Desde que comencé mis estudios de pregrado me prometí no hablar de temas que desconociera o de los que no hubiera investigado, sobre todo en aquellos casos en los que mi palabra pudiera tener un mayor peso, por ejemplo, en alguna red social o en una reunión familiar. Me aseguré de esto, al darme cuenta de cómo tantos profesionales que se desenvuelven en el ámbito educativo o pedagógico pretenden también abordar otras áreas, por ejemplo, sociológicas o psicológicas.
Todos alguna vez hemos escuchado un caso en el que la maestra cita a los representantes para hablar del comportamiento de su hijo, pero no solo para describir la conducta del mismo en el aula de clases, sino también para etiquetar y clasificar al infante. En este caso dicen cosas como: “El niño no copia las tareas, tiene un trastorno de déficit de atención” o “La niña se aísla y no habla con nadie, es autista”. Obviamente, no todas las maestras o docentes son así, pero he escuchado muchas historias de este tipo en las que los niños son diagnosticados por los educadores en los salones de clases y no bajo la observación de especialistas en el tema. Me causa disgusto el hecho de que los trastornos neurológicos o ciertas condiciones mentales se tomen tan a la ligera sin prever el impacto que puedan tener en el desarrollo del niño, y en sus propios familiares cuando estas se diagnostican.
Lo mejor es recurrir a los especialistas... En la mayoría de los casos, el problema no son los niños, sino los métodos educativos a los que están obligados a atender, y con los que deberían aprender.
Este es un tema muy delicado y que necesita muchísima mayor atención... por ahora me limité a dar mi opinión. Ustedes qué piensan?
Nos leemos en otro post amigos.