Bienvenidos a un nuevo mundo

Tengo un mundo en los dedos, un mundo donde no cae lluvia ni sopla el viento, mi cielo es color café, mi mar es tan dulce como la miel y en este crecen flores de una piedra llamada ónix, desde aquí no se ven montañas y no las extraño, mi nieve arde con la intensidad de un volcán. Me gusta pensar que nací de las cenizas de un árbol grande, aquel del que cuando era vieja me senté a escuchar las canciones que él le dedicaba a las raíces de su amada, que ya no bailaba para él, yo no conocía su historia pero al posarse la primera estrella baile sus canciones de cabeza por un largo tiempo, él sonrió, me contó la historia de él y su amada y al terminar me susurro "abrázame con fe y podrás crecer para ser niña otra vez, pero no te olvides de mí, mañana me toca morir para empezar a vivir" Estuve despierta por casi diez estrellas y cuando dormí me encontraba sola sobre mi ardiente nieve, mis huesos ya no dolían, mis pies volvían a sostenerme.

Pero no quiero ir muy adelante, al menos no por ahora, vamos un poco más atrás. Cuando tenía ciento ochenta y tres años corría cuesta arriba hasta el fondo de la cueva más alta, para volar en el fondo del mar, hacía esto cada tres estrellas para poder apreciar el caminar de esa bandada de aves cuya especie era mi favorita, juro que las espere tantas veces que ellas al pasar lloraban bajo mis manos para saludar, uno de los mejores recuerdos de mi vejez. 22853315_1132327603564399_6436071417931197311_n.jpg

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