Lección de vida

Me gustaría empezar contándoles que todos los años entre los días 2 y 6 de Enero salgo junto a mi fraternidad a un apostolado llamado Epifanía que se realiza en la Sierra de Perijá y pues este relato fue escrito luego de que culminara dicho apostolado.

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El primer día, luego de varios inconvenientes que se nos presentaron con el transporte, llegamos un poco más tarde de lo esperado; cansados, pero alegres por haber llegado a nuestro destino. Bajamos el equipaje para disponernos a comer, bañarnos y finalmente descansar, ya que el día siguiente nos tocaba visitar las comunidades yukpas: Cunana, Ipica, Zarapay, Canovapa y Kiriponsa. Luego de otros inconvenientes terminaron siendo nada más Ipica, Terakibu, Zarapay y Chocumo.
Finalmente, me tocó en la comunidad llamada Terakibu. Mi primera reacción fue de rechazo pues no quería visitar una comunidad cercana; pero uno de mis hermanos me dijo algo cierto:“Si Dios te puso en Terakibu es porque te tiene algo preparado en esa comunidad, quizás en futuras epifanías te tocará en comunidades más lejanas”. Reflexioné al respecto y, con la mayor de mis alegrías dispuesta para ser contagiada, nos dirigimos a Terakibu.
Luego de tres horas caminando por barro y piedras, y atravesando ríos, llegamos al cerro donde se encontraba la comunidad, la cual comenzó a cantar y bailar con nuestra llegada. No entendía lo que decían ni el porqué lo hacían ya que nunca nos habían visto, pero me sorprendió cómo en sus rostros se reflejaba la alegría de bailar junto a nosotros. Como veníamos cansados luego de esos bailes, fuimos a bañarnos al río antes de que oscureciera. Al caer la noche siguieron con danzas y al finalizar fuimos a dormir. Amaneció y luego de hacer la oración de la mañana, jugamos con los niños de la comunidad; allí entendí a que se refería el hermano al decir que Dios tenía algo preparado para mí: pude ver en la inocencia de cada niño los ojos de Dios.
Entendí que los niños son como las estrellas: nunca hay demasiados y que de ellos es el reino de Dios, ya que los niños son seres puros porque no tienen discernimiento ni conocimiento acerca del bien o el mal. Me marcó el hecho de que sólo con estar allí para ellos era motivo de celebración, entonces recordé la frase de la Madre Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”.
Esa misma tarde, luego del almuerzo comunitario, llegó el momento de entregar ropa y juguetes a las catorce familias que se encontraban en la comunidad. Al ver la alegría con la que recibían la ropa que ya había sido usada por alguien más, aprendí mi segunda lección: “Lo más importante no es lo que damos, sino el amor que ponemos al darlo”.
Luego de eso me tomé el momento de admirar el paisaje, y pensando en lo que había vivido ese día, llegué a la conclusión de que nosotros en la ciudad éramos realmente los pobres, ya que el dinero sólo puede comprar cosas materiales, como alimentos, ropas y vivienda. Pero se necesita algo más. Hay males que no se pueden curar con dinero, sino sólo con amor. Entonces allí aprendí mi tercera lección:“La falta de amor es realmente la mayor pobreza de todas”.

¡Oh, mi Dios! Enséñame a ser tan feliz como la gente de Terakibu

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