El paladiciano: decisiones | Relato corto |

El paladiciano: decisiones

   

    Linderión siempre ha sido una zona peligrosa, aún hoy lo es, pero también es el sendero más cercano que conecta con el camino real desde la frontera, por lo cual las caravanas de comercio acostumbran a pasar por ahí y, como todos saben, donde hay caravanas de comercio hay oro y cosas valiosas. Los muchachos y yo habíamos concretado decenas de golpes, y creo que todos confiábamos en que podríamos vivir lo suficiente como para robar hasta que ya no tuviésemos necesidad de seguir con ese estilo de vida, pero mientras tanto el trabajo tenía que seguir.

    Días atrás un informante avisó a Ragor, nuestro ‘líder’ por así decirlo, aunque entre los mercenarios nadie lidera realmente, que unos comerciantes partirían, desde Risco Ventoso hacia Cuna del Rey atravesando por Linderión, con un cargamento pequeño de piedras preciosas. Nada extraordinario pero, tomando en cuenta que, según el dato, solo serían cuatro personas las que llevarían la mercancía, y además dos de ellas mujeres, aquello se veía como dinero fácil.

    Marchamos al punto de encuentro. Ragor, Mandilor, Konstanz, Baltazar y yo llegamos a Linderión y nos refugiamos en una de las ruinas antiguas que cubrían todo el lugar; se supone que el sitio alguna vez fue una especie de conjunto de templos de los Primeros Hombres, pero su sociedad desapareció hacía más de dos mil años sin dejar rastro más allá de sus edificaciones azotadas por el tiempo. Esperamos ahí por día y medio.

    Las lunas se avistaban en el cielo cuando los objetivos aparecieron. El informante había acertado con precisión: dos mujeres, dos hombres. Tres de ellos, las dos mujeres y uno de los sujetos, eran Nacidos de la Arena, nativos de Bastán, la mayoría de esos areneros trabajaban como comerciantes en El Norte y Cuna del Rey, así que esos tenían que ser. El único raro era el cuarto, un sujeto grande, sacaba un palmo de altura a los hombres más altos que había conocido hasta entonces, y vestía con una túnica negra con capucha.

    —El grandote debe de ser el escolta —dijo Ragor al verlo, él estaba del mismo lado del camino que Baltazar y yo, en la edificación frente a nosotros se escondían Mandilor y Konstanz. Nuestro plan era sorprenderlos flanqueándolos —. Es enorme, pero solo es uno. Apenas acabemos con él el botín es nuestro.

    —¿Qué es eso que lleva en la espalda, jefe? —preguntó Baltazar, el sujeto portaba algo; los tres coincidimos en que eran armas, el par de mangos sobresalían por su cabeza, sin embargo las vainas parecían demasiado grandes para ser espadas o algo similar — ¿Y si son hachas de combate, lanzas quizá?

    —No —respondí, en ese momento algo me daba mala espina —, de ser lanzas no llevaría vainas así, y de ser hachas no llevaría dos, son muy pesadas —conocí a peleadores que usaban hachas de combate, nadie tendría el físico como para llevar una en cada mano, ni siquiera el grandote.

    Se acercaron hasta nosotros, estábamos a punto de emboscarlos cuando el escolta, que iba al frente de la caravana, se detuvo e hizo una seña a los demás. Entonces se quitó la capucha, era un hombrelagarto, el maldito detectó nuestra posición oliéndonos.

    —Bandidos, pueden mostrarse, ya sé que están ahí —dijo.

    Hablaba la lengua común de forma muy fluida, por sí solo es raro que uno de su especie, los que se llaman a sí mismos “Hijos de Slootirez”, salgan de los límites de Van Paladez, la nación pantano, pero jamás había escuchado de uno que viajara tan cerca de Cuna del Rey, hasta entonces. Los suyos son seres de costumbres muy peculiares, muy reservados y muy religiosos con su dios Slootirez.

    —Tienes muchos cojones, lagartija —Mandilor fue el primero en descubrirse y tratar de parecer amenazante, aquella exhibición daba más pena ajena que miedo —, ¿qué hace un piel escamosa como tú fuera de esa mugre de pantano que llaman país?

    Detrás de Mandilor apareció Konstanz. Ragor, Baltazar y yo salimos también, no tenía sentido seguir escondidos. Ragor estaba hecho una fiera, las venas en su cabeza parecían estar por explotar mientras miraba a Mandilor, con el ceño fruncido. El paladiciano se daba cuenta de todo, lo sé.

    —Mi nombre no es lagartija, señor. Preferiría que me llame Saraxo do Naxoz —parecía muy calmado y eludió fácilmente la pésima provocación de Mandilor, cualidades de una criatura inteligente —. También agradecería si me llama Hijo de Slootirez, aunque con que me diga paladiciano me basta; y le aseguro que Van Paladez es una nación hermosa, no solo…

    —¡Basta de chácharas! —espetó Ragor —. Escúchame, paladiciano, no tenemos nada en contra de ti ni de tus amigos comerciantes. Solo queremos las joyas, que sabemos que llevan. Quítate de en medio y sigue tu camino con o sin ellos, no me importa, yo solo quiero las piedras.

    —¿Es usted el líder de esta… organización, señor? Lamento decirle que estos buenos bastianos me han pagado para protegerlos camino a lo que ustedes llaman “Cuna del Rey” —el ambiente estaba pesado, he sobrevivido a muchas batallas y ya sabía que esa sería otra más que enfrentar, aquello no podía terminar bien de ninguna forma —. Mi honor como Hijo de Slootirez no me permite dejarlos aquí a su suerte. No obstante, puedo darles a ustedes la oportunidad de retirarse y prometo no hacerles daño.

    Una carcajada múltiple siguió a ese comentario. Admito que hasta yo me reí; era obvio que Saraxo do Naxoz era un sujeto peligroso, aun así le superábamos en número, por lo que alguien cuerdo no estaría tan confiado. Tras las risas, Ragor solo respondió:

    —No iremos a ningún lugar. Elige, las piedras… o la vida —desenfundó, nosotros hicimos lo mismo.

    —La vida, entonces. Retrocedan un poco, por favor, esto terminará pronto —indicó a los comerciantes que cuidaba —. Quiero que sepan que, lo que pasará aquí no es obra del destino, ni culpa de Slootirez, creador de todo lo vivo. Fueron solo sus decisiones las que los llevaron hasta mí, y ahora serán solo sus decisiones las que terminarán con sus vidas —desenfundó las extrañas armas que llevaba a la espalda. Eran tan largas como una lanza, similares a hachas, pero sus hojas lucían extremadamente finas con extrañas variaciones y grabados.

    —Esas armas deben tener una especie de magia —nos advirtió Ragor, aquello era obvio por los grabados y porque los paladicianos son practicantes de magias, desconocidas en su mayoría para el resto del mundo —. Tengan cuidado.



Foto original de Pixabay | Pexels

   

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