Invierno Negro | Relato corto |

Invierno Negro

   

    Por tercer día seguido una tormenta azotaba la zona. Los portones de la entrada del castillo Invierno Negro, cubiertos por medio metro de nieve, no se habían movido desde hacía ya una semana. Adentro, en la cámara principal, Erneq Lluvia de Invierno, lord protector de El Norte, reposaba en su cama junto a su esposa, Effie. Seguía dormida, su piel desnuda y la fogata podían lograr que, hasta en las nevadas más duras, Erneq tuviese el calor más reconfortante del mundo en su lecho; por otro lado, él acababa de despertar, generalmente siempre la veía dormir, y acarició su rostro con su áspera mano, el paso de los años y cuatro hijos habían marcado ya las primeras arrugas en los rostros de ambos, sin embargo Effie seguía viéndose tan hermosa como el día en que la conoció.

    Alguien tocó a la puerta, aquello le irritó, había pedido expresamente que nadie le molestara en sus aposentos. El sonido también despertó a Effie, que preguntó: «¿Quién podrá ser?».

    —Vuelve a dormir, milady —respondió y buscó una túnica en medio de la oscuridad para cubrir su desnudez. Parado frente a la puerta estaba Alek, su segundo hijo, quien a sus quince años había asumido por cuenta propia muchas responsabilidades de Invierno Negro. En su rostro había cierta preocupación —. Hijo.

    —Perdón por molestarle, milord —dijo él. Las formalidades eran típicas de su comportamiento.

    —Cuando trabajas soy tu lord, el resto del tiempo soy tu padre. Ahora dime, ¿qué ocurre?

    —Sí... padre. La guardia exterior divisó a una caravana dirigiéndose para acá. Por los caballos y carrozas estimamos que son doscientos hombres.

    —De acuerdo —no tenía sentido que le perturbaran solo por unas caravanas cualesquiera; aunque, debido a las fuertes nevadas, fuese algo poco usual no dejaba de ser una cuestión de la que podría encargarse el administrador —. ¿Algo más?

    —Padre... tienen los estandartes del Emperador —para Erneq una comitiva imperial tan al norte era, por sí sola, una mala noticia, pero aún más si venían sin avisar. Desde la Rebelión de los Elfos que la capital de El Norte no recibía la visita de oficiales del Imperio —. ¿Dónde los vieron?

    —A dos días, alimentando a los caballos en Corona del Alce.

    —Entonces debemos preparar una grata bienvenida —dijo lady Effie oculta, más allá de su cabeza, entre las sábanas con una expresión seria.

    —Sí… —aquello no podían ser buenas noticias de ninguna forma, pero las viejas costumbres exigían cortesía al lord de Invierno Negro y Lord Protector de El Norte — Alek, dile a Rori y a Onduur que preparen soldados y comida, celebraremos a nuestros invitados con una cálida bienvenida y un festín —Rori, maestro cocinero, y Onduur, maestro de armas, de seguro no estarían felices con ello, pero su lord lo ordenaba, así que cumplirían sin chistar —. Yo hablaré con Anningan, tengo que saber qué tan costoso nos saldrá esto.

    Al día siguiente le notificaron quién encabezaba la comitiva: Donato Magno, héroe de guerra en la Rebelión de los Elfos, comandante del ejército de Cuna del Rey e hijo del comandante supremo Roberto Magno. La comitiva venía directo desde la capital. Erneq no podía dejar de pensar en que ninguno de los lores de Vallesombrío, tierras a las que atraviesa el camino principal, le notificó. Durante la Gran Guerra había hecho muchas amistades, de todos los lugares el continente, especialmente con los lores de Vallesombrío, pero eso había sido hace quince años, quizá ya no tenía más amigos fuera de El Norte.

    Los doscientos hombres tardaron diez minutos en llegar de principio a fin. Con los últimos venía la carroza principal. Todo el campo blanco quedó cubierto por el negro brillante de las armaduras del ejército imperial, junto con decenas de estandartes con el grabado de la serpiente de bronce, el lobo de plata y el león de oro del Imperio Ozim.

    En la carroza más grande, detrás de las filas, la puerta se abrió y Donato Magno bajó. Erneq notó, mientras caminaba hacia él, cómo el tiempo y la política chupasangre de la capital habían acabado con el que fue apodado “El soldado más fuerte del mundo” alguna vez. Su cabellera negra a la altura de los hombros desapareció y dio paso a unos mechones entre grisáceos y plateados con pronunciadas patillas y barba parcial, también gris. Su mirada perspicaz lucía ahora anciana y cansada y el malva pintaba las bolsas de sus ojos. Al estar a un par de metros de Invierno Negro estiró la mano, el lord correspondió el saludo.

    —Comandante Magno, para El Norte es un honor recibir su visita.

    —Lord Lluvia de Invierno… siempre odié tu jodido apellido —ambos rieron levemente y se abrazaron, como dos hermanos que se rencuentran en otra vida.

    —Qué bueno verte, maestro. Ha pasado tanto tiempo —por un momento Erneq vio al soldado más fuerte del mundo de regreso en el cuerpo de ese hombre desgastado y cansado.

    —Sí… quince años, Erneq. Quince años y no puedes dejar de llamarme “maestro” —de nuevo ambos rieron, luego Donato habló más serio —. Esto no es una visita casual, amigo mío.

    —Lo sé. Antes tenías la costumbre de avisar cuándo visitarías —de pronto, la expresión de ambos y el humor cambió —. ¿Qué es diferente ahora?

    —Erneq… una guerra se avecina. Mi padre... quiero decir, el comandante supremo Roberto Magno está muerto —aquello fue como un puñal clavado su corazón. Roberto Magno era como un abuelo para él. Donato continuó: —El emperador, Carmilo Ozim III también está muerto; ambos fueron asesinados. Son días oscuros para el Imperio.

    La paz por la que tantos lucharon años atrás y tantos perdieron todo, por la cual murieron amigos, enemigos e inocentes por igual, la paz buscada en el campo de batalla, prometida que sería eterna, ahora se veía amenazada y el ocaso traía consigo una nueva guerra a las tierras de El Norte, cuando las heridas de la guerra anterior aún no terminaban de sanar.



Foto de Pixabay | BeHappyTravel

   

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