Historia de unas moscas con capacidad de razón

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_ ¿Qué haré en lo que me queda de vida?, ¿cómo aprenderé lo que me falta de este mundo aun desconocido? Si al menos tuviésemos un conocimiento previo de cómo vive una mosca antes de venir aquí (una vida completa, quiero decir, no aquella que acaba repentinamente en un matamoscas), sabríamos cómo evadir amenazas que se presentan en nuestro ciclo vital, depredadores, insecticidas, científicos que usan su talento en eliminarnos, empresas fumigadoras, en fin. Estamos arrojadas a un mundo para el que no estamos preparadas y cuando aprendemos sus códigos ya es demasiado tarde, morimos, si llegamos, de viejas._ Esto le decía Mosca 1 a Mosca 2, que era seis días mayor.

-Procura no hacer preguntas cuyas respuestas no están a mi alcance, a mí también me rondan esas cosas por mi cabeza de mosca, es inevitable dejar de hacerlo, tú y yo tenemos que lidiar con eso. Quisiera ser como las demás, ocupadas en sobrevivir los días que les quedan. La nuestra, es una existencia distinta a la de los humanos, incluso a la de otros insectos, no sólo por su levedad. Las dimensiones espacio temporales de ellos, los hombres, no son las nuestras; no nos hemos apropiado de territorios, ni hacemos guerras, no estamos atadas a horarios, no planificamos nuestra vejez, no pretendemos retrasar a la muerte. No nos ocupamos de esas tonterías. En cierta forma, somos libres; no buscamos dominar a otras especies. Cuando atrapamos a una araña, lo hacemos para alimentarnos, no porque las odiemos. Cada quien está en lo suyo, aunque es verdad, somos presa de depredadores. También somos distintas a las abejas y a las hormigas, no hay en nosotras un sentido de comunidad, que implique el sacrificio por el grupo, como ellas. En fin, ¡a lo que vinimos, a las sobras!-, sentenciaba Mosca 2.

La tertulia existencial entre ambas moscas, escenificada en torno a una migaja de pan, quedó entrecortada cuando Ama de Casa entró a la cocina a la que habían llegado tras un periplo por los tobos de basura de la calle principal de Barrio Limpio. Temían pronunciar palabra alguna ante la mujer, no vaya a ser que su secreto fuese descubierto: ambas eran de los escasísimos dípteros capaces del lenguaje complejo de los humanos, con sustantivos, pronombres, verbos, adjetivos e incluso, con cierto dominio de metonimias.

Ambas eran seres capaces de razón, esas rarezas de la naturaleza. No vinieron al mundo a difundir ensayos sobre la vida, al menos no para el ámbito humano, que es donde se hacen esas cosas. Tampoco podían aspirar a una audiencia de moscas que les entendiera sus inquietudes existenciales, así que el suyo era, si se lo llegasen a proponer, un ámbito muy limitado, como el de un ser humano de nuestros días experto en lengua eleamita o en el griego antiguo. Conscientes de la inutilidad de su capacidad intelectual para ganarse el pan, o, mejor, el desperdicio, no tenían más remedio que seguir su aburrida y despreciable existencia de moscas, aunque compartiendo disquisiciones que a fin de cuentas es mejor si son sobrellevadas en común, así sea entre dos, que a modo de soliloquios.

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Como su dimensión temporal era distinta a la de los humanos, eran capaces de comprender en días lo que a los hombres les toma años de estudio. Mosca 2 era una especie de maestra de la más joven. Entre ambas se fortaleció en pocas horas una sólida amistad, se hicieron dependientes una de la otra, como de la basura que comían.

Al estar dotadas de la capacidad de la razón, ambas sabían de lo repulsivas que son las moscas porque se les asocia con la suciedad. Claro, ¡comen heces y cadáveres! No era infundada la aversión humana hacia ellas, habida cuenta de que hasta en el Antiguo Testamento se les describe como una de las diez plagas que azotó Egipto, junto con los piojos, las ranas y las langostas. Eso sí lo tenían claro desde temprana edad, lo ratificaron en su andar por la vida, pero había cosas que no podían comprender, cosas de humanos a pesar de que conocían su lenguaje.

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No obstante ello, también estaban orgullosas porque sabían que unas parientes suyas, variantes de jején, son las que polinizan la planta de cacao. Gracias a ellas existe el chocolate, según leyeron en un libro de la investigadora británica Érica McAlister, curadora de dípteros del Museo de Historia Natural de Londres. Además, las moscas comen desechos de los humanos, limpian el limo de las cañerías, así que les hacen unos favores enormes a los que pasan parte de su tiempo tratando de eliminarlas.

-Fíjate, Ama de Casa esconde unos billetes detrás del frasco donde dormimos anoche. Por la manera en que observa en torno suyo, pareciera que se acercase un depredador. No tengo una explicación lógica de su conducta, no he visto gente comiendo de esos billetes, si es que teme a eso.- dijo Mosca 1.

-En mis semanas de existencia he visto cosas raras también. En una casa en lo que estuve unos días antes de conocerte, vi una vez a una mujer que gritaba obscenidades por teléfono, pero tan pronto colgó el auricular, comenzó a tararear una canción. Cambió de ánimo repentinamente, no pude comprender por qué.

Mosca 1 y Mosca 2 se habían conocido en un cadáver de perro en las afueras de Barrio Limpio. Mosca 2 sabía desde que le vio salir de la larva o cresa, como se le dice, que la que sería su amiga en pocos días, era un ser especial. Lo sabía por su manera de mirar lo que tenía alrededor, se quedaba largos segundos observando a las otras moscas en lo que hacían, pero no las imitaba salvo por razones de mera subsistencia. A su vez, Mosca 1 se sintió atraída por la “personalidad” de Mosca 2. Tenía una manera de frotarse las patas delanteras que le distinguía del resto, hacía unos movimientos que parecían un ritual antes de comer. Algo dentro de sí, una reminiscencia diría Platón, le decía a Mosca 1 que era con ella con quien debía compartir el resto de sus semanas de existencia. Que esas cosas que su admirada hacía, eran justamente lo que ella debía hacer y que en el fondo, ya tenía un cierto dominio innato de ellas, era algo que no dependía de la experiencia para aprenderlo.

La mujer les espantó con un trapo viejo algo humedecido. Para ambas era como un juego, un reto de rapidez que suelen hacer a los humanos y en el que casi siempre terminan ganadoras. Un cerebro del tamaño de un grano de sal es capaz de emitir órdenes de rápidos movimientos al cuerpo de las moscas, que baten sus alas unas 200 veces por segundo. Unos minutos en el lateral de la campana de la cocina de Ama de Casa serían suficientes para esperar el momento de volver a la migaja de pan o de lanzarse al suculento tomate que se anunciaba picado en dos. Dieron el salto al manjar.

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¡Splash! ...Como los hombres, ambas moscas no pudieron predecir el segundo exacto de la muerte. Esa fue una de las pocas batallas ganadas por la especie humana contra el multitudinario ejército de dípteros que habita el planeta.

Nadie supo del don del lenguaje que tenían Mosca 1 y Mosca 2. La entomología se hubiese diversificado si algún científico les hubiese oído conversar.

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