.

—¡Uuuuhhh! —exclamaron los gemelos en medio de risas.

—¡Shhh! Ya saben que debemos permanecer callados —susurró Benjamin—, pero sí, Hanna tiene razón —concluyó con una sonrisa fanfarrona.

Arriba, Angelika y Franz en efecto recibían a los Liebehenschel que en esta ocasión venían con su sobrino Ferdinand de siete años de edad, que estaba a su cuidado mientras su madre daba a luz en el hospital, y su padre, desde luego la acompañaba.

Como siempre se dedicaron a beber un poco mientras jugaban naipes y oían un poco de música. El niño se dispuso a jugar en el patio, persiguiendo a las ardillas que de vez en cuando bajaban por los árboles hasta que se cansó y posteriormente se quedó dormido. Cuando despertó solicitó volver a casa porque estaba demasiado aburrido, por lo tanto sus tíos no tuvieron más remedio que despedirse de los anfitriones y marcharse.

Pero la siguiente semana cuando los Liebehenschel manifestaron su deseo de volver a visitar a los Müller, su sobrino que todavía estaba a su cuidado se quejó...

—No quiero ir ahí, es muy aburrido, solo ustedes se divierten. Pensé que los niños jugarían conmigo pero no volví a verlos.

—¿Qué niños, cielo? Los Müller solo tienen una hija y pues, es una joven de veintitantos... no lo sé.

—¡Claro que no, tía Erika! ¡Había unos niños ahí en esa casa! Los vi a través de la ventana cuando llegamos, pero no son demasiado amistosos porque bajaron la cortina enseguida y luego no volví a verlos.

Los Liebehenschel intercambiaron una mirada de incertidumbre, y posteriormente Alphonse se agachó para quedar a la altura de su sobrino.

—¿Estás seguro de lo que viste? —preguntó con curiosidad.

—¡Claro que sí, tío Alphonse! Eran dos niños pero no volví a verlos después. No son muy amables así que no quiero volver allí para aburrirme, prefiero quedarme aquí.

—¿Cómo eran esos niños?

—Parecían más o menos de mi edad. Solo vi a uno de ellos y la silueta del otro, pero tenía el cabello oscuro, aunque no lo distinguí bien porque estábamos en el auto.

—Cielo, los niños tienen una gran imaginación —advirtió Erika al ver la expresión sombría en el rostro de su marido—. No creo que Franz y Angelika...

—Si de verdad había niños ahí, quizá algunos parientes ¿por qué no los hicieron salir para hacerle compañía a Ferdinand? ¿Por qué ni siquiera los mencionaron? Yo espero equivocarme en la idea absurda que está pasando por mi mente, pero de todos modos sabes que estoy en mi deber de cerciorarse, así que...

—¡Alphonse! ¿Vas a irrumpir en la casa por lo que dijo un niño de siete años? ¡Los Müller! ¿Te das cuenta, cariño? Ellos se han ganado el favor de todos, incluso el Führer estuvo en Ragweed. Ferdinand pudo haberlo imaginado.

—¡No imaginé nada, tía! ¡Había dos niños ahí! Cerraron la cortina en cuanto nos vieron. ¡Son unos groseros!

Alphonse miró con contundencia a su esposa.

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Ese día era uno de los pocos en que Hanna estaba en el restaurante, se había adelantado a su padre y se marchó a pie, ya que Ragweed no quedaba lejos de la casa. Ella estaba contenta porque se reuniría con Helga, su amiga de la infancia a quien tenía mucho tiempo sin ver y que ahora estaba embarazada.

La muchacha estaba sorprendida con lo mucho que había crecido el negocio de los Müller desde que lo había visto la última vez, y Hanna por su parte estaba complacida de verla, admiraba su embarazo y soñaba con el día que pudiera darse ese gusto de engendrar hijos con su marido.

Hanna y Helga habían sido grandes amigas en el colegio, pero a pesar de que se tenían gran confianza, ella no se sentía capaz de contarle su más grande secreto...

—¡Estás más hermosa que nunca, Helga!

—Y tú no te quedas atrás —dijo su amiga—, por eso no entiendo porqué no te has casado aún.

—No es mi prioridad —respondió Hanna mientras le daba un sorbo a su taza de café.

