El tumbao de Salomé (Relato corto)


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El tumbao de Salomé


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Nunca nadie ha visto llorar a Salomé, tampoco molestarse. Esa mulata siempre anda con la bemba colorá, con los dientes pelaos, con la broma en la lengua y con su meneao particular: un vaivén de caderas que hace suspirar al más pintao y hasta el más sobrao es admirador de ella.

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_Que ven acá, mi negra, le dice Liborio con galantería y Salomé con coquetería menea más su escultural cuerpo.
_Ujú, que ya yo sé qué tienes, negro mañoso, y qué vienes a buscar en esta negra. Solo no está, usted tiene dueña, así que vaya a soplar a su casa la candela, -dice con picardía Salomé mientras se carcajea.

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En el pueblo dicen que cuando Salomé nació, la matrona le dijo a Hilario:
_Esta negrita te va a sacar las canas verdes y te vas a poner viejo rapidito. Y dicho como tan hecho: Salomé desde pequeñita fue un terremoto, un aire fresco que despeinaba a cualquiera, y aunque en el caminar siempre fue una fiera, en el trato siempre fue mansita.

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Y por las calles del pueblo camina Salomé como si aquellas calles polvorientas fueran una pasarela. Sonríe, saluda, voltea, mientras camina como si en el cuerpo tuviera una rumba. Y Liborio suspira y el pueblo la mira, y exclama: "Qué bonita se ha puesto la mulata, siempre sonriente como si nunca le pasara o le faltara nada."


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HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS

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