El año cero de la Segunda Era | Relato corto |

El año cero de la Segunda Era

   

    Los registros de los Primeros Humanos nos narran que atracaron en estas tierras, hace cuatro mil un años, atravesando el Mar de la Serpiente de Hielo con tres barcos, dando así inicio al año cero de la Segunda Era. Cincuenta y tres exploradores, comandados por Anatole Epimeteo, desembarcaron en un suelo frío e inhóspito. Esto último resultó ser no tan cierto, pues pocos días tardaron en encontrar las primeras construcciones de una civilización, hasta entonces desconocida, junto con sus habitantes: seres idénticos a ellos a excepción de su piel pálida, alargadas orejas, las tonalidades radiantes de sus iris acompañados de corneas negras y su obviamente superior resistencia al frío, puesto que la mayoría, machos y hembras por igual, andaban con los torsos descubiertos. Estas criaturas se hacían llamar Laos Soridum, la traducción más exacta a la lengua común para esas palabras sería "Hijos de la Nieve", posteriormente conocidos como elfos de las nieves.

    Humanos y elfos de las nieves tuvieron un primer contacto pacífico, a los exploradores les resultó desconcertante que estos, a pesar de gozar de una inteligencia y tecnología similar a la de ellos en muchos aspectos, nunca buscasen viajar más allá de sus tierras; esto lo reseñó Homero Andreus, médico y uno de los escribas de la expedición, en su autobiografía. Estas criaturas parecían ser en extremo corteses, tratando de hacer sentir lo más cómodos posibles a sus huéspedes, a pesar de la barrera del lenguaje, en sus templos y grandes palacios.

    Cuenta una historia popular, que también es una canción muy famosa entre los bardos, que uno de los marinos preguntó, en estado de ebriedad y haciendo ademanes y señas, a Arimilio Furiel Arinderio, el mismísimo Sumo Sacerdote y máxima autoridad de los Laos Soridum, por qué les trataban tan bien. El sacerdote solo habría respondido: «foridies emitium ragar, cor Mariol, Inkrosis, Tatariel»; los marineros presentes en la sala debieron de pensar que serían algunas palabras de cortesía, sin embargo en realidad eso significaba «que descansen en paz junto a Vida, Salud y Muerte». Vida, Salud y Muerte, como la mayoría sabrá, son las tres deidades élficas, adoradas por la mayoría aún hoy día, y aquella frase era comúnmente usada para los fallecidos.

    A la mañana siguiente, de cuando habría sucedido este hecho, dos miembros de la tripulación desaparecieron: un paje llamado Uro, y un boticario, asistente de Andreus, de nombre Eudor; siguieron desapareciendo marinos de dos en dos por los siguientes cinco días. Ninguno de los elfos de las nieves se responsabilizó o dio respuesta sobre los desaparecidos hasta que Platoz de Aricia, teniente de Epimeteo, descubrió a sus compañeros, la mitad ya muertos, cortados múltiples veces en el pecho y espalda y colgados sobre jarrones en los que caía su sangre, gota a gota. Nunca se supo exactamente qué hacían con la sangre humana, pero hasta el día de hoy se manejan dos hipótesis: la primera es que nuestra sangre contiene propiedades que la de los elfos no posee, la segunda, y la más aceptada, es que sencillamente eran usados como sacrificio, una práctica a la que los antiguos elfos de las nieves estaban muy acostumbrados, el problema con esta presunción es que, aunque todos sus métodos de sacrificio consistían en infligir dolor en demasía y una muerte lenta, este en particular no fue encontrado en ninguno de los registros de sacrificios elfos.

    Aquel descubrimiento ocasionó el primer enfrentamiento entre humanos y elfos de las nieves; en esta primera batalla, que se llevó a cabo en Orcidirum, el templo del Sumo Sacerdote, el propio comandante Anatole Epimeteo habría acabado con la vida de ocho enemigos con su espada Corazón Sangrante; falleció al día siguiente a causa de sus heridas, luego de emprender la retirada. El resto de los sobrevivientes, diecinueve hombres entre los cuales estaba Platoz de Aricia, huyeron en dirección norte rumbo a la carabelas en las que habían llegado, mientras eran perseguidos por cazadores que conocían mejor el terreno. Milagrosamente, llegaron a los navíos al tercer día de marcha continua, apenas unos minutos antes que sus perseguidores.

    Desde la Esposa del Sultán, la más grande de las tres embarcaciones, otra batalla se libró, ya que los elfos siguieron tras ellos en botes. Esta vez los exploradores consiguieron repelerlos con éxito, sin que ninguno pudiera acercarse al barco gracias a la ventaja que representaron los cañones. Homero Andreus también cuenta en su autobiografía que lograron acabar con la vida de al rededor doscientos elfos de las nieves ese día, aunque es un dato impreciso y no verificable; otros cuatro humanos perdieron la vida en esta batalla, victimas de lanzas con magia, un poder que para ese entonces nuestra especie no conocía. A sabiendas de que solo seguían con vida un cuarto de los hombres con los que habían llegado, y que así no había forma de pilotar las tres naves, Platoz de Aricia dio la orden a los dos marineros más rápidos de la tripulación, unos gemelos plebeyos llamados Pek y Kep, de saltar entre ellas para recolectar la mayor cantidad de provisiones posibles. Una vez hecho esto elevaron anclas.

    Las costas de esta nueva y violenta tierra desaparecieron de la vista de los sobrevivientes al primer día. Once meses después un ejercito de mil naves regresó a aquel suelo frío e inhóspito. Entre sus filas, Platoz de Aricia fungía como capitán del Valor de Epimeteo, el buque de guerra más grande que ha existido hasta la fecha. La Primera Guerra Humano Elfo comenzaría ese día.



Foto de Pixabay | Comfreak

   

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