El huésped de la posada Don Emilio (Cuentos de Mizú)

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Arte: Julian Met'yu

«No merece la pena recordar el pasado, a no ser que tenga alguna influencia sobre el presente»
—Charles Dickens.

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La noche empezaba a caer cuando un automóvil se detuvo frente a la posada Don Emilio. Se abrió su puerta y de ella surgió un hombre muy pálido con cabellos y barbas grises. Estaba despeinado y su camisa tenía manchas de comida. El conductor bajó para despachar su equipaje, y el hombre miró a su alrededor como aquél que se reencuentra con un sitio conocido.

El visitante encaró la entrada y rascó suavemente la punta de su nariz. De inmediato notó que estaba entumecida. Un denso vaho salió de su boca mientras ajustaba el cuello de su gabán. Metió ambas manos en sus bolsillos, sacó un puro con la derecha y lo puso en su boca mientras extraía una caja de cerillos con la izquierda.

En ese momento, yo lo observaba desde mi casa, acostado en el marco de la ventana. Mi hermano estaba sentado a mi lado. Al observar lo que hacía el visitante, protestó con un gruñido, se erizó y se fue de inmediato a ritmo de trote.

Desde que éramos pequeños, Michí y yo habíamos sido testigos de varios tipos de rituales. Debíamos ser entrenados en las artes oscuras rápidamente, ya que nuestra vida no suele ser demasiado larga. Cuando cumplí un año de edad, ya había estado en al menos sesenta rituales diferentes, y varios de ellos tenían consecuencias muy peligrosas.

Las formas de las artes oscuras son muy diversas, pero guardan algunos elementos comunes. Muchas veces se requiere de fuego para canalizar apropiadamente la magia. La combustión genera un tipo de energía que es capaz de romper las barreras entre los dos mundos. Hay quienes creen que al encender una llama en nuestro mundo, también se enciende una llama en el otro.

Un ritual no tan riesgoso suele usarse con frecuencia en Venezuela. Su objetivo primario es crear un puente con el Otro Mundo para contactar el alma de personas fallecidas. Ese ritual no debería causar problemas para la mayoría, pero los gatos somos extremadamente sensibles para percibir las fuerzas caóticas e inenarrables que existen en el Otro Mundo.

Rituales como ese nos producen una sensación muy desagradable. Creo que mi hermano llegó a tener una experiencia traumática en medio de uno de ellos. Es algo incierto. Siempre fue bastante callado y nunca llegó a contarme sobre eso. Yo solo lo intuyo por la forma en la que reacciona al olor del tabaco.

Pero el hombre que estaba del otro lado de la calle no intentaba realizar ningún ritual. Él solo quería fumar. Cuando mi hermano se marchó, el mayordomo de la familia Hoffman apareció en el umbral que daba entrada a la posada de Don Emilio. El visitante caminó hacia él y cruzaron sus miradas con una tensión notoria.

Ellos hablaron por un largo rato, y me pareció que aunque su lengua materna era el español, el visitante tenía un acento inusual y una terrible pronunciación. Me quedaba claro que una fuerte dosis de alcohol empeoraba mucho su habla.

El motivo de su visita ya lo sabía. Todos se habían enterado en el pueblo. Al día siguiente, los Hoffman celebrarían una boda. O al menos eso era lo planeado. La ceremonia sería durante la tarde, y la mujer que contraería las nupcias era la chica más joven de la familia.

Pude escuchar la conversación que el visitante tuvo con el mayordomo, y logré deducir que el hombre era nada menos que el padre de la novia. Por eso, el mayordomo le insistía en que se hospedara en la mansión familiar, pero él no estaba interesado. Ante la terquedad del visitante, el mayordomo no tuvo más remedio que desistir y decirle: «Lo veré en la mañana, señor Hoffman»

El visitante entró tambaleándose a la posada, y como si su borrachera no fuera ya suficiente, pidió de inmediato que le sirvieran una botella de Whisky. Se quedó en una habitación que estaba preparada para albergar varios huéspedes, pero él la ocupaba completamente solo.

El resto de la noche, el huésped estuvo sentado frente al balcón, desde donde tenía una vista completa de la mansión de su familia y el infame Bosque Grisáceo. Yo alcancé un techo donde podía observarlo. Algo sobre él me llamaba mucho la atención. Era un hombre con el alma claramente plagada de sombras.

Lo que pasaba por su mente solo él lo sabía, pero era claro que la boda por venir no le producía ninguna alegría. Por el contrario, le había traído los peores sentimientos en medio de una noche coronada por la luna llena. Algo lo atormentaba, y no era lo que podía ocurrir en el venidero matrimonio, sino un asunto del pasado.

En aquella intranquila soledad, el hombre siguió fumando y bebiendo sin parar, como si intentara ahogar sus pensamientos y se frustrase por la falta de éxito. Cuando las doce se dieron en el reloj, él ya se había quedado dormido . La noche hubiera terminado sin ninguna otra incidencia, pero la suerte dictó para él un evento extraordinario.

