No me llames ‘veneco’: telurismo, inmigración y reflexiones sobre el emigrante venezolano

“El oro de Venezuela corre hacia afuera con la mayor imprevisión.
Todo el oro que podría emplearse en una política previsora;
en estudiar y poblar el propio territorio”.
—Enrique Bernardo Núñez.

Si algo hicieron nuestros grandes ensayistas del siglo XX —y me refiero específicamente al caso de Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Enrique Bernardo Núñez y Mario Briceño Iragorry— fue, entre otras cosas, desmitificar y dialogar con la imagen que los venezolanos tienen sobre sí mismos respecto al trato con los extranjeros: el venezolano es hospitalario, el venezolano no es xenófobo, el venezolano no es racista. Estas concepciones se han arraigado en el imaginario colectivo del país y, sobre todo en estos tiempos de migración masiva de compatriotas a otras latitudes, se han dejado colar en algunas alocuciones presidenciales, reiterándose en el caldo de cultivo de las redes sociales que sirve como paredón de la opinión pública. El argumento que algunos esgrimen es que Venezuela recibió a cientos de inmigrantes después de la Segunda Guerra Mundial, así que, hundidos hasta el cuello en una crisis que protagonizan el colapso de los servicios públicos, el desabastecimiento de bienes esenciales y una hiperinflación que supera los tres dígitos; da la impresión de que parte de nuestra población migrante se siente en el derecho de reclamar el favor de vuelta.

Aun cuando no se sostiene que los aspectos antes mencionados (hospitalidad, no xenofobia, etc.) se hayan producido durante las marejadas de inmigrantes que recibió el país entre finales de los años cuarenta y principios de los sesenta, se percibe cierto dejo tajante al momento de afirmarlo ante la comunidad internacional, como si estas virtudes se hubiesen dado sin ningún tipo de matices, sin ningún lado negativo. Cabe entonces preguntarse cómo fue en realidad la actitud de los venezolanos hacia los extranjeros en el período histórico al que se hace referencia y si recibimos algún tipo de instrucción en nuestra manera de asimilar al Otro.

Precisamente, la preocupación por el trato al extranjero y la formación para promover una inmigración selectiva que propiciara el progreso del país fue uno de los intereses de Arturo Uslar Pietri. Ensayos como “El odio al extranjero”, “Nacionalismo y xenofobia” y “Extranjeros y hermanos”, compilados en el libro Medio milenio de Venezuela (2008), dan cuenta de una necesidad de profundizar en el conocimiento de la identidad propia para poder reconocer la del otro y sacar provecho de su potencialidad. Todo ello en pro de cultivar un “verdadero nacionalismo”, es decir, aquel que consiste en “hacer crecer y participar la comunidad nacional de la manera más plena en el progreso general de la humanidad” (2008: 486).

A propósito del carácter del venezolano, Uslar Pietri destaca que este ha sido siempre abierto y acogedor, sin embargo, la curiosidad por el Otro se transforma poco a poco en recelo y hostilidad: “Es el desempleado que cree que se ha quedado sin trabajo por culpa de alguno de esos laboriosos extranjeros” (2008: 354). Los prejuicios, entonces, suponen un distanciamiento y una falta de empatía hacia el inmigrante y derivan en una noción grotesca del nacionalismo como método de defensa. Es lo que Samuel Hurtado Salazar, en su ensayo “La época de la emigración y el aprendizaje social venezolano” (2005), llama la “nobleza” adquirida por la territorialidad y las raíces autóctonas frente al nómada que ha tenido que “desprenderse” de su tierra y sufre una marginación social en tanto que no tiene nada a lo que aferrarse (p. 75). Dicho de otro modo, nos valemos de lo telúrico para asumir una posición de poder ante los demás.

El mismo Hurtado, no obstante, esgrime que el “dualismo autoctonista” es falso puesto que los emigrados llevan consigo sus “raíces” sociales y, así, “al llegar y recorrer «otros territorios» suelen remover la «tierra ajena», así como sus raíces y plantas autóctonas” (Ibídem). Tenemos entonces tres aspectos cuya conjunción armónica puede ser importante para las ideas de identidad, progreso y humanismo: el dominio de la identidad propia, el entendimiento de lo telúrico y la relación libre de prejuicios con el otro.

Al pensar en los acontecimientos que tienen lugar en la actualidad, vuelvo sobre esa “raíz social” que menciona Hurtado y me pregunto: ¿dónde está la raíz social que los venezolanos se llevan consigo una vez fuera de nuestras fronteras? ¿está en la prevención de llevar un budare en la maleta para tener seguro el lugar donde aplastar la masa de las arepas? ¿está en los implementos estampados con el tricolor nacional que los compatriotas visten mientras ejercen el comercio informal en las plazas públicas de otros países? ¿está en la nostalgia del clima, de la tierra, de la ciudad? Estas interrogantes no pretenden encasillar al emigrante venezolano en un mismo patrón o en un estereotipo, pero sirven como un reflejo, quizá, de aquello que todavía —pese a los años que nos separan del siglo XX de Uslar Pietri o Enrique Bernardo Núñez— no hemos sido capaces de asimilar por completo.

