Su gallinero era el más grande y diverso de gallinas del pueblo. Y en los pueblos de los alrededores. Era el gallo más importante, el más ocupado y el más mimado del mundo. Su único trabajo era amar y proteger a sus sesenta y nueve gallinas y cantar cuando era hora de cantar. El gallo más hermoso con la voz más poderosa cumplió con sus deberes con rigor y amor.
Las mañanas de otoño en la cálida isla eran frías, pero eso no impidió que el gallo subiera al techo y gritara a todo el pueblo, invitando a su gente a quitarse las cobijas calentitas y levantarse de sus cómodas camas. Incluso el domingo.
El canto se detuvo a mitad de camino porque el gallo escuchó un fuerte retumbar. Le siguió una explosión y un terremoto. La gente y las gallinas corrían presas del pánico por todas partes, pero su única salida era el océano. Lava ardiente y rápida fluyó como basura desde la cima del volcán y envolvió la isla. El frío de la mañana se había ido. El gallo se quedó solo, harapiento e infeliz. No había nadie de quien alardear por la mañana.