Condenados - Relato


Fuente

Sombras infinitas


III
Condenados

Despertaba por breves lapsos de tiempo para toparse con un lugar bañado en penumbra. Quería incorporarse de la cama, pero las sábanas las tenía enredada en el cuerpo, una maraña de tela que la forzaba a permanecer estática, contra la que sus débiles extremidades febriles no podían luchar. Entonces sus párpados pesados se cerraban, y todo volvía a desaparecer en la negrura.

No sabía cuánto duraba el estado de inconsciencia, ni siquiera lograba saber con exactitud qué ocurría consigo, solo podía sentir el cuerpo caliente, como si estuviese quemándose en vida, mientras que turbulentas imágenes la atacaban: trozos y fragmentos de escenas que la aterrorizaban. Por último se observaba doblada en dos, vomitando, mientras las voces hablaban, cerca pero a la vez lejanas.

—La maldición también ha caído sobre nosotros —creía escuchar, antes de que alguien reprendiera la voz y la hiciera callar. Después de eso el suelo había desaparecido, el sol, la granja… el cadáver portador de gusanos.

Una mano le tocaba la mejilla y el cuello constantemente, la frente y los brazos. La sentía aunque no abriera los ojos, aunque la realidad conocida estuviera prohibida para ella. Quería hacer algo por romper ese estado, pero volvía a dormirse antes de recordar qué era lo que quería hacer, antes de que pudiera reunir algo de fuerza y voluntad.

—¿Anas? —le susurró alguien. Max era el único que la llamaba así. Sí, era su voz—. ¿Me escuchas?

Anastasia abrió los ojos. Max estaba sentado en una silla pegada a la cama, aunque su cuerpo estaba apoyado del colchón, muy cerca de ella. Había preocupación y cansancio en su rostro, quizá algo más que eso, pero no supo qué.

—Te pusiste mal en el gallinero, cuando viste… el cuerpo de Andrés. Llevas dos días así, si continuabas de este modo te iba a llevar al ambulatorio, no lo hice antes porque…

Pero Anastasia había dejado de escuchar. Recordó la escena en el gallinero, vio con claridad la imagen que la había llevado hasta ese estado febril. Hubiese seguido vomitando de no haber sido porque ya no tenía nada en el estómago a lo que acudir. Cerró los ojos con fuerza y se obligó a apartarla de su mente.

—Estoy mejor —dijo. Max no parecía muy convencido pero asintió—. ¿Qué sucedió después de que me desmayara?

—Te trajimos hasta acá…

—Con el cadáver, Max —lo cortó—. ¿Qué pasó con Andrés? ¿Quién le hizo eso, lo saben?

Max la miró asustado, temiendo que quisiera escuchar del tema, quizá porque no se sentía en condiciones de rememorar todo el asunto. No deseaba forzarlo a hacerlo, pero necesitaba dejar de estar rodeada por la incertidumbre, las dudas, el desconocimiento.

—Sin mentiras, Max. Sin ocultarme nada, porque me largo, así sea caminando. ¿Qué tiene esto que ver con lo que pasó en la casa de los Hernández? ¿Cómo es que algo tan atroz ocurrió? ¿Por qué no me dijiste nada?

—Calma, no te alteres, tu salud está… Delicada. Te contaré, dame unos segundos.

Max respiró profundo y se levantó de la silla, como si planeara dar un discurso. Pero no fue así, caminó de un lado a otro, poniendo las esperanzas en que ese tramo del cuarto le aliviara los nervios.

—No es la primera vez que algo así pasa. Hace años tuvo lugar una serie de asesinatos por estos lados, sobre todo en la casa de los Hernández. Todos ocurridos de forma misteriosa, inexplicable. La policía no llegó a ninguna conclusión, y aunque por un tiempo prestaron su servicio a esa casa, no fue efectivo. Las muertes seguían sucediendo.

»Ninguno dio con la identidad del asesino. Así que todo se quedó así, nadie pudo hacer mucho más. Claro que los supersticiosos dicen que todo esto es producto de algo más, ya sabes cómo es la gente de pueblo, no tardan en inventar historias y explicaciones para algo que al parecer no la tiene.

—¿Qué historias cuentan? —preguntó Anastasia.

—Si empezara ahora, no terminaría nunca. Al parecer cada quien se inventó la suya propia. En parte es por eso que mi familia terminó por no venir más a la granja, muchos recuerdos, tragedias y misterios a los que ya no deseaban enfrentarse. Pero muchas personas siguen aquí. «Aquí nacieron, aquí morirán», dicen. Esos crímenes cesaron, por lo menos por un tiempo, por eso que me permití volver, pero jamás esperé que volviera a pasar. Supongo que el asesino sigue suelto. Aunque quizá estamos entrando en pánico y todo esto no es más que producto de una coincidencia, de que dos personas estaban en el lugar y el momento equivocado y terminaron… muertos.

Las sombras se habían disipado en gran medida cuando había corrido las pesadas cortinas para mirar afuera. El sol del atardecer penetraba en la habitación, iluminando de frente a Max, que tenía una expresión inescrutable. Sus ojos estaban perdidos en la lejanía, más claros de lo usual debido a la luz. Quizá fuera una coincidencia, se dijo Anastasia, pero no lo creía. Sobre todo porque se notaba que Max, pese a sus palabras, tampoco lo hacía.

Continuará…

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now