Transeúntes


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Me encuentro acostada en medio de la calle, despierto con la sensación de haber dormido más que profundamente, giro suavemente la cabeza hacia la izquierda. La vía está totalmente vacía, no siento el cuerpo, me sorprende ver que hay rocas hundidas en mi piel, tengo sangre en la nariz, giro la cabeza hacia la derecha y acostada junto a mi está una chica.

-. Tengo frío ¿Tú no?

-. ¿Qué es el frío?

-. Tú eres frío.

Sonríe dulcemente y acerca su rostro al mío, me besa suavemente y el calor invade mi cuerpo, se detiene de golpe y me mira con enojo .

-. ¿No quieres besarme? Mira- dice apuntando al cielo.

-. No puedo.

Y entonces volteo, las nubes empiezan a tornarse doradas, se vislumbran dos cuerpos de tamaño irreal, descienden desde el cielo lentamente. Y los reconozco sin recordar conocerlos, Zeus y Atenea, dicen cosas que no logro entender. Escucho gritos que parecen venir de una construcción en un conjunto residencial al otro lado de la calle. Empiezo a correr hacía allí, hay unas escaleras cubiertas de polvo y a cada pisada siento tierra en la boca.

Entro y hay un circulo de personas sentadas, todos hombres, uno de ellos bastante obeso, sentado con un bastón en la mano. Les recita algo que tampoco entiendo. Me sorprendo al ver que el resto de los hombres allí no pasará de 20 años, y todos son exactamente iguales, los cuento, 7 chicos, 1 maestro. Me siento con cuidado al lado del maestro. Él me sonríe, al cabo de diez segundos un niño entra corriendo y empieza a decir cosas que tampoco entiendo, todos le ignoran y por alguna razón que tampoco sé, me irrito, les digo cosas que tampoco entiendo y tomo al niño por un brazo, salimos a un patio pequeño, hay ramas cubriendo lo que parece la entrada a algún lugar, el niño corre hacia allí y lo sigo, cuando entro parece que allí apenas está amaneciendo, el niño ríe y lo vuelvo a tomar de la mano.

-. ¡Lo encontraste! -me dice una mujer de unos 40 años.

-. ¿De quién será este niño, señora?

-. Es tuyo-. contesta amargamente.

-. ¿Mío? -pregunto asustada.

-. Debes cuidarlo, tiene 4 años- dice muy seria.

-. Pero si parece de más edad ¿por qué es mío? No es mi hijo y aunque lo fuera tamp...

-. Tú lo has encontrado, tú cuida de él.

-. No pienso no cuidar de él -le digo- cuidaré de él.

-. Bien, ten esto -me entrega un durazno y una mandarina- También necesitarás agua. Ven.

Tomo al niño de la mano de nuevo y entramos a lo que parece una cueva, la mujer se sienta en una máquina de cocer y empieza a manipularla.

-.¿Qué hace?

-. Ropa, yo hago ropa siempre. También necesitarás ropa. Las mujeres no debemos usar pantalón. Busca algo de tu talla -dice señalando a un armario. Lo abro y noto que toda la ropa allí colgada está sin terminar.

-. ¡Usted está loca, esta ropa no sirve!

Tomo una botella de agua de la mesa y agarro al niño de la mano, el bebé come del durazno y yo salgo pesadamente. De pronto el niño empieza a ascender al cielo y yo trato de agarrarlo pero desaparece, cierro los ojos y lo veo cayendo al mar, pero ya no es un niño, es un hombre. Y se está ahogando. Vuelve ascendiendo al cielo y entonces abro los ojos de golpe. El niño está tendido en el suelo, muerto.

Lo tomo en brazos y salgo de allí corriendo, cuando vuelvo con el niño en brazos al lugar en dónde estaba el maestro, nadie me mira, nadie me presta atención y entro en desesperación. Quiero llorar pero no puedo. Entonces recuerdo a Zeus y Atenea en el cielo. Miro arriba pero ellos ya se están dando la espalda, están regresando lentamente, trato de hablarles pero no puedo, estoy totalmente muda con un niño muerto en mis brazos, derrotada, cuando siento que ya no puedo respirar, que me ahogo, despierto agitada con la garganta seca. Me llevo las manos a la cara y me doy cuenta de que he estado llorando dormida.

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