"Concurso maximiza tu mirada"

Mirarse con el alma

Por ese entonces, el estado usual era la mirada perdida, esa que no se fija con vehemencia, esa que carece de aprehensión genuina de la realidad tangible, un tanto vacua, un tanto distraída, o más bien, harta de espejismos. Así fue durante un tiempo; yo diría que mis pupilas tenían barrotes, que en cierto punto disponían de una cerradura para no mirar a nadie con demasiada intensidad, con demasiada fuerza o quizás, con demasiada esencia.

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Hoy podría afirmar (con fundamento en la inevitabilidad del recuerdo) que hay un punto en el que la mirada puede llegar a encontrarse (o desatarse esencialmente). Es un estado incontrolable y en algunos casos, sólo visible para quienes lo han experimentado alguna vez. Esa mirada que te delata totalmente perdido, y sin esperanzas de volver a ser dueño de la dirección de tus sueños, esa que te deja varado y a la merced de quien fuera portador de los ojos en los que se posara. No es algo que se elija, debe ser sutil como el rocío que te salpica el cielo, cuando pareciera no haber nubes, inesperada. Al mismo tiempo es impactante, como un relámpago, sólo vez un destello y para cuando escuchas su sonido, ya hace mucho tiempo que cayó bruscamente sobre ti y sin querer, estás mirando de esa forma desde antes de saberlo. Sin embargo hay una escapatoria factible en la no correspondencia (en la muerte por carencia de reciprocidad), lo cual inequívocamente tendrá como consecuencia, una mirada perdida nuevamente. Por otro lado, si el azar, las coincidencias, causalidad o destino se encaprichan y resulta que dos miradas perdidas sintonizan en sus prismas, ya no habrá vuelta atrás, puesto que cuando una mirada puede verse refleja en los ojos de otra (siendo espejos, sin dejar de ser visores y viceversa), la singularidad se perderá, ya que, ambos se hundirán sin control en el reflejo infinito de la cambiante percepción de sus almas -y ese, para mi agraciada desdicha, fue el caso de mis ojos en los tuyos-. Entonces, no habrá otro concilio, que el encuentro de sí mismo, en el reflejo de los ojos, de quién se pierde simultáneamente en los suyos.

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Esa fue mi conclusión mientras te amé aquella noche, cuando el tiempo se hizo más rápido. Me desnudé sin darme cuenta a tu percepción, tú también lo hiciste. Bailamos sin querer, nuestros ojos no eran más que el reflejo de nuestra más pura esencia, la cual ya no volvería a ser una sola. Y no hizo falta cuestionar la honestidad de la eternidad, porque fue eterno mi reflejo en tus ojos ese día. Rebotaron las luces y las sombras de quienes éramos infinitamente, ese primer día en el que nos miramos de verdad, sin antifaces, sin armaduras, sin tanta hipócrita humanidad, sin pretensiones o lentes de contacto… ese día nos vimos el alma.

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Fotografía: Oscar Escauriza
Edición: Ariandés Escauriza
Escrito: Ariandés Escauriza
Todos los derechos reservados.

¡Muchas gracias por leer!

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