No pude demostrar gráficamente hace unos días la delicadeza en los gestos de Leticia. Por eso, cuando hace dos días vino a mi estudio de nuevo, la fotografié mientras ponía en práctica mis indicaciones con toda la concentración que suele dedicar a la pintura.
Tenía la costumbre de pintar con trazos diminutos, insistiendo varias veces con el pincel en el mismo punto. Esto es incompatible con la acuarela, que debe pintarse con decisión y sin incidir en una misma zona cuando el papel está húmedo, y me siento orgullosa de haberle enseñado en muy poco tiempo a pintar trazos largos y continuos, algo que tengo la impresión de que le proporciona seguridad y paz mientras lo hace.
En esta ocasión buscamos una puesta de sol en el mar, y el resultado, siempre sorprendente, fue algo totalmente diferente a la fotografía, que ella utiliza únicamente para tener claro el motivo, pero que interpreta de un modo tan personal, ingenuo y colorido, que asombra a quien lo ve. Estoy descubriendo, sin duda, un nuevo mundo a su lado, y noto que aumentan mi empatía y mi capacidad de observación, a la vez que se me abre la mente. Tal vez sea yo quien está aprendiendo a pintar…
