En la niñez están afincadas muchas creencias porque en esa etapa de la vida se suele ser muy abierto a la imaginación y las historias fantásticas suelen verse como algo muy real. También hay que tener en cuenta la cultura popular y las tradiciones familiares.

Para mí, el mes de diciembre no era tan apoteósico como lo interpretaban mis compañeros o amiguitos o hermanos. Ellos siempre estaban ilusionados con Santa o con el Niño Jesús. Claro que esos personajes me visitaban con regalos, específicamente el Niño Jesús, pero su visita no me emocionaba. En cambio, enero era lo mejor porque llegaban los Reyes Magos y con ellos los regalos más espectaculares del planeta.

Tiempo después descubrí que no eran unos reyes, sino una reina que resultó ser mi tía Mercedes. Como yo era su consentido, ella me llenaba de regalos que superaban mis expectativas.

Entonces, cuando todos ya estaban aburridos con sus juguetes y/o regalos de Navidad, yo estaba en éxtasis con mis flamantes regalos. Todos los años era la envidia de toda la cuadra y hasta de toda la familia. Qué días más maravillosos. Hoy en día, mi tía con sus 80 y tantos años me sigue consintiendo.

Un personaje que recuerdo con mucha gracia es el Ratón Pérez. Él fue un destacado protagonista en mis días de muda de dientes. Lo interesante de ese señor era que dejaba dinero por cada diente puesto debajo de la almohada. Lo malo de esas fechas era el momento en que el diente debía ser extraído. Para esa intervención quirúrgica papá era el asignado. Él lo amarraba con un hilo y después con un tirón los sacaba.

Pero eso no era lo peor. En efecto, había algo peor. Para amarrar el diente, primero tenían que amarrarme y para ello había que correr detrás de mí hasta que me alcanzaran.

En esa operación de captura y extracción, participaban papá y mamá. Una vez que me alcanzaban, este par quedaba sin aliento. Por ello tenían que esperar un buen rato para amarrarme, luego colocar el hilo y de inmediato extraer el diente. En ocasiones, cuando ya creían que me tenían controlado, yo me volvía a escarpar y así comenzaba de nuevo la persecución sin fin que podía durar varios días y yo, en ocasiones, con el hilo en el diente.

En mi mente todavía viven muchos de esos momentos: el Niño Jesús, los Reyes Magos y los maratones para sacar el diente. Qué días aquellos.