E. B. Núñez, en su ensayo “Fertilizantes. (El vapor Vaga)”, sostenía que: “La tierra de Venezuela necesita fertilizantes aun cuando no en tal alto grado como el espíritu de sus hombres” (2017: 32). El autor establecía un paradigma de la imagen del fertilizante con los inmigrantes al reflexionar acerca de la tierra natal y el retraso en el aprovechamiento de los recursos propios —hecho manifiesto en la necesidad de Venezuela de importar rubros básicos en lugar de impulsar la producción nacional para el autosustento—. Núñez da a entender que los “fertilizantes humanos” con la experiencia de sus países mejor explotados, podrían abonar nuestro paisaje y facilitar la exploración de una tierra con áreas todavía por poblar (p. 127).

Con todo, el desorden de un país con exceso de burocracia y poca efectividad seguía dejando su huella. Salvador Prasel, en su crónica “Caracas, crisol” (1986) narra el proceso para ingresar a Venezuela desde su perspectiva de inmigrante posguerra y da al traste con la visión de una inmigración selectiva al apuntar que: “En aquellas circunstancias no se pedía documentación original y que lo de una labor selectiva en el reclutamiento de inmigrantes era más bien ficción”. (p. 1)

Por otro lado, nuestro empeño de diferenciarnos del Otro y señalarlo como extraño infectaron la lengua, comenzamos a emplear la nacionalidad como un adjetivo negativo y discriminante: el portugués, el “colombiche”, el español. Uslar Pietri fue de los ensayistas que más hizo hincapié en desechar esta resemantización excluyente del gentilicio extranjero, moviéndonos a considerar las desavenencias y esfuerzos de quienes habían dejado sus hogares atrás para probar suerte y comenzar de cero en nuestra geografía. Aun así, los estereotipos persistieron y se legitimaron de tal forma que incluso se vieron representados en cuñas comerciales de la televisión venezolana. No debe faltar quien recuerde el comercial de Hermo protagonizado por el comediante Emilio Lovera, donde este imita el acento de los portugueses al hablar español mientras atiende a un cliente en una charcutería. O el comercial de Nestea con la cuña de “Los panadeiros”. En los programas de comedia —Radiorochela o A qué te ríes— nunca faltaba la rutina de “el portu” y en los chistes cotidianos resultaba común aludir a chinos, norteamericanos o portugueses como eje central de la burla.

El pasado 7 de junio, Julisa Milagros, una comediante peruana, lanzó un chiste sobre venezolanos en su rutina que causó polémica en las redes sociales: “No podemos hacer chistes sobre personas que nos atienden tan bien”, soltó Julisa (2018. párr. 1). En Colombia nos llaman ‘venecos’ para marcar distancias y las muestras de xenofobia, de cuando en cuando, provocan que nuestros criollos se rasguen las vestiduras en reclamo a las ofensas. De pronto, hemos perdido la “nobleza del territorio” y pasamos a la etapa de la marginación social por la orfandad de la tierra. Tal vez por eso intentamos materializar nuestro nacionalismo en la ropa que vestimos o en las consignas que reiteramos en las redes. A pesar de que los movimientos migratorios no son algo nuevo en Venezuela, nuestra generación —sobre todo la joven— se enfrenta a una situación en la que muestra las costuras debido a la carencia de una apropiada cultura de inmigración: en muchos casos, nos cuesta entender que no estamos de visita, que vamos a empezar de cero y que no podemos entrar al territorio del Otro esperando la familiaridad y bondades de la propia tierra. Resentimos el trato hostil y apelamos al reconocimiento del Otro mientras hacemos lo posible por mantener a flote los rasgos de nuestra identidad —de lo que creemos que es nuestra identidad— y pedimos, con el pecho henchido de un orgullo herido, que no nos llamen venecos.


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Referencias bibliográficas

El Nacional. (2018). “Comediante peruana contó chiste sobre venezolanos que causó polémica”. [En Línea]. Recuperado el 2 de julio de 2018. http://www.el-nacional.com/videos/mundo/comediante-peruana-conto-chiste-sobre-venezolanos-que-causo-polemica_86670

Núñez, E. B. (1949/1987). “Venezuela, país de emigrantes”. En Novelas y ensayos (pp.186-187). Caracas: Biblioteca Ayacucho.

---. (2017). “Fertilizantes (el vapor Vaga)”. En Viaje por el país de las máquinas. (pp. 31-34). Caracas: Biblioteca Ayacucho.

Uslar Pietri, A. (2008). “El odio al extranjero”. En Medio milenio de Venezuela. (pp. 361-363). Caracas: Los libros El Nacional.

---.“Nacionalismo y xenofobia”. En Medio milenio de Venezuela. (pp. 365-367).

Prasel, S. (1986). “Caracas, crisol”. En Caracas, crisol: crónicas. (pp. 23-35) Caracas: Academia Nacional de la Historia.

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