Relato: La suerte de Sara

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Fuente de la imagen: Pexels

"¡¿Qué tú qué?! ¡Sara, no inventes!, en serio..."

"Era necesario y por mi propio interés hacerlo, Gertrudis querida", comentó Sara Pavía, de 35 años, mientras colocaba su ropa en una maleta.

"¿Y qué harás ahora?"

"¿Hacer qué? Lo que todos hacen: tomarme un merecido descanso de tanta mierda. Luego buscaré un nuevo trabajo en donde me paguen mejor".

"Bueno, esa parte no te lo discuto. Tenías unos compañeros de trabajo un tanto... especiales, por decirlo de forma amable".

"Cariño, puedes insultarlos si quieres. No tengo inconvenientes al respecto... Oh, espera, está entrando otra llamada... Déjame ver... ¡Oh, vaya! Número privado. De seguro alguien de recursos humanos o mi ex jefe".

"¿No habías dejado una carta de renuncia?

"Por supuesto que sí. Hace un par de días mandé un correo con copia a mi jefe. Bueno, querida, te dejo. Debo atender esta llamada".

"Cuídate, Sara".

"Tú igual. ¡Ciao!"

Sara colgó la llamada y enseguida contestó la del número desconocido. No estaba equivocada al reconocer en la furiosa voz masculina a su ex jefe, quien le exigía explicaciones sobre sus faltas al trabajo.

Dejó que el hombre se desahogara mientras que ella, poniéndolo en altavoz, se preparaba un vaso con vino.

"Uhmmm... Yo ya no trabajo ahí, señor González. Renuncié", dijo tranquilamente mientras bebía un sorbo de vino.

"¡¿Qué?!", exclamó su ex jefe, estupefacto.

"Sí. Y veo que no leyó el correo que le mandé hace unos días con copia a Recursos Humanos; me extraña que ellos, siendo tan diligentes en su trabajo, no le hayan notificado. En fin, asunto mío ya no es".

"¡No puedes dejar las cosas colgadas! Tienes aquí pendientes que debes terminar".

"Como dije, González, no es mi problema que Laura no quiera hacer su trabajo y sí estar tonteando con media oficina. Es tu problema ver cómo solucionas la situación. Eres el "líder" de la sección. ¡Compórtate como tal, carajo!".

Dicho esto, Sara colgó la llamada y bloqueó el número con una sonrisa de oreja a oreja.

Se sentía bien, tranquila y sin temor alguno a las consecuencias de sus actos. Y eso que todo lo que le dijo a Marco González, su antiguo jefe, era apenas la mitad de lo que sentía con respecto a la empresa en donde había laborado durante cinco años. Que cómo se habrá tomado el individuo en cuestión todas las palabras le era indiferente; no quería ser ella ese alguien que tuviera que decirle las cosas como son, pero al final todo parecía indicar que debía ejercer ese papel. En cuanto a sus demás compañeros de trabajo, les deseó bien a pesar de su amargura, incompetencia, celos y envidia. A fin de cuentas, quienes asumirían las consecuencias de sus actos serían ellos, y nadie más que ellos.

De forma repentina el teléfono empezó a sonar otra vez. En la pantalla figuraba un número perteneciente a la oficina. Bufó por lo bajo; ¿quién sería ahora?

"¿Diga?"

"Hola, Pavía. Soy Menéndez, de Recursos Humanos", le respondió una voz de mujer.

"Lo sé. Tu voz es tan reconocible como los caracoles encima de una cerca. ¿En qué le puedo ayudar?"

"Tu ex jefe fue a gritarnos a la oficina, exigiendo saber por qué no habíamos pasado nota de tu renuncia. Nos extrañó su conducta, porque habíamos dado por sentado que ya lo había leído".

"Bueno, Menéndez, sucede que González sí leyó el correo, pero quiere abusar una vez más de su autoridad como líder de la sección. Lo de armarles escándalo es para quedar como víctima de mujeres villanas que no quieren trabajar", respondió con sarcasmo.

"Suena a que él te llamó".

"En efecto. Me llamó gritándome, furioso, porque no terminé con unos pendientes".

"¿Y no te sería posible terminarlos, aunque sea de forma remota?"

"No. No tendría tiempo en el nuevo trabajo. Buenas noches y hasta luego".

Dicho eso, colgó la llamada, bloqueó el número y habilitó el modo avión. Luego cogió la botella de vino que había abierto, una copa y un platón de palomitas para dirigirse a la sala a ver una película.

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"Ahora sí que rebasaste los límites del profesionalismo, Sary. Le colgaste a la de Recursos Humanos como si se tratara de un vendedor molesto", dijo Gertrudis Falcones al día siguiente, mientras ambas estaban sentadas en la mesa de una cafetería céntrica.

Sara se quedó pensativa por un momento. Ella también había considerado que aquello había sido una grosería de su parte, y que debía disculparse. Sin embargo, decidió que no haría tal cosa. ¿Por qué doblar la rodilla ante alguien que no la ha respetado como empleada?

Asentando su taza de café, miró con honestidad a su amiga y le dijo: "Era evidente que tenía que salvarle el trasero a González, e intentó persuadirme de que regresara a la oficina a terminar lo que había pendiente. Sí, quizás fue muy poco profesional de mi parte el haberle colgado, pero no iba a permitir que tomase una postura muy agresiva conmigo".

"¿Cómo vas a saber que será agresiva contigo si no le diste oportunidad de hablar más?"

"Cuando me hizo la entrevista hace unos años, actuó de forma pasivo agresiva. Cuando Donna denunció los acosos de González, la ignoró y le dijo que si no le gustaba el trabajo, que podía irse. Eso, querida Gertie, es justificación suficiente para dejar de lado el profesionalismo al renunciar".

"Bueno... En este caso ni hablar".

El teléfono de Sara empezó a sonar; en la pantalla había un número que ella no conocía. Mirando a su amiga, Sara contestó la llamada y lo puso en altavoz.

"¿Diga?"

"¿Tengo el gusto de hablar con Sara Elizabeth Pavía Morgan?"

"Sí. Soy yo. ¿Qué desea?"

"¡Oh, hola! Le habla Gabriel Fry, del área de Recursos Humanos de la editorial Heaven. Estaba viendo tu currículo en JobSmart y veo que tienes experiencia en diseño de portadas para libros. ¿Sería posible que tuvieras tiempo para una entrevista el día de hoy o mañana?"

"¡Por supuesto! Puedo el día de mañana a cualquier hora de la mañana".

"¡Perfecto! ¿Le parece bien a las 9 en punto? Le mandaría la dirección de las oficinas a su correo".

"Claro. Incluso me lo puede enviar por mensaje".

"¡Excelente! Nos vemos mañana, entonces".

"Igualmente. Hasta luego".

Al colgar la llamada, Sara miró a Gertrudis muy sonriente y le dijo: "Sabía yo que era buena idea renunciar a Logistics Park".

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