If there is one story from my childhood that I still remember, it is the story of Camila. I studied in a public school near my house. I lived in a neighborhood where there was a lot of poverty, malnutrition and unemployment. Most of the families who lived there earned very little money and the money they did earn was spent on food. Camila had always studied with me. From first grade to sixth grade, which was the last year of elementary school, we studied together. Her parents knew my parents and we were always very good friends.

At school all the kids, especially a group of boys, teased her. Not only did they call her nicknames, which had to do with her color, since Camila was black, but they also made jokes like sticking gum in her hair, on her desk, and even hiding her notebooks. Although many of us girls did not agree with those pranks, we kept quiet for fear that the boys would hit us and the only thing we did was to comfort Camila whenever she cried. I remember that many times we told the teachers, but they did not impose, or at least I do not remember that they did it in a forceful way, any punishment to the transgressing children. This "soft and permissive" attitude made the children more offensive and violent.

On one occasion we went out for recess and all of us sat on a cement bench to eat the snack we had brought from home. A boy, with premeditation and malice aforethought, ran close to Camila, pushed her and Camila dropped the food she was carrying in her hands. Not knowing what to do, we stood with our mouths open, waiting for a response from the teachers who were nearby, but beyond a simple scolding, they did nothing more. The child who had committed the prank along with other children began to laugh because Camila was crying for her food.

Si hay una historia de mi infancia que aún recuerdo, es la de Camila. Estudiaba en una escuela pública cerca de mi casa. Vivía en un barrio donde había mucha pobreza, desnutrición y desempleo. La mayoría de las familias que vivían allí ganaban muy poco dinero y el que ganaban se lo gastaban en comida. Camila siempre había estudiado conmigo. Desde primer grado hasta sexto, que era el último año de primaria, estudiamos juntas. Sus padres conocían a los míos y siempre fuimos muy buenas amigas.

En la escuela todos los niños, especialmente un grupo de varones, se burlaban de ella. No sólo le ponían apodos, que tenían que ver con su color, ya que Camila era negra, sino que también le hacían bromas como pegarle chicles en el pelo, en el pupitre e incluso esconderle los cuadernos. Aunque muchas chicas no estábamos de acuerdo con esas bromas, nos callábamos por miedo a que los chicos nos pegaran y lo único que hacíamos era consolar a Camila cada vez que lloraba. Recuerdo que muchas veces se lo dijimos a las maestras, pero ellas no impusieron, o al menos no recuerdo que lo hicieran de manera contundente, ningún castigo a los niños transgresores. Esta actitud "blanda y permisiva" hacía que los niños fueran más ofensivos y violentos.

En una ocasión salimos al recreo y todos nos sentamos en un banco de cemento a comer el bocadillo que habíamos traído de casa. Un niño, con premeditación y alevosía, corrió cerca de Camila, la empujó y a Camila se le cayó la comida que llevaba en las manos. Sin saber qué hacer, nos quedamos con la boca abierta, esperando una respuesta de los profesores que estaban cerca, pero más allá de una simple reprimenda, no hicieron nada más. El niño que había cometido la travesura junto con otros niños comenzaron a reírse porque Camila lloraba por su comida.