Algo curioso llega a ocurrir con algunos rituales que pecan de ser demasiado simples. Y en determinados lugares con fuerzas etéreas particulares, estos pueden potenciarse incluso para aquellos tan inexpertos que ni siquiera saben que han ejecutado un ritual.

El hombre que se hospedó en la posada Don Emilio cometió varios errores esa noche. Se había fumado un tabaco hasta consumirlo por completo; en un momento de torpeza, dejó derramar licor en el suelo; y entre llantos y musitares, no dejaba de repetir el nombre de alguien que había fallecido. Alguien que él había amado mucho.

La madrugada llegó acompañada de brisas gélidas que estremecieron a aquel hombre ebrio que apenas había logrado conciliar el sueño. Él despertó tembloroso; sus ojos se abrieron tímidamente dejándole ver su brazo erizado. Levantó la mirada, y falló al enfocar por un instante.

Cuando finalmente pudo ver con claridad, lo que tenía frente a él lo dejó sin aliento. Era la mujer de su vida, la que amó más que a sí mismo. La esposa que murió al dar a luz a su última hija.

—¡Teresa! —musitó el hombre— ¿Eres tú, amor?

—Soy lo que fui, lo que crees que soy; pero también soy muchas cosas más allá de lo que puedes entender.

El hombre se incorporó y toqueteó su rostro tratando de reconocerse consciente. Entonces preguntó: —¿Acaso he muerto ya?

—No, cariño —replicó el espectro—. No has muerto porque aún respiras, pero tú dejaste de vivir cuando dejé de estar contigo.

El visitante asintió y dijo: —No tengo vida sin ti, Teresa. No he tenido un solo día de paz en estos quince años.

—Tampoco yo, Marco. No habrá paz para mí hasta que me dejes ir. Nadie en esta familia ha podido dejar de sufrir por algo que no podíamos controlar, y tú eres quien más se ha entregado a ese dolor.

—Yo te vi morir —dijo el hombre entre lágrimas—. Te escuché rogarme que te salvara una y otra vez. Tus palabras, tu rostro de dolor, tu mano en mi brazo… Todo eso me ha atormentado desde entonces. Yo no pude salvarte.

—No fue tu culpa, Marco. Pero todavía puedes salvarme protegiendo a nuestra familia. Nuestra hija está a punto de casarse y ambos hemos estado ausentes. Si todavía me amas, hazle saber que lo lamentas. Dale todo el amor que yo no puedo darle.

—No sé ni siquiera si soportaré mirarla a la cara. Ni siquiera sé como luce hoy en día, amor, pero sé que siempre fue idéntica a ti.

—Lo es, pero tiene tu carácter. Sin importar que estés lejos, actúa como tú.

El hombre empezó a reír —¿y solo viniste a decirme eso?

—Yo no vine, Marco, tú me trajiste. Pero si quieres saber, pronto se acabará mi tiempo.

Miles de preguntas cruzaron por la mente del huésped, pero solo una le importaba.

—¿Me extrañas?

—Para mí eso ya no tiene mayor significado. Pero si te lo preguntas, me hiciste muy feliz. Fuiste lo mejor que tuve en mi vida.

—Tú también lo fuiste para mí —respondió el hombre y rompió en llanto. Entonces usó sus manos para despejar las lágrimas que inundaron su rostro y cubrió su vista. Al mirar de nuevo al frente, no encontró al espectro.

Llegó la luz del día y una boda empezó a prepararse. La Iglesia de la Santa Madre recibió a los invitados. Había alegría, había trajes ostentosos y mucha expectativa.

Toda la capilla se vistió de rosas y calas, y el sacerdote estrenó una casulla de seda que le obsequió la familia de la novia. Saludó al novio frente al altar y le dio su bendición. Entonces marcha nupcial brotó del órgano para iniciar la ceremonia.

Cuando la novia arribó en su carruaje y abrió la puerta, se encontró con la mano de un hombre de cabello canoso, bien peinado, con el rostro pulido y las vestiduras impecables. Ellos cruzaron sus miradas, y encontraron en el rostro del otro unos ojos brillantes y una dulce sonrisa.


"Los Cuentos de Mizú" es una antología de cuentos de horror escrita por Eddie Alba e ilustrada por Julian Met'yu. Esta nos lleva a conocer las historias del distinguido y desaliñado Mizú, un gato experto en ciencias oscuras y gran conocedor de leyendas que investiga las interacciones de los seres humanos con lo sobrenatural.

Descubre los cuentos:

○ Primera saga: Heiligen Mutter

Prefacio
El ritual
El revolotear de las moscas
El último y pútrido aliento
La maldición de Heiligen
Mi última noche en Heiligen
El fin de mis sueños
La bestia del Bosque Grisáceo
Un cofre de secretos


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📷 Imágenes | Pictures: Julian Met'yu

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✒️ Edición | Edition: @huesos

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