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Ahora que aquí yazco, espero con la más sublime resignación a mi oficiante, sube los tres escalones de la calzada con gracia, mientras la plebe arremolinada me apedrea con su bulla. Dando desgarbados pasos alrededor de la plataforma aupa la voraz morbosidad del público, túnica oscura, capucha del mismo tenor de la que solo emergen un par de ojos inexpresivamente sádicos, oscuros como cavernas avernales.

Con cuidado sumo, cariño más bien, va disponiendo sus utensilios filosos en la mesa. Toma el curvado largo y lo muestra a la muchedumbre cuya exaltación me hace suponer que es su preferido. Lo desliza en el cuero que cuelga de su cinturón de arriba hacia abajo, cómo si fuera posible sacarle más filo, en una danza nefasta seguida de cerca por muchos ojos hipnotizados por el brillo que disparan a sus retinas primitivas.

Luego toma una par de navajas que parecen hermanas de la muerte, esa que no tiene prisa, las muestra poniéndolas frente a sí frotándolas libidinosamente una con la otra para dejarlas también en la mesa.
Una a una va desfilando su colección de utensilios acompañada de exclamaciones, que no han de ser de asombro pues esta muchedumbre parece estar acostumbrada a este macabro entretenimiento.

Aparto mi vista, miro al cielo, jamás lo había visto tan azúl, supongo también que la certeza del final agudiza los sentidos, los hace traspasar sus limitaciones físicas, acaso porque nuestra esencia coquetea con la incorporeidad del más alla. Como sea supongo que lo descubriré pronto.

Miro al oficiante nuevamente, sus fosas nasales despiden vapor de azufre, esta entretenido en mi torso. Miro más arriba, un cuervo se posa sobre el cadalzo y me quedo esperando su graznido o tal vez lo hizo y mis orejas en el piso no lo oyeron. Reparo en sus ojos, vacíos y fríos como cavernas del averno. creo haberlos visto en alguna parte. Ya no sé. No puedo pensar claramente. Miro a la multitud. Solo veo ojos de cuervos; Graznidos aunque no oídos, calcitrantes.

La redención tiene forma de filo destellante que cae como lluvia de acero y torna granate mi visión última de aquel, el implacable oficiante.

FIN

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Now that I lie here, I wait with the most sublime resignation for my officiant, gracefully climbing the three steps of the roadway, while the swirling plebs stone me with their noise.
Taking ungainly strides around the platform, he assumes the voracious morbidity of the public, dark robe, hood of the same tenor from which only a pair of inexpressively sadistic eyes emerge, dark as cavernous caverns of the caverns.

With extreme care, or rather affection, he arranges his sharp utensils on the table. He takes the long curved one and shows it to the crowd whose exaltation makes me suppose that it is his favorite. He slides it into the leather that hangs from his belt from top to bottom, as if it were possible to get more edge out of it, in a nefarious dance followed closely by many eyes mesmerized by the gleam they shoot into their primitive retinas.

Then he takes a pair of razors that look like sisters of death, that one that is not in a hurry, he shows them by putting them in front of him rubbing them libidinously one with the other to leave them also on the table.
One by one he parades his collection of utensils accompanied by exclamations, which should not be of astonishment since this crowd seems to be accustomed to this macabre entertainment.

I look away, I look at the sky, I had never seen it so blue, I suppose also that the certainty of the end sharpens the senses, makes them go beyond their physical limitations, perhaps because our essence flirts with the incorporeality of the beyond. Anyway, I guess I will find out soon.

I look at the officiant again, his nostrils are giving off sulfur vapor, he is entertaining himself on my torso. I look further up, a raven perches on the scaffold and I stand waiting for its caw or maybe it did and my ears on the ground didn't hear it. I notice its eyes, empty and cold as caverns of the underworld. I think I've seen them somewhere. I don't know anymore. I can't think clearly. I look at the crowd. I see only ravens' eyes; caws though not ears, calcitrant.

Redemption is shaped like a flashing edge that falls like steel rain and turns my ultimate vision of him, the implacable officiant, maroon.

THE END

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