Cosechando Incongruencias - Relato


Fuente

Sombras infinitas

V
Cosechando Incongruencias

Un grito que desgarró la tranquilidad hizo que el momento se hiciera trizas. Los enamorados se separaron de golpe, y si no fuera porque Anastasia tenía el corazón acelerado y oprimido hubiese sentido alivio de romper el contacto, ya que tenía tantas dudas e inseguridades que estar cerca de él como si nada la hacía sentir como una hipócrita.

Le quería, y eso significaba que no podía dejarse nublar la mente por palabras, gestos, promesas bonitas. Empezaba a pensar que Max estaba reacio a hablar sobre los misterios de la granja y que era capaz de hacer cualquier cosa por evitarlo.

Él corrió a toda prisa y ella lo siguió, viendo su espalda y sintiéndolo inalcanzable, aunque no de forma física. Por un momento pensó en el carro estropeado y se preguntó nuevamente si había sido algo intencional, si el asesino que rondaba por la granja había metido sus manos para tenerlos atrapados. Pensó en Max. ¿Si el asesino mataba hombres únicamente, no corría peligro? Pero no podía ayudarlo si él no se dejaba, si no sabía lo que realmente estaba ocurriendo.

Chocó contra la espalda de Max cuando se paró abruptamente. Se volvió hacia ella con la desesperación plasmada en el rostro y le dijo «quédate aquí». El tono que había empleado no dejaba lugar a discusiones, y aunque por un momento estuvo tentada de llevarle la contraria, abrir la puerta por la que él había salido, se lo replanteó. La expresión de él terminó por convencerla.

Recordó el cadáver que había visto con más claridad de la que pretendía y dio unas cuantas arcadas, pero logró controlarse para no vomitar. Lentamente y con el corazón bamboleándole en el pecho, se acercó a la ventana. Su cuerpo estaba decidido a no mirar, pero su voluntad de saber permaneció fuerte y pudo más. Con los ojos anegándose de lágrimas se acercó a la ventana y vio lo que había afuera.

Max estaba acuclillado ante un cuerpo, callado ante los gritos y el llanto de un hombre que lloraba por otro, que rugía de dolor y furia como si lo hubiesen apuñalado, mientras pronunciaba una y otra vez el nombre de su hermano, como si de ese modo pudiese ponerse en pie. A Anastasia se le encogió el corazón, pero se despegó de la ventana, pensando que el único modo de salvar a Max de ese destino era sabiendo lo que ocurría.

Con una mirada determinada y pasos firmes se adentró más en la casa, buscando la puerta trasera. Salió a la inmensidad desértica de esas tierras abandonadas por los Dioses y buscó el granero. Al principio no pudo identificarlo, mientras que el granero actual era reconocible, el antiguo no parecía uno. Era gris, estaba destartalado y parecía albergar en su interior sombras profundas. Pensó que no era visitado con frecuencia, pero la puerta entornada la hizo cambiar de idea. Miró alrededor para confirmar que nadie la seguía y se dio cuenta que todo estaba más solo que de costumbre, quizá porque los trabajadores estaban reunidos en torno al cadáver.

Respiró profundo, esa soledad la incomodaba. Si el asesino anduviera por ahí… Si decidía cambiar de víctimas y empezar a incluir a las mujeres en su lista… Si había esperado justamente ese momento para atacar… Sacó discretamente la navaja que le había dado Max y entró, sin hacer ruido con sus pasos. Apenas respiraba.

Lo primero que captaron sus sentidos fue un olor extraño, como a encierro. Algo lógico, pero bajo ese olor había otro que no supo distinguir. Quizá cosas de la granja, cosas que una chica criada en una ciudad no podría identificar. Lo segundo fue la oscuridad casi absoluta, como había pensado, solo que pequeños espacios eran iluminados por los agujeros del techo y unas pequeñas bombillas naranjas que no producían la suficiente luz para todo aquel espacio. Solo que no eran bombillas, eran velas.

A quién diablos se le ocurría dejar velas encendidas en el suelo de aquel sitio, aumentando el riesgo de un incendio, pensó, aunque más le desconcertó saber por qué. Observó los promontorios, el cemento reciente, las cruces rústicas de madera. Aquel granero guardaba tumbas, los cuerpos de los muertos. El cemento fresco de una de las lápidas confirmaba que había habido actividad recientemente. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

En ese instante escuchó la puerta chirriar al abrirse a su espalda.

continuará...


Capítulos anteriores de esta historia:

I: El despertar de la oscuridad

II: Contacto con la muerte
III: Condenados
IV: Sembrando dudas

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