Esta extraña Calma Aparente...

Imagen de malubeng en Pixabay)

Raros momentos Yo siento así
La soledad que forma parte de mí
Un largo viaje Que acabará
Mi compañera será la libertad

(Eros Ramazzotti)

Hace cinco días atrás amanecimos con el rumbo alterado. No hay un rincón venezolano donde nuestras almas no tuviesen un dolor y una alegría cercenando un espacio en nuestro pecho. ¡Tanto miedo y esperanza juntos! buscando dar cuenta de la vida.

Pasaron tres días… tres días en que mi pecho estuvo oprimido. El corazón lo sentía latir entre una mano invisible que lo apretaba cada vez más. Llorar no parecía sensato, no ofrecía nada más que debilidad. La rabia subía y bajaba conforme se oían cosas, se veían, se sabían… plegarias y reclamos para un Dios que parece indolente ante tanta maldad. Este es un sentimiento que sólo uno de los que estamos aquí podría comprender sin necesidad de definirlo.

La ciudad se ha poblado de un silencio desconcertante; una extraña calma que no da cuenta de la paz. La gente va y viene, pero todo es tan inquieto. Ahora hay una sombra que se cierne, que sobre vuela nuestras cabezas como una amenaza nazgul en la Tierra Media. La vida parece haber vuelto un poco a la normalidad (porque los actos cotidianos cobran peso en el día a día), pero de vez en cuando vemos o nos enteramos de cosas que despiertan de nuevo la sangre y la fiebre nos sube a la cabeza y el corazón estalla como una bengala dulce y… de nuevo la impotencia que lo apaga todo. Vuelve el silencio con su manto a cubrirnos.

Mi cabeza, ahora mismo, es un enorme teorema a medio camino de solucionarse. Muchas incógnitas y muchos pensamientos. Estoy con la cabeza repletas de imágenes y gusanos que me comen la paz. Oigo la voz de mi madre y mis hermanos, veo sangre en las calles y gritos desesperados; oigo amenazas y desproporcionados enjuiciamientos que me hacen cuestionarlo todo… ¿somos realmente hijos de la misma patria? ¿Cómo cabe tanta miseria en un alma, tanto desdén por su tierra, al punto de desconocer las atrocidades cometidas?

Entonces trato de no pensar. Cierro los ojos para luchar contra mis propios demonios y pintar papagayos en el cielo que, sostenidos por hilos de amor, llenan de color el azul… Los abro de nuevo y tengo ganas de no soñarlo más… ¡Quiero que sea verdad!…

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