Ryadkala: grito de libertad | Relato corto |

Ryadkala: grito de libertad

 

    —¿Y si lord Gadaff decide no enfrentarnos directamente y se escuda tras los muros? —el resto de hombres del consejo se había marchado ya, a prepararse para la batalla, pero Jabir Jarah no, él era más leal que los demás, siempre lo había sido.

    —No lo hará. Nos supera dos a uno, y sabe que no solo todo Bastán, sino el sur entero está observándolo —lord Adel Zuhair observaba el mapa fijamente, como si en un descuido pudiese cobrar vida y huir —. Si notan alguna señal de debilidad de su parte estará acabado y lo sabe —Jabir sentía especial curiosidad por adivinar en qué pensaba el estratega. ¿Realmente un veterano de guerra podía estar tan confiado sabiendo que sus números eran casi la mitad que los de su enemigo?

    —¿En verdad haremos esto, milord? —la mirada del lord, y general en la Gran Guerra, fue cortante, como un cuchillo caliente pasado por mantequilla. Solo lo vio por unos segundos y le dijo:

    —Hoy todo terminará, hermano —le extendió el brazo, su consejero correspondió al saludo.

    Ambos cogieron sus cimitarras y las cargaron en las vainas. Afuera millar y medio de hombres les esperaban. «Conque así se siente estar a punto de enfrentar una batalla» pensó; siempre había sido un hombre tranquilo, aunque dedicó su vida a una carrera política; lo suyo era dar consejos, planear estrategias y llegar a acuerdos, pero ese día estaría en el campo por voluntad propia. En una revolución no se podía prescindir de espadas.

    El viento, que levantaba constantes polvaredas, era intenso a pesar de ser de noche, casi tan intenso como el olor a salitre. En las cercanías del Mar Siseante siempre era así. Jabir recordó cuando un noble le contó una vez que «Bastán es como una amante incomprendida —en su momento aquello le sonó como la plática estúpida, común en los borrachos —. Sí, puede por fuera parezca un montón de arena desértica, sin alma ni piedad. Pero, si las conoces, si miras bien dentro de ella, verás que está llena de oasis, verás el mar, los arboles frutales y puede que hasta llegues a amarla, ¿sabías que la mejor fruta de Epimeteo sale de aquí? Pues las mejores amantes también son las más incomprendidas». ¿Qué tan ciertas serían esas palabras? Esperaba poder sobrevivir al enfrentamiento venidero y conocer a una amante incomprendida para poder comprobarlo.

    —¡Soldados! —la Gran Guerra podría haber terminado hacía quince años, pero lord Adel Zuhair no había perdido el temple que hacía que todos sus hombres le respetasen y atendiesen a su llamado siempre; apenas alzó la voz ya cada uno de los presentes estaban prestándole atención como corderos —. Hoy no libraremos una batalla cualquiera, la de hoy será la batalla de nuestras vidas. Sé que varios de ustedes participaron en la Rebelión de los Elfos, algunos incluso estuvieron a mi lado en la batalla de Monte Negro, pero créanme cuando les digo que esta será una batalla más importante para la historia de Bastán, y para cada bastiano y bastiana sobre esta tierra —mientras hablaba las venas en su frente y cuello se marcaban cada vez más y el público transformaba su semblante temeroso en una mirada iluminada y cargada de esperanza; Jabir lo notaba, una importante parte de su trabajo se basaba en saber leer los rostros de las personas. Zuhair continuaba exclamando:

    —¡Por la gloria de nuestros ancestros y por el futuro de nuestros vástagos, hoy pelearemos, ganaremos y nos liberaremos del yugo del maldito Imperio! ¡Somos Nacidos de la Arena, hijos de Bastán nuestra patria, y hoy seremos libres! ¡¿Quién está conmigo?! —En seguida todos los presentes respondieron «¡Nosotros!» como una sola voz, casi parecían ser diez mil gigantes en lugar de mil quinientos hombres comunes — ¡¿A quién pertenece Bastán?! —«¡A nosotros!» respondieron esta vez, con la misma energía. El lord general alzó su cimitarra al cielo y todos le imitaron, eufóricos.

    Partieron hacia Campoluminoso, llamado así porque las estrellas y las lunas iluminaban la arena de tal forma que la hacía parecer que emitiera luz propia en las noches; el viaje solo duraría un par de horas en varanocuervos, enormes lagartos montura, de tamaños aproximados a los de los caballos y pieles tan negras como un trozo de carbón, domesticados por los bastianos desde hace más de mil años, y que son el medio de transporte más usado a través del desierto. Ryadkala, la ciudad capital amurallada de Bastán, aguardaba «como una amante incomprendida» quiso creer.

    A su lado, un conocido se le unió en la marca:

    —¡Sir Libro! —le saludó una voz en tono entre amitoso y burlón. Se trataba de Gaman Arafat, un muchacho de quince o dieciséis años, primogénito de Gul Arafat, lord de Tuna Escarlata. Un chico bueno, pero demasiado impertinente y maleducado.

    —¿No deberías estar con lord Gul, Gaman? —preguntó. Le molestaba un poco ver la sonrisa bobalicona en la cara del chico, dadas las circunstancias —

    —Lord Gul está viejo, va hasta atrás en la marcha. Yo quiero ser de los primeros en ver Campoluminoso —cada palabra que salía de su boca se oía como un regocijo —, casi nunca he salido de la Tuna.

    —Luces muy feliz para estar a punto de ir a la guerra, chico.

    —Liberaremos a mi patria y derramaré sangre de imperiales, ¿cómo no voy a estar feliz?

    Jabir no respondió. «Tú nunca has derramado sangre, niño, ni tienes idea de cuán temible es estar en el campo de batalla... pero ya lo verás», ¿ese pensamiento era dedicado al joven hijo del lord Arafat o a sí mismo? No lo sabía, no obstante estaba seguro de que lo averiguaría pronto.



Foto de Pixabay | 272447

   

XXX

   

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