Sombras infinitas - Relato

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Sombras infinitas

I
El despertar de la oscuridad


El sol parecía derramar un manto de lava cuando el camión azul donde viajaba Annette Denis cruzó el puente de Maracaibo. Un accidente de tránsito había hecho que el vehículo permaneciera atascado en la inmensa construcción, haciendo que la impaciente muchacha se removiera incómoda en el asiento del copiloto. Quizá hubiese estado calmada de no haber sido por el calor sofocante que le abrasaba la piel y el desespero colectivo que se sentía en el aire, pero, sumándose a eso, estaba aguantando las ganas de orinar y llevaba así desde hacía rato.

El conductor, de aspecto descuidado y rústico, dirigía silenciosas miradas a Annette, sobre todo cuando parecía distraída con los paisajes desolados que se asomaban tras la ventanilla, pues la fila de carros había terminado al fin y habían podido continuar con el viaje. En una de sus miradas Annette volvió el rostro y se topó de frente con dos ojos gigantes que pertenecían al señor Raúl, su acompañante.

No supo que decir. Se quedó pasmada y fingió naturalidad, lamentándose por dentro de que el vehículo no contara con un radio, aunque no se sorprendía que ese no fuera el caso, ya que apenas parecía apto para moverse. Cuando su madre la dejó con sus maletas en la casa donde vivía Raúl y vio el camión donde debía viajar, se quedó atónita, preguntándose si ese cacharro en verdad funcionaba. No le quedó de otra que confiar en el criterio de su madre, la cual aseguraba sentirse más tranquila si viajaba en compañía de un vecino y no de un extraño.

Por suerte, el señor Raúl aceptó hacer el viaje y a un precio considerable, suponía la madre de Annette que porque cerca de donde esta iba quedaban las propiedades de su familia. Sin embargo, Annette pensó que se debía a su cacharro y a las pocas comodidades que ofrecía. Se lamentó, sobre todo porque no lo conocía lo suficiente como para mantener un viaje envuelto en una atmósfera normal. Ahora era la oportunidad de intentar hacerlo, el único problema era que no quería.

— ¿Qué pasa? —preguntó Raúl después de un ataque de tos. El sudor le bajaba a chorros por la frente y él insistía en absorberlo con un pañuelo descolorido y lleno de mugre que colocaba en su pierna derecha. Annette no sabía si lo ponía ahí para tenerlo a la mano o para cubrir el agujero de su jean gastado, de todos modos decidió que era asquerosamente peligroso. Contuvo una mueca de repulsión.

—Me preguntaba cuántos minutos faltan para llegar a la granja.

Silencio. Annette empezaba a sentirse incómoda de nuevo y supuso que el conductor no había escuchado a su pregunta, pese a que la había formulado de forma clara y precisa. Se debatió entre volvérsela a hacer o no cuando Raúl dirigió a ella esos ojos que empezaba a despreciar y se dignó a contestar.

— ¿Minutos? Ahora es que falta camino, mejor ponte cómoda, cielito.

No supo qué odió más, si el hecho de que la llamara «cielito» o la sonrisa que había venido después. Se pasó las manos por algunos mechones de su cabello rubio y sintió la humedad que los cubría, producto del calor. Exhaló y se pegó más a la ventana, resignada, intentando atrapar el poco de brisa que soplaba afuera, pero era precaria. No le quedaba de otra que esperar, aunque hubiese sido más fácil resistir si no tuviera que soportar también, aparte de la indeseada compañía, esas ganas de ir al baño que le atenazaban la vejiga.

Se cambió de postura y se sostuvo disimuladamente la parte baja del abdomen, intentando olvidarse de la necesidad, rogando poder aguantar hasta llegar a la granja, ya que no se sentía en confianza de decirle a Raúl que tenía ganas de ir al baño. Lo peor de todo era que a partir de un letrero que habían dejado atrás no se divisaba ninguna vivienda, ningún rastro de persona. Una idea empezó a ensombrecer su mente. ¿Acaso todo el recorrido iba a estar plagado de kilómetros despoblados?

Como para confirmar sus sospechas, el camión abandonó la carretera y se adentró por un camino de tierra cubierto de huecos que lo hacía traquetear, empeorando el malestar de la muchacha. Pronto fue tragado por la oscuridad de la noche, que cayó de golpe, impidiéndole ver bien lo que se ubicaba fuera de la ventanilla, ya que no abundaban las luces. Los árboles y la maraña de matorrales ofrecían figuras siniestras y sombras que se extendían infinitamente, le pareció a Annette. El aire se volvía frío a medida que pasaba el tiempo y le erizaba los vellos de los brazos. ¿Ese lugar sería tan horrible de día como lo era de noche?

El camión saltó un bache sin nada de sutileza y Annette soltó un quejido antes de doblarse en el asiento. Raúl la observó y ella se apresuró en aclarar a qué se debía:

—No es nada, es solo que desde hace rato… quiero ir al baño. Pero no importa, aguantaré hasta llegar a la granja.

—¿De verdad? Faltan horas de camino.

— ¡¿Horas?! —preguntó, arrugando la cara. No podía esperar horas.

Raúl estacionó y Annette lo miró asustada. ¿Qué esperaba que hiciera con el insinuante silencio, que se bajara en ese sitio? ¿Y si él la miraba? ¿Y si había cosas acechando en la oscuridad?

— ¿Te vas a bajar o prefieres hacerlo aquí? Por mí no hay problema —dijo Raúl, sin dejarle más opción. No parecía dispuesto a volver a arrancar.

De forma torpe y apresurada, Annette abrió la portezuela del camión y bajó. Falló un escalón y se le dobló el tobillo, pero no se detuvo, temiendo que Raúl pudiera ofrecerse a acompañarla. Ese ogro asqueroso le dio el valor que le faltaba para salir a la oscuridad de la noche e intentar encontrar un sitio escondido, pero ahora que estaba de pie en la inmensidad de ese lugar desierto y desconocido, su valor se reducía rápidamente.

Respiró profundo y, tratando de calmar su imaginación se perdió tras unos matorrales. Se bajó el jean y las bragas, y cuando se agachó le tronaron las rodillas. No fue el único sonido que escuchó, pues de todos lados provenían ruidos extraños, que parecían amplificarse, acercarse… El corazón empezó a martillearle desaforado en el pecho, más que antes, uniéndose al concierto nocturno. Cuando Annette se estaba subiendo rápidamente el pantalón, sintió en el hombro el tacto frío de una mano.

Continuará...


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