Calle luna, calle sol
A Micaela la conocí en la parada del bus, un día que salí temprano a buscar trabajo. Ella llevaba una cesta cubierta con una tela. Supe después que era una cesta llena de dulces que ella vendía en el mercado. Como yo iba vestido de una manera formal porque iba a una cita de trabajo, Micaela creyó que yo era un ejecutivo de esos que trabajan en una oficina, con aire acondicionado y secretaria. Yo no le quité aquella idea por pena.
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Ese día, por hablar con Micaela, quien me dijo que ella era una muchacha que había trabajado desde niña, llegué tarde a la cita de trabajo. Eso no me importó porque el trabajo era de vendedor de una crema facial hecha con baba de caracol y para vendedor no sirvo: nunca vendo nada. De todas maneras, al día siguiente volví a la calle a ver qué había, pero recordé que Micaela me había dicho dónde trabajaba y preferí pasar antes por ahí, con mi ropa formal, para que Micaela creyera.o0o
Luego lo demás es cuento. Micaela y yo comenzamos a vivir juntos en su casa. Ella supo que yo no trabajaba en ninguna oficina y que era un desempleado, pero ya era demasiado tarde: estaba esperando un hijo mío. Ahora los dos bajamos a vender dulces en el mercado y yo miro a Micaela con su barriga grandota y su cesta. Me da mucha pena decirle que yo soy mal vendedor y que lo mío sería trabajar en una oficina, con aire acondicionado y secretaria.
Ese día, por hablar con Micaela, quien me dijo que ella era una muchacha que había trabajado desde niña, llegué tarde a la cita de trabajo. Eso no me importó porque el trabajo era de vendedor de una crema facial hecha con baba de caracol y para vendedor no sirvo: nunca vendo nada. De todas maneras, al día siguiente volví a la calle a ver qué había, pero recordé que Micaela me había dicho dónde trabajaba y preferí pasar antes por ahí, con mi ropa formal, para que Micaela creyera.
_¿De dónde vienes? -me preguntó Micaela con una sonrisa de gata.
_Vengo de la oficina -mentí y me acomodé la corbata. Entonces, Micaela tomó un dulcito de los que tenía y me lo dio, mirándome fijamente:
_Toma pa' que veas las cosas sabrosas que hago -aseguró y yo me sentí como el ratón que aquella gata quería comerse.
Luego lo demás es cuento. Micaela y yo comenzamos a vivir juntos en su casa. Ella supo que yo no trabajaba en ninguna oficina y que era un desempleado, pero ya era demasiado tarde: estaba esperando un hijo mío. Ahora los dos bajamos a vender dulces en el mercado y yo miro a Micaela con su barriga grandota y su cesta. Me da mucha pena decirle que yo soy mal vendedor y que lo mío sería trabajar en una oficina, con aire acondicionado y secretaria.