La cueva de los goblins: último ataque | Relato corto |

La cueva de los goblins: último ataque

Este relato es la continuación de La cueva de los goblins: descubrimiento y La cueva de los goblins: retirada
y última parte de esta historia.

   

    Farandel estaba en apuros. «Seis, un chamán… tengo que librarme de él primero» contó antes de usar su bastón de rayos y barrer la zona con un disparo, el chamán y otros cuatro goblins seguían en pie, uno de estos lo cortó con la punta de su lanza y el chamán goblin le lanzó una llamarada directo al rostro que lo hizo tumbarse al piso. De inmediato los otros goblins saltaron encima de él, logrando apuñalarle tres veces

    —¡Hijos de perra! —gritó el hechicero, desde el suelo, malherido, con cinco goblins encima, antes de crear una onda expansiva. Notó que el rey goblin le observaba, quieto a unos cuantos metros de donde luchaba por su vida — ¿Estás disfrutando el espectáculo, malnacido? —vomitó un poco de sangre, entonces vio la herida a la altura de su estómago.

    «Curación, curación, cúrate» pensó. Necesitaba sanarse, pero el hechizo de curación tomaría tiempo, lanzó una nueva ráfaga con el bastón de relámpagos, el impacto esta vez fue más fuerte, por lo que consiguió matar a varios goblins de un tiro, y conjuró una barrera protectora a su alrededor.

    —Dioses de la salud, la vida y la muerte —rezó, los beguests golpeaban la barrea con sus garras y los chamanes preparaban lo que de seguro era un hechizo para revocarla —, acudo a ustedes para sanar mis heridas. Vida, ayúdame a seguir disfrutando de este plano terrenal —uno de los beguests rompió la barrera en una esquina —. Salud concédeme la capacidad de levantarme con gracia. Muerte permíteme un poco más de tiempo antes de partir a tu lado —los muros arcanos comenzaban a caerse en pedazos ante los azotes de los goblins — ¡Curación!

    Apenas empezó a sanarse cuando el rey goblin terminó de destruir la barrera de un solo golpe y le sacó de ahí a rastras. De sus heridas aún brotaba sangre y notaba que la energía vital abandonaba su cuerpo. «¿Es aquí dónde voy a morir? —se preguntó, resignado. El goblin le alzó por un brazo y hundió un dedo en una de sus heridas, su sufrimiento parecía causarle gozo, pues soltó una risotada cuando este gritó por el dolor, por alguna razón la rigidez de los guanteletes de hueso de dragón hacía peor la agonía —. Bien, que así sea» pensó y cargó su último ataque: un relámpago encadenado con el que estaba seguro de que podría liquidar al rey goblin.

    La bestia estuvo atenta, sujetó el brazo de Farandel y desvió el ataque hacia el techo de la cueva, que por momentos pareció que se desmoronaría sobre ellos. Los ojos, uno amarillo y otro rojo, se posaron sobre él.

    —Si vas a matarme, hazlo ya —espetó el alto elfo, se sentía tan débil que creía pronto moriría desangrado.

    —No —respondió el goblin, para su sorpresa. Hasta donde era sabido, los goblins no tenían la capacidad de hablar la lengua de humanos, elfos y hombreslagarto —. Mirar… humanos —pronunció con cierta torpeza.

    Farandel volteó a ver a sus compañeros. De un lado estaba el cadáver de Aldemir, de no ser por la armadura habría pasado por cualquier humano o elfo, su cabeza había sido golpeada tantas veces que terminó hecha una especie de papilla sanguinolienta regada por el suelo, a su alrededor contó doce cadáveres de goblins, tres de ellos beguests, otros tres zánganos y seis comunes. Por el lado contrario estaba Rosa, su cadáver frío, con el cuello roto y semidesnudo era vejado por un goblin que aullaba tras cada embestida, aquel escenario le produjo una arcada al mago. «Malditas criaturas abominables». Volteó a ver nuevamente al rey goblin que mantenía una sonrisa de oreja a oreja.

    —Tú —dijo y alzó la mano, Farandel se preparó para recibir la estocada final —, ir, decir qué pasar aquí —y de su mano invocó un hechizo de curación con el que le sanó las heridas en cuestión de unos segundos.

    Se precipitó contra el suelo cuando el goblin le soltó. Se tocó el pecho y el abdomen, estaba completamente curado. Un hechizo de curación de ese nivel tomaría un minuto o dos para un mago experto como él, que era un prodigio de la academia, pero el goblin lo hizo en cuestión de segundos, sin rezar una sola palabra además.

    —¿Cómo? ¿Cómo es posible? —la armadura, la capacidad para aprender otras lenguas, el conocimiento y habilidad para dominar así la magia, tal poder iba en contra de todo lo que la administración y los aventureros creían saber sobre goblins, criaturas estúpidas que solo vivían de la violación y el pillaje.

    —¡Veeeeeeete! —gruñó el goblin, como única respuesta.

    El hechicero, vencido física y moralmente, se incorporó y se abrió paso entre los demás goblins de la cueva, que aparentemente se burlaban de él, dejando los cuerpos de sus compañeros atrás. Por momentos pensó que recibiría un puñal o una flecha por la espalda, eso no ocurrió. Llegó hasta la salida de la cueva, miró hacia atrás, donde solo veía oscuridad y, lleno de ira, dijo: —Volveré por ustedes.



Foto de Pixabay | othebo

   

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