«Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la historia»
—Walt Whitman
Día 3
El cielo susurra palabras confusas. Certeras son las partículas del entorno, que unidas, chocan con fuerza contra las paredes externas de la cápsula. Empiezo a sentirme abarrotado, con una esperanza que lentamente desciende y fenece hacia su final. Había una tormenta de arena afuera, bastante fuerte por lo que pude sentir, ya que hizo temblar la cápsula.
Sigo aquí, pegado junto a este maldito radio que no recibe ninguna señal. He intentado varias veces modificarlo, ajustar las antenas transmisoras hasta intercambié los circuitos que conectan con los diferentes nodos de conexión, pero nada parece tener resultado. Al parecer, estoy condenado a permanecer en este lugar, sino es un buen rato, será hasta el día en que muera.
Han pasado setenta y dos horas ya, la comida y el agua se me agotan, pronto solo quedaran vestigios y moriré de hambre. He llegado a un límite, comienzo a enloquecer, porque no es más tortuosa la idea de que vas a morir a comparación con la espera. Esa que te abraza y te imbuye ideas corrosivas del libro de la demencia. Esa que solamente estrangula tu cordura hasta dejarte dócil a sus manos. Me vine abajo y por un instante me quebré, pero no sin antes vislumbrar una chispa de esperanza.
Ese día me quité el traje sintético y me puse mis pantalones viejos de la suerte, sé que suena tonto pero ya no tenía nada más a que aferrarme. Me senté en un pequeño montón de trapos viejos, ya con la mente sumamente golpeada, pero de repente, algo elevó mi corazón. El transmisor de radio comenzó a recibir estática, la luz roja comenzó a parpadear, significaba que venía de la central de la corporación ASTRA, y estaba empezando a funcionar.
Fui directamente al aparato y ajusté todos los paneles para obtener una comunicación más certera, pero no la conseguí. Sin embargo, recibí palabras entrecortadas e ilegibles y hasta creo que pude escuchar mi nombre. ¡Dios, no saben cuánto bien me hizo eso! Mi esperanza que estaba completamente por el suelo se levantó enérgica, fuerte y con ganas de enfrentar a la muerte. La transmisión duró poco, puesto que el transistor dejó de funcionar de repente. Se había descargado ya que lo había dejado encendido por dos días seguidos. Afortunadamente tengo suficiente energía para recargarlo nuevamente.
Mientras tanto, decidí reavivar reiteradamente mis ganas de buscar comida, o por lo menos, un poco de agua. Sabía que podía morir de alguna de las dos formas, pero si aún existía la manera de poder comunicarme con la central de nuevo, más vale que permanezca vivo y activo para entonces.
Reuní con premura mis herramientas, pero esta vez, llevé conmigo una navaja. En la anterior ocasión había olvidado llevármela ya que no pensé que fuese necesaria. Me embarqué en mi trayecto, de vuelta a aquel oasis, ya con el miedo perdido, completamente disipado de mi cuerpo. Vislumbré el hermoso cielo de colores cubierto de estrellas. Caminos de constelaciones se posaban frente a mis ojos, era como un espectáculo de magnificencia; fue una de las pocas cosas que no me molestaban de este planeta.
Al llegar al oasis, noté que todo estaba diferente. Las estalagmitas del suelo, que rodeaban a los extraños y retorcidos árboles, estaban cortadas desde sus puntas hasta la mitad. Me percaté de que no había trozos de ellos en ninguna parte, por lo que deduje que algo se las había llevado. Pasé por desapercibida esa observación y me concentré en la savia que brotaba de los árboles.
Mi objetivo principal fue estudiarlos, revisar su composición química para determinar si son consumibles. Tomé muestras nuevamente y las coloqué en grandes botellas de cristal, si tenía suerte y podía alimentarme de esa savia, tenía asegurada mi supervivencia en ese extraño planeta.
Al terminar, justo antes de retirarme por completo de aquel oasis, quedé paralizado por lo que mis ojos vislumbraron. Frente a mí se posó una especie de criatura hibrida insecto-reptil; y digo esto porque notoriamente tenía estas dos facciones bien remarcadas. Sus alas eran enormes, parecían venir de la especie de los anisópteros; las libélulas. Su cabeza moteada portaba dos ojos que a su vez, estaban compuestos por millares de ojos microscópicos que parecían sensibles a las sensaciones. La cavidad de sus fauces estaba cubierta por tenazas que se retorcían y eran grotescas. Era como ver una mosca con patas articuladas y garras en sus extremos.
Sus garras eran demasiado sorprendentes, era para mí difícil de concebir la estructura fisiológica de aquella criatura. Sus uñas eran rojas y brillaban al moverlas, y más aún, cuando las acercaba a mí. El resto de la mitad de su cuerpo era parecido al de una serpiente. Poseía una cola que se ondulaba al moverse. Arrastrándose cual reptil, cavilaba despacio hacia mi derecha sin despegar su mirada fija de insecto grotesco sobre mí. Se había acercado tanto que ya no sabía qué hacer, pero en ese momento la adrenalina había tomado mi cuerpo y cuando aquella bestia lanzó su primer ataque con sus garras, mis reflejos reaccionaron y lo esquivé.
Huí despavorido y la criatura fue tras de mí. Afortunadamente no era muy rápida, ya que, por lo que veía, no se movía muy bien sobre la arena; sin embargo, logró apoyarse sobre la superficie gracias a la ayuda de sus alas. Corrí ausentándome sobre unas dunas de poca altura que se encontraban a solo unos pasos enfrente de mí, y me refugié en una pequeña abertura entre ellas.
Guardé silencio por un buen rato, sabía que ella no me había visto puesto que sus sentidos parecen ser bastante torpes en este tipo de medio ambiente. Así que esperé un buen rato antes de salir y efectivamente lo conseguí. Al percatarme que todo estaba seguro, corrí rápidamente en dirección a la cápsula y cerré todas las puertas con protectores. Llegué sano y salvo pero sin ganas de salir un buen rato. Tomé un respiro y comencé a realizar mis experimentos, Dios quiera que esta sustancia sea comestible para sobrevivir aquí.
Escrito por @universoperdido. Miercoles 22 de Julio del 2020.
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