Porque el amor fue sembrando
rosas bajo la almohada
ahí donde cada capitulación
acababa venciendo nuestros miedos,
esos que cubríamos con las manos
en un intento por acallarlos,
y se quedaban las espinas
prendidas en tus ojos
para que me dolieran a mí
cuando te mirara.
No te fíes de aquellos visionarios
que te hablen del mundo
sin caballos galopando en la mirada
me dijiste,
mientras acomodaba mi cuerpo
al movimiento de tus ancas,
en un compás incesante,
meteórico,
acuoso,
y se me quebraba el alma
en fragmentos
en pedazos
que terminaban esparcidas
simulando un sacrificio.
Porque sólo nos quedaron
límites donde antes existían
verdes llanuras,
porque yo me quedo
y tú te alejas,
trotando,
como solías hacer
cuando podías hablarme del mundo
y los cascos de corceles
resonaban en mis oídos,
en todas las paredes
de esta casa
y ahora sólo es perfume de olvido.
Un hueco vacío,
un vasto cielo sin estrellas.
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