La miraba ahí sentada jugando con su cabello, con los pies en el agua, en silencio, y sentía que ella me daba paz, y qué podría pedirle yo a este mundo que lo tiene todo más que algo de calma entre tanto movimiento.
Cómo podría no creer que mi espíritu se elevaría y que mi alma gozaría, si estabas ahí para decirlo todo con sonrisas, pues definitivamente es ahí cuando mi ikigai se fortalece cada vez más.