There is no doubt that Ecclesiastes, like the Song of Songs, attributed to King Solomon, or the hermetic Tao Te Ching of Lao Tzu, are universal texts, the power of whose wisdom, far from a literature subject to the fickle whims of fashion, not only continues to enrich the entrepreneurial spirit, but also encourages it to always find beauty in that ambivalence of existence, which, at its core, is life itself.
Summarizing one of its wise premises, it is an exercise in vital self-resilience, accepting, with objective sportsmanship, that there is a time for everything: a time to love and another time for the emptiness of solitude; a time to laugh and another time to cry; A time to put yourself in Ulysses' shoes and let yourself be seduced by the voluptuousness of that siren song that is the sea and the coasts that it licks with frenzy and another time to feel like a goat that goes to the mountain and seek shelter in the superb magnanimity of the mountain.
Because everything in life is lessons and each trip is an invaluable note in the accounting of the experience that helps us to submit to those metaphorical masters of vitality, whose content not only helps us to enrich ourselves, but also helps us to grow with its invaluable teachings. And if the sea provides us with magnetic experiences with its seductive way of enveloping our imagination, the mountain, of course, is not far behind and from the depths of its unalterable strength, offers us the irreplaceable treasure of memories that always touch immortality.
No cabe duda de que el Eclesiastés, como el Cantar de los Cantares, atribuido al rey Salomón o como el hermético Tao Te King de Lao Tsé, son textos universales, la potencia de cuya sabiduría, lejos de una literatura sujeta a los veleidosos caprichos de la moda, no sólo continúa enriqueciendo al espíritu emprendedor, sino que, además, le anima a encontrar siempre la belleza en esa ambivalencia de la existencia, que, en el fondo, es la propia vida.
Resumida una de sus sabias premisas, resulta todo un ejercicio de auto-resiliencia vital, aceptar, con objetiva deportividad, que hay un tiempo para todo: un tiempo para amar y otro tiempo para el vacío de la soledad; un momento para reír y otro momento para llorar; un tiempo para ponerse en la piel de Ulises y dejarse seducir por la voluptuosidad de ese canto de sirena que es el mar y las costas que lame con frenesí y otro tiempo para sentirse cabra que tira al monte y buscar amparo en la soberbia magnanimidad de la montaña.
Porque todo en la vida son lecciones y cada viaje es un apunte inestimable en la contabilidad de la experiencia que nos ayuda a someternos a esos metafóricos másteres de vitalidad, cuyo contenido, no sólo nos ayudan a enriquecernos, sino que también nos ayudan a crecer con sus inestimables enseñanzas. Y si el mar nos proporciona magnéticas experiencias con su seductora manera de envolver nuestra imaginación, la montaña, desde luego, no se queda atrás y desde lo más profundo de su inalterable fortaleza, nos ofrece el insustituible tesoro de unos recuerdos que rozan siempre la inmortalidad.
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