El poder de la atención.

Hoy quiero escribir sobre un tema que para mi es muy personal. Soy una chama sumamente pasional, entregada, afectuosa, dedicada y constante. Y ahí, en ese lote de virtudes, fue que me afinqué para estudiar una carrera en el área de la salud. Al principio quería medicina, pero por más que intenté, no quedé. Por el empeño de empezar a estudiar de una vez, tuve una segunda opción: Bioanálisis.

Sinceramente, ni pendiente con lo que esta carrera significaba. Siempre me gustó que me llevaran al médico, el ambiente clínico para mi era fascinante, que me tomaran una muestra de sangre no me molestaba. Pero jamás tuve la curiosidad de qué se hacía con ella.

En Bioanálisis el primer año es difícil más que todo por la transición que hay entre el bachillerato y la universidad. Los profesores son mucho más exigentes a nivel académico y las materias mucho más abstractas. Pasé de ser una niña que en química sacaba solo 19 y 20, a correr en círculos de la emoción por un 10. Pero normal, fue superable.

Lo “bueno” se vino en segundo año. El año más terrible de todos. Tenía 9 materias y estaba en un curso los fines de semana, la complejidad de las materias creció de una manera no esperada, las horas de sueño se acortaron, comencé a sufrir de un estrés que no conocía, en este año se formaron mis ojeras de pandita que algún día les mostraré. A partir de ahí, Bioanálisis se convirtió en un reto.

Si me preguntan en qué momento comenzó el amor, la verdad, y como pasa con todos los grandes amores, no lo sé. Me di cuenta que frente a un microscopio la vida no tenía más sentido ni se resolvían todos mis problemas, pero era un momento de pausa. Una pausa en la que no había más nadie que él y yo. El laboratorio clínico se convirtió en mi refugio. No importaba que tantos fracasos llevara fuera de él, ahí dentro no era una fracasada. Era yo misma, era buena, era libre. Ahí soy libre.

Con el laboratorio vienen las muestras biológicas, y con las muestras vienen los pacientes. Cada paciente es un universo, y eso me encanta.

Pero hay un detalle, me los tomo a personal. Y honestamente, me niego a creer que eso está mal.

No está mal que trate a mi paciente como a un familiar.
No está mal que luche hasta saber como ayudarlo.
No está mal brindarles un apretón afectuoso de manos o darles un abrazo cuando tienen miedo.
No está mal defenderlos de los médicos que carecen de vocación.
No está mal visitarlos en su habitación de hospitalización, confirmar si están bien, hacerlos reír.
No está mal ponerme algo triste cuando sé que van a morir.

El poder de la atención sana. Tal cual flor, si se riega y se mantiene con amor, florece más. Sino, se marchita. Tu tiempo siempre será el regalo más preciado, y tu atención tu mayor muestra de humanidad y amor. Amor por el prójimo, amor por quienes lo necesitan, amor porque sin él vivir carece de sentido.

Si hablamos de lo que está mal, acordemos que no hay nada más terrible que la indiferencia, en cualquiera de sus derivados: desprecio, displicencia, despego, desafecto, desamor, desdén, despegue, frialdad, fastidio.

Eso si mata. Mejor practica ser más humano, más generoso, ten empatía. Te aseguro que con eso, el mundo es un mejor lugar.




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