La noticia llegó de Europa como una bomba: Napoleón había invadido a España, el gobierno Ibérico se tambaleaba y el Imperio Español parecía derrumbarse para siempre. Los sectores dirigentes de la ciudad de Quito decidieron que ese era el momento para tomar el poder; para prevenir eventuales decisiones contra sus intereses provenientes de Lima o Bogotá.
Un grupo de patriotas e intelectuales se reunieron en casa de doña Manuela Cañizares y decidieron quitar a las autoridades y formar una Junta Suprema.
El golpe fue sorpresivo y triunfó sin oposición. Los rebeldes fueron apoyados por las tropas locales y tomaron presos a los miembros del gobierno.
Pero aquel triunfo fácil fue engañoso: el pueblo no participó, las otras provincias no secundaron el movimiento y se sintieron desconocidas en tan trascendental decisión. Y los más grave: los dirigentes no eran revolucionarios convencidos, en verdad eran conservadores por nacimiento, vocación y convicción.
Y una revolución pensada, decidida y realizada por sectores tradicionalistas, tendría que tener un final poco feliz. Y así fue, un año más tarde, después de vacilaciones y actitudes erráticas de los dirigentes de aquella "revolución", después de nuevos sometimientos al poder español, se desató una represión que el pueblo de Quito lloró amargamente.
Aquel movimiento pionero, padre de los movimientos libertarios en América, sucedió un día como hoy, 10 de agosto de 1809, y desde entonces, y hasta siempre, inclusive en medio de las sombras de muchas noches, Quito es Luz de América.