Estaba tan drogado que no me importaba nada. No entendía por qué estaba actuando como un idiota, aunque supongo que es lo que pasa cuando fumas marihuana. Y luego, ese pequeño gatito solo apareció de la nada. No lo vi; solo escuché el golpe en la parte frontal del auto. Sentí mi corazón detenerse. Me puse nervioso y mi compañero solo me miró enloquecido. Rápidamente bajé del auto y caí de rodillas. Lo miré, sangraba, sus huesitos rotos.

-¿Qué has hecho?
-No fue mi culpa. No quise herirlo.
-¡Mira tus manos! Están sangrando.
-No es mi sangre –dije sollozando.

Lo dejé en la carretera, cerré los ojos y comencé a moverme alrededor. Estaba actuando como un desquiciado. De repente escuché a alguien tocando mi ventana.

-¿Señor, se encuentra bien?

Mis nervios colapsaron de nuevo. ¿Dónde me encontraba? ¿Dónde estaba mi auto? ¿Por qué me encontraba en una habitación blanca?

-¿Dónde está el gato? ¡Yo maté al gato!
-No hay ningún gato. Los animales no están permitidos aquí.

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