Dios visitó la tierra y se dio cuenta de algo…

Dios, luego de viajar miles de años por distintos universos, decidió visitar la tierra y ver como se estaba desarrollando su creación más preciada; emocionado y con las expectativas altas, adopta una forma humana poco llamativa, simple y torpe. Tantos siglos habían pasado de su última aparición, que ansioso y excitado se aventuró a que lo lleve el viento; sin reglas, libre, dispuesto a experimentar lo que su obra disponga para él, con la mayor ingenuidad posible. Exclusivamente había decidido sorprenderse, por lo que su inocencia iba a ser el papel principal en este viaje.

La tierra, sabia y sigilosa; sin ningún tipo de ego y despojada de autoridad, prepara una rutina ambiciosa y un poco pretenciosa para su creador. El primer lugar que decide mostrarle es Francia.

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Dios, por disposición de la tierra, empieza su recorrido en una ciudad llamada París. En sus primeros pasos, aturdido por el ruido, las luces y la cantidad de personas que lo atropellaban y embestían constantemente, decide sentarse en el primer lugar que encuentra. Consternado y mareado por tanto movimiento, cierra los ojos para intentar tranquilizarse.

En este lapso, buscando un poco de serenidad, empieza a escuchar un leve sonido a lo lejos que capta su atención. Maravillado por ese runrún que comenzaba a invadir su mente, intempestivamente decide levantarse y dirigirse hacia él. Cada paso que daba, era una nueva nota que iba dibujando pinceladas en sus pensamientos. A medida que se acercaba, las emociones le brotaban como nunca antes. Su cuerpo se apoderó completamente de su rumbo. El bullicio, las luces, las personas repentinamente desaparecieron; pero ¿qué era este conjunto de sonidos? Era paz, era amor, era odio, era energía, era luz, eran todas y cada una de sus creaciones, reunidas en pleno apogeo.

A la deriva y sin entender este devenir de sensaciones, Dios apresuró su paso y al llegar a la esquina, logra vislumbrar a los pocos metros, una anciana de pelos grises tocando un piano, en el medio de la peatonal. Se acerca y nota que solo dos personas la estaban escuchando, los demás pasaban sin darle importancia. Dios, furioso, no podía entender como el fruto de su creación no detenía el universo para disfrutar esta melodía. Lleno de cólera, decide romper sus propias reglas y de un simple chasquido, obliga a todo aquel que estuviese alrededor, a pegar media vuelta y prestarle atención. En pocos segundos, la mujer estaba rodeada por una multitud.

Sin embargo, sin aviso alguno, la anciana se detiene repentinamente, creando un silencio absoluto. Lo mira a Dios, con ojos cansados, y deja deslizar una lágrima que lentamente recorre su mejilla. Dios, consternado por lo que sus ojos veían y no entendiendo la situación, se acerca a la mujer y con el dedo índice de su mano derecha recoge lo que esta mujer acababa de despojar. Sorprendido por el peso de la lágrima, decide leerla y esta decía:

No nos dejes, cometemos muchos errores y los seguiremos cometiendo. No me hacen falta millones de oyentes, solo te necesito a ti. No hacen falta miles de años para tenerte. Enséñales a disfrutar lo simple, que lo bello no está en lo innecesario, si no en aquello que brilla y nace cada mañana. Enséñales que un beso bien dado, que un abrazo tierno o un oído desinteresado, pueden mover mares. Ahórrales el tiempo que yo ya mal gaste...

Entiende, que por ahí hacemos el mal, por ahí generamos odio y angustias en el otro, pero solo porque somos prematuros en esta galaxia. Nos viviremos equivocando y es necesario que así sea.

Entiende, que todos te reclaman y no te encuentran, pero yo sé que estás ahí, sé que siempre estás ahí. Si toco esta melodía, es por ti. Valió la pena, una vida de espera y de dedos magullados invocándote.

Dios, le dio un beso en la frente a la anciana, le entrego una mirada indescifrable y volvió a hacer, lo que mejor sabe hacer… Amarnos.

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