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En la casa de los Müller, Franz ya se disponía a salir para dirigirse a su restaurante, cuando observó el vehículo de Liebehenschel estacionándose, pero en esta ocasión no venía en compañía de su esposa, sino con algunos oficiales y detrás de él, un camión de las SS del mismo tipo que usaban en las redadas. Su corazón comenzó a latir de prisa, pero intentó mantenerse sereno para no generar sospechas.

—Ya iba de salida, Alphonse, pero me alegra verte. Si quieres acompáñame a Ragweed, aunque veo que estás de servicio.

—En efecto estoy de servicio, Franz. Han habido nuevas redadas y desafortunadamente tú y tu familia han sido acusados de... ya sabes, de traición, por lo tanto me veo en la obligación de inspeccionar.

—¿Yo? —preguntó Franz poniéndose una mano en el pecho mientras esbozaba una mueca de contrariedad—. Debes estar bromeando. ¿Cómo se te ocurre que mi familia o yo podríamos traicionar a nuestro noble Reich?

—Lo siento, Franz, no es nada personal, pero las reglas son las reglas —dijo Liebehenschel avanzando hacia la casa mientras le hacía seña a sus soldados para que lo acompañaran.

—¡Hola Alphonse! —lo saludó Angelika, sorprendida de verlo entrar en compañía de todos esos soldados de la SS.

—Esta vez no vengo en calidad de visita, Angelika. Lo siento pero debo hacer una inspección.

—Alphonse dice que fuimos denunciados, querida, ¿puedes creerlo? —dijo Franz fingiendo indignación cuando en el fondo estaba sorprendido y al mismo tiempo aterrado.

Angelika palideció enseguida.

—¿Y Hanna? —preguntó Liebehenschel.

—Está en Ragweed, recibiendo a una amiga que quería ver el restaurante —respondió Franz.

—¡Señor Müller! —exclamó un muchacho desde el umbral de la puerta principal, acababa de llegar y estaba sorprendido al ver a tantos soldados dentro de la casa, yendo de aquí para allá. Algunos de ellos estaban subiendo la escalera y otros golpeando las paredes con los puños para comprobar si estaban huecas—. Venía a acompañarlo a retirar los ingredientes que me dijo, pero veo que soy inoportuno.

—No, solo es un malentendido, ¿verdad, Alphonse?

—Franz, ¿tienes niños aquí? —preguntó Liebehenschel, ignorando la presencia del muchacho y la pregunta del dueño de la casa, yendo directo al grano.

—¿Niños? ¿De qué hablas? Sabes que Hanna es mi única hija y tiene veinticuatro años. No hay niños aquí.

—¿Ni siquiera parientes?

Franz negó con la cabeza.

—Es curioso... Un par de niños fueron vistos aquí, en este vestíbulo, Franz, lo que nos deja como resultado una de dos cosas: o esta casa está embrujada o estás ocultando gente.

La taza de café que Angelika tenía en las manos se le cayó cuando escuchó esas palabras llenas de sarcasmo. Los Müller nunca fueron tontos y sabían que el acercamiento que Liebehenschel siempre tuvo con la familia fue desde el principio para aprovecharse de ellos al visitar Ragweed las veces que quisiera sin pagar un centavo, pero jamás hubo aprecio de ninguna de las dos partes.

Lamentablemente la reacción de la mujer llamó la atención del Obersturmbannführer que la miró con una sonrisa...

—Solo digan la verdad... están escondiendo a alguien, ¿no es cierto?

—Por supuesto que no. ¿Cómo se te ocurre decir esa barbaridad? ¿A quién podríamos estar ocultando? —preguntó Franz.

Los soldados seguían en su labor de golpear paredes.

—¡Arriba no hay nada, señor! —dijo uno de ellos.

—¿Qué tal en el ático?

—No hay ático, señor.

—¿Y en el sótano? Ése es el lugar favorito de los escondidos.

Angelika comenzó a temblar tanto que Franz tuvo que abrazarla para contenerla.

—Tampoco tenemos sótano—dijo Franz.

—¡Qué curioso! —respondió Liebehenschel con ironía, cada vez más seguro de la culpabilidad del hombre—. No tienes ático ni tampoco sótano.

