El último deseo del Emperador | Relato corto |

El último deseo del Emperador

   

    La puerta no tenía seguro. Él entró, con una mano en el pomo y la otra en el mango de la daga, atento a la posibilidad de que fuera una trampa. Adentro vio una cama, la más grande que había visto jamás, una librería llena de tomos antiguos y pergaminos, un pequeño laboratorio herbario y, sentado frente a un escritorio, el Emperador leía un trozo de papel que sostenía entre sus viejas manos.

    —Así que estás aquí —dijo él al ver a su visitante, este estaba seguro de que sus arrugados y experimentados ojos lo detallaban con cuidado cada segundo que le observaba —. Insistí a Magno que era un sinsentido tratar de evitar lo inevitable. Nadie nunca ha podido burlar a la Fraternidad de Asesinos —comentó dejando escapar un suspiro.

    —Emperador Carmilo Ozim III. Es un honor conocerle al fin —replicó el asesino, que tenía la misión de matar al hombre que tenía en frente, e hizo una pronunciada reverencia —. El comandante Roberto Magno pasó mucho tiempo en los campos de batalla, tanto que olvidó que las batallas no siempre se libran con gritos y espadas —aseguró y, con una sonrisa, continuó diciendo: —. Algunas veces solo es necesario moverse entre las sombras y saber usar una daga.

    —¿Magno está muerto? —preguntó el monarca, ignorando el último comentario.

    —Así es.

    —Es una lástima. Siempre fue obstinado, pero era un gran soldado —afirmó y bebió un trago de la copa de vino que acababa de servirse —. ¿Y el resto de mis hombres?

    —Unos están muertos, otros no saben que estoy aquí.

    Aquella habitación era magnífica, no menos de lo que podría esperarse para la comodidad de un Emperador. En ella los tapices carmesíes con el grabado de la serpiente de bronce, el lobo de plata y el león de oro, símbolo del Imperio Ozim, cubrían las cuatro paredes, y un dulzón aroma perfumado las impregnaba. El Emperador echó un vistazo al tapiz a su derecha, se levantó de la silla y dijo:

    —¿Podrías hacer un favor a este viejo y cansado hombre? —el asesino asintió con la cabeza — Bien, primero ¿quién te contrató?

    —Su nombre es Sixto Forrel —respondió él sin más. El contrato hablaba sobre matar al soberano, nunca se mencionó algo respecto a anonimato para el contratista.

    —Forrel, el edecán de Ari —se lamentó por Arinel Ozim, su sexto hijo y heredero al trono por ser el único sobreviviente, solo pensar que fue tan ciego para no ver el peligro que bailaba a la sombra de su vástago le causó un dolor en el pecho —. Así que esto es un movimiento político.

    »Entonces, el favor que te pido es que mates a Forrel. Libra a Ari de su sucia influencia —ambos extendieron y apretaron las manos —… y bien, ¿cómo lo harás?

    El asesino puso su daga sobre la mesa, junto a ella dejó una botella de veneno y señaló ambas: «Usted elija». Ozim III cogió la botella: «¿Dolerá?», su fúnebre acompañante negó con la cabeza. Entonces vació el contenido en el vino, bebió todo en la copa y se recostó en la gran cama. Carmilo Ozim III falleció apenas cerró los ojos y el asesino desapareció como una sombra.



Foto sin edición de Pixabay | qimono

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