Hombre herido | Relato corto |

Hombre herido

   

    —Eh, tú —estiró el brazo hacia el cielo, frente a él no había nada más que las nubes, sin embargo mantenía su mano arriba, intentando alcanzar la ilusoria imagen de un ser querido reflejado en la nada —. ¿Qué haces ahí, Naldo? ¿Por qué no me hablas?

    Pensó que debería levantase, pero se sentía bien allí, la arena de playa, sobre la que estaba acostado, era muy cómoda, y los sonidos del mar tranquilizadores; además su madre había llegado junto a su hermano, ahora los dos le invitaban, le hacían señas para que se juntara con ellos, según lo que vio. «Quizá si me levanto», lo intentó, no lo logró. Ahí se dio cuenta de que le dolía mucho el cuerpo.

    —No, mamá —un dolor punzante se le clavaba en la espalda, alzó el otro brazo, su sorpresa fue mayúscula al notar que no lo veía, aunque lo sentía —. Mamá, no puedo subir, no encuentro mi brazo —dijo, y pensó: «¿Acaso eso tiene lógica alguna?», de cierta forma, era gracioso —. Mi madre y mi hermano están flotando en el cielo, nada tiene lógica ya —balbuceó con una sonrisa, entonces notó lo seca que tenía la boca.

    De pronto su hermano se acercó, demasiado, estaba tocándolo. Lo agarró por los hombros, posó las palmas en su rostro y apoyó la cabeza contra su pecho. «¿Para qué haces eso, Naldo?», su hermano le sujetó la mano que tenía alzada hacia el cielo. Mantenía una extraña expresión de preocupación, luego empezó a decir algo, él tardó un rato en entenderlo:

    —Robert… Robert… Robert… —repetía, así se llamaba, lo había olvidado —. ¿Puedes escucharme, Robert? —el rostro de su hermano se había esfumado, aquel hombre no era Naldo. Robert lo conocía, pero no recordó su nombre hasta unos segundos después:

    —Marco —respondió —. ¿Marco, a dónde se fue Naldo? ¿Y mi mamá?

    —Te sacaremos de aquí, amigo —estrechó su mano con fuerza y de inmediato gritó: —¡Médico! ¡Un médico aquí, por favor!

    El médico llegó, el distintivo blanco con la cruz roja en su brazo y casco diferenciaba su uniforme del de Marco. «Bien, ahí va un poco de morfina — dijo, al instante desapareció el dolor de espalda de Robert —. ¿Se siente bien, no?». Él solo alcanzó a agradecer con una sonrisa bobalicona, luego cayó inconsciente.

    Chillidos de agonía le despertaron ¿horas después? No lo sabía con certeza. Un soldado, con la mitad del cuerpo quemado, se quejaba en la camilla a su izquierda, «duele, duele, duele» decía entre lágrimas. Volteó a la derecha, vio la venda que le cubría el muñón, solo conservó poco más de diez centímetros de ese brazo. Levantó la sábana, también había perdido tres dedos del pie derecho y, por lo que pudo imaginarse al ver la otra venda, parte de la carne de la pierna.

    Hizo una mueca y masculló una maldición, su condición actual le resultaba desagradable. Se lamentó de verse en tan penosa situación; cerró los ojos, respiro hondo y, unos minutos después, entró en un sueño profundo otra vez.



Foto de @fotorincon12

   

XXX

   

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