El guerrero e Itiria
No se doblega el que se espanta,
sino el que entrega de súbito su alma llana.
No se encienden las canciones,
con solo el albor de agudos errores.
No hay cabida en las lucientes estrellas,
para aquellos que solo buscan promesas.
Desde las lejanías un caballero errante
arrojó su arma en una tierra sin espadas.
Forastero escucha, yo soy Itiria,
soy la tierra madre de aquí hasta Estinria,
con tu sobrante relegado me has profanado,
su férreo acero a mis hijas ha envenenado.
El guerrero renuente con sus ojos vislumbró
a la tierra levantada y a su rostro protestó:
“Mi arma arrojada no es un hechizo malsano,
es una espiga que con vehemente ira depongo”.
Tus palabras no convencen a mi certidumbre.
Yo te he visto en un sueño horripilante,
viniste de la tierra del acero y el fuego,
donde todos los hombres se hieren en un juego.
Es por eso que vengo, ¡oh, tierra facunda!
A huir de la tiranía opresora y malvada,
desligué mis querencias y temores pasados
para sumir mis rencores en prados desahogados.
Lamentablemente a tu objetivo cohíbo,
yo Itiria la tierra tu acceso aquí prohíbo.
Ni mis verdes hijas, ni mis templadas montañas
intimarán la crueldad de tus insidiosas artimañas.
El hombre resignado no tuvo otra opción,
al ver detenido el anhelo de su corazón,
tomó su reliquia, manchada y ominosa,
y se marchó relegado de esa tierra pasmosa.
Antes de avanzar miró a sus espaldas,
bendijo la tierra conjurando plegarias.
No se llevó ningún rencor aparente,
solo un capricho que se arraigó mal hiriente.
Escrito por @universoperdido. Viernes 31 de julio del 2020
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