Mi viaje por Salvador de Bahía en Brasil

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Como están amigos, les saludo nuevamente, en esta oportunidad les quiero hablar de esa necesidad que tenemos los seres humanos por conectarnos con el otro, con lo otro, con eso que no somos nosotros, pero que seguro llevamos dentro de una u otra forma. En mi caso como bailarín , hombre inquieto y con necesidades comunicacionales no siempre habladas, he tenido el urgente deseo de verme reflejado en otros seres que aunque no conozco, tengo la certeza que han vibrado como yo, por genética, costumbres, tradiciones o por esa extraña particularidad que algunos tenemos y que nos invita a buscar en nuestro código genético latinoamericano, así que les quiero contar de cómo pasé de ser un completo extraño apartado de la gente en esa extraña observación turística a sentirme parte de la fiesta y vibrar en colectivo como solo lo había sentido en las fiestas de San Juan en mi natal Venezuela.


En el año 2008 viaje un mes por Brasil, país hermano que colinda con Venezuela, donde tuve la fortuna de conocer una de las ciudades más encantadoras y con un nivel cultural muy enraizado en su población, Salvador de Bahía. Cuando llegué al estado de bahía en el noreste de Brasil quedé enamorado de su arquitectura colonial portuguesa, de su cultura afrobrasilera y así conocí la historia cruenta que guarda entre sus edificaciones barrocas; puesto que salvador fue la capital de Brasil desde 1549 hasta 1763 y durante la época colonial fue también el mayor puerto de esclavos de toda América y a esto se debe la riqueza cultural que posee esta ciudad, ya que es un destino negro que resiste aún a su globalización y su desculturización.


El centro histórico de la ciudad es el barrio de Pelourinho, una maravillosa amalgama de cultura, su nombre proviene del poste donde azotaban a los esclavos y del que no quedó ni uno solo porque todos fueron destruidos. Entre sus calles de adoquines que suben, bajan y serpentean entre caserones color pastel, barcitos y restaurantes que por la noche me sonaban a clásicos de la bossa nova e invitaban a tomarme una caipirinha, mientras iba paulatinamente sintiendo esa conexión con la gente y su forma de expresar su amor, descontento, agradecimiento y frustaciones, pero con esa dulzura.
En el Pelourinho pude hacer la transición de turista a local, ayudado por mi color de piel claro está, ya que pasaba por local y muy rápidamente comencé a hablar portuñol como todo un nativo de bahía jajajaja. Allí pude hacer talleres de danza para los rituales de Candomblé que me unieron más con ese pueblo desde el sentir del repicar de los cueros y la vibración de mi cuerpo a ese ritmo. También pude visitar lugares emblemáticos como la iglesia Nossa Senhora do Rosario dos Pretos, la fundación Casa de Jorge Amado, el museo de la ciudad, el elevador Lacerda que une la ciudad alta con la ciudad baja, mismo que me impresionó mucho pues cuenta con 72 metros de altura.

Sentirse bahiano es cosa seria, pues hay una forma de vida muy particular, producto de la venta y la exhibición que implica el turismo en sí mismo, así que pude vivir de primera mano como la cultura del capoeira se expresa en cualquier rincón pero a la vista de los turistas claro está, las bahianas pasean por las veredas empedradas pero con telas brillantes que poco dicen del pasado esclavo y los maravillosos cuerpos negros de su gente se exhiben a la luz del sol y la luna, pero siempre con un dejo de comercio, pues en gran medida viven de eso, así que como neo bahiano, andaba de primero en cuanto comparsa me encontraba, bailaba samba sin camisa en todos los rincones y de verdad ya me sentía parte de ese mundo de fantasía negra en ebullición permanente.


Pero como todo en la vida, uno debe conectarse con lo profundo y no quedarse solo con lo que hipnotiza y encanta los sentidos a la primera, así que decidí conocer los poblados más adentro en esa zona de Brasil y me adentré en sus carreteras, playas, sabrosos platos típicos a base de granos, pescados y mariscos, así como esa gentileza real de sus pescadores y gente de mar, con quienes pude pasar una navidad tranquila, lejos del bullicio de la ciudad.

En Brasil hice muchos amigos locales e internacionales que aún recuerdo con mucho amor, pero sobre todo me quedó esa satisfacción de poder conectar con otros pueblos a pesar de algunas barreras como el idioma o cualquier otra diferencia superficial, porque realmente lo que importa es lo que sentimos los latinoamericanos por esta tierra de gracia y más aún por este mundo que necesita de nuestro amor y cuidado. Quiero en otras entregas contarles de otros viajes y otras experiencias de vida por nuestra Latinoamérica, el Caribe, Europa y el continente asiático, porque necesitamos reconocernos como una sola especie y un solo corazón.


Todas las fotografías son de mi autoría.

Nelson Ojeda

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