VS MOSQUITO (Cuento)

Encontrábame sumamente relajado, sin la suficiente voluntad para mantener los ojos abiertos, que se cerraban con un suave peso de rato en rato. Mi panorama se llenaba de una difusa oscuridad en la que cada segundo era como una hora, suscitando desconfianza por ambos mundos; el real y el mental, que se enlazaban en una misma línea ilusoria y profunda... las voces de allá resonaban acá y luego todo era un eco de recuerdos inseguros.

Ante semejante situación, donde no podía ser más que una bestia sumisa y débil, a veces llegaban a mis oídos, además de conversaciones abstractas, tenues zumbidos de un malvado mosquito que maniobraba por aterrizar sobre mis orejas mutiladas por el ruido del silencio involuntario.

Como si no fuese yo dueño y señor de mi cuerpo, no podía siquiera levantar una mano para espantar al bicho, que aguijoneó en par de ocasiones mis poros, pellizcándolos de tal manera que el dolor producido me hacía estremecer y maldecir.

Apoyada mi cabeza sobre una almohada hedionda a saliva seca, pude con gran esfuerzo levantar uno de los párpados y observar al malvado puntito negro que flotaba de un lado a otro. Sintiendo comezón sobre las pequeñas marcas de sus picadas en mi brazo, supe que como en una relación parasitaria, ninguno de los dos podría estar en paz sin la desdicha del otro, así que me decidí a matarlo para entregarme de nuevo al vicio de los sueños y las pesadillas que ello conlleva.

Sumido en la ira, mis sentidos se ajustaron a las vibraciones gravitatorias de esta realidad para lanzar no con poca fuerza varios manotazos a fin de aplastar a esa basura entre mis dedos y verle sufrir. Aunque uno de los intentos apenas y lo tocó, el sucio escapó volando como un lisiado a esconderse. Sabía que volvería, que mientras siguiera vivo me atormentaría.

Una vez más mi espíritu casi abandona esta tierra mundana en busca del descanso del alma, pero en ese trance sereno, el roce de sus alitas con el aire en contra volvía a escucharse como un concierto de músicas beocias en el espectro auditivo.

Como un felino salvaje y hambriento que por instinto sabe que de esa última gacela su vida depende, esperé pacientemente mi oportunidad de asesinar al vil insecto. Incluso debí soportar un par de picadas más sin ofrecer resistencia, y dios sabe que no es tarea fácil, entonces al verlo posarse sobre mi piel una vez más, decidí que su vida me pertenecía. Con un certero pero preciso movimiento logré que aquel cadáver negro bañado en el vinotinto espeso de sus víctimas reposara para siempre en la palma de mi mano, donde le permití recobrar un aliento más antes de ser pulverizado entre el odio de mis dedos...

Así, la lanza de Morfeo volvió a clavarse dolorosamente en mi pecho dejándome sin conocimiento… ¡Hasta que un nuevo zumbido se apoderó de mi cordura!


Por Jesús Pulido. Gracias por leer.
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