—¡Aquí hay algo, señor! —gritó uno de los soldados desde el comedor.

Liebehenschel le dedicó a Franz una sonrisa más contundente sin decir una sola palabra, y se dirigió hacia el lugar indicado.

—Esta pared es hueca —afirmó el soldado señalándola.

—¡Vaya! ¡Vaya! Me parece que hemos encontrado algo en verdad —dijo Liebehenschel con mucha satisfacción...

—¿Qué sucede? ¿Qué fue eso? —preguntó Judith sobresaltándose al escuchar los golpeteos lejanos en la pared.

—No lo sé —respondió Noah mientras escuchaba un par de golpes más.

—Hay alguien ahí y no parecen ser Franz o Angelika —dijo Benjamin levantándose con parsimonia de la cama mientras comenzaba a ponerse los zapatos.

—Guarden silencio, por favor —suplicó Deborah—. Ni siquiera susurren.

Los gemelos se acercaron a los adultos y todos se agruparon en el medio de la habitación por instinto. Una sensación les decía que algo malo estaba a punto de suceder, pues había esa extraña e incómoda calma que antecede a una tormenta.

Angelika, Franz y el empleado que acababa de llegar a la casa en busca de su jefe, caminaron hasta el comedor también.

—¿Qué ocultan aquí? ¡Vamos Franz! Es evidente que esa pared es hueca, así que debe haber algo detrás de ella.

—No tengo idea, Alphonse. Esta casa es vieja y pudiera tener lugares que yo desconozco.

—Podríamos traer algo para derribar la pared y así averiguar de qué se trata —propuso uno de los soldados.

—No creo que sea necesario —añadió otro soldado sonriendo con maldad mientras descubría el estante que se abría como una puerta. Lo descubrió al intentar rodarlo para hacer espacio, entonces éste se abrió revelando las escaleras.

—¡Bingo! —exclamó Alphonse con un brillo de regocijo en los ojos.

—¡Por favor, no entren ahí! ¡Se los suplico! —rogó Angelika juntando las manos, pensando en el incidente de la iglesia con el padre Backer—. ¡Por piedad, no bajen!

—¿Por qué no? ¿Acaso ocultan algo que no quieren que veamos allá abajo? ¡Vamos! —ordenó Liebehenschel con gesto adusto, y a su señal los soldados comenzaron a bajar las escaleras.

Los Eisenberg miraron a los soldados con gestos de estupefacción.

—Tal y como lo sospeché, un buen chef siempre tiene una despensa con carne fresca —dijo Liebehenschel en tono de burla.

Judith y Deborah comenzaron a llorar al saberse perdidos.

—¡Váyanse de aquí! —gritó Benjamin saliendo al frente con coraje.

El momento al que temían enfrentar tarde o temprano había llegado.

—Ve por Hanna, Gunter. Dile que hemos sido descubiertos por Liebehenschel.

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En el restaurante, Hanna no se esperaba la noticia tan espantosa que el mesero Gunter le llevó, le parecía producto de una pesadilla. Sin saber porqué incluso se miró las manos como esperando encontrar una imagen etérea que le indicara que efectivamente estaba inmersa en un sopor, y que terminaría despertando en cualquier momento, pero no, era real, lo estaba viviendo.

—¿Estás seguro de lo que me cuentas, Gunter? ¡No puede ser posible!

—¿De qué está hablando él, Hanna? ¡Hanna! ¿Hanna a dónde vas? —dijo su amiga impresionada cuando vio que la chica salió corriendo del restaurante.

A ella no le importaba nada más, fue como si el cielo de pronto oscureciera y lo cubriera todo por completo. Sentía una opresión en el pecho y pánico por su familia, por toda su familia: sus padres, suegros, cuñados, sobrinos y su marido.... ¿qué estaría sucediendo en ese momento? —se preguntó mientras avanzaba a toda carrera por las calles de Berlín, ansiando llegar a su casa y al mismo tiempo temerosa de no saber con qué se iba a encontrar.

¡No podían haber descubierto a los Eisenberg!.... ¡Por Dios, Benjamin!.... Se los llevarían o tal vez los asesinarían a todos y no volvería a verlos.... ¡No! ¡No! ¡No!..

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