¡Soy una mala madre!.Cómo ser mujer y no morir en el intento IV

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Parte I: El deseo imperioso de ser madre
Parte II-La primera contradicción
Parte III-Si no tienes tiempo...¡Que te dén!


El último post lo acabé diciendo...

¡Cuánto eché en falta a mi madre!

!Cuánto la quise!

¡Cuántas veces la llamé!


Y no estaba. Estaba yo sola. Esos lamentos me han acompañado hasta el día de hoy y sólo acaban cuando regreso a mi tierra y le doy un abrazo lleno de plumas de amor.

Bueno, sigamos.

Estaba diciendo que estaba sola en una nueva ciudad, con un niño de dos años y medio, una casa ¡patas arriba!, pues nos acabábamos de trasladar y tenía dos días por delante para firmar contrato, situarme, y preparar mi primera clase, pues empezaba ¡ya!.

Era septiembre y mis padres habían venido a echarme una mano con la mudanza, mientras mi chico estaba a 80 Km dando clase.

No recuerdo cuánto tiempo estuvieron, seguramente un fin de semana, mi padre tendría que trabajar.

Así que, aquí estaba yo, comenzando mi nueva vida. Sin amigos, sin conocidos, bueno si, cerca de un familiar que no pudo echarme una mano ya que tenía sus propios problemas y no iba yo a darle más.

Me recuerdo contenta, animada, ocupada. Sólo me recuerdo acostándome tarde, levantándome temprano y atareadísima: preparar desayuno, atender al bebé, arreglar mi casa, salir a comprar comida, regresar, hacer la comida, dar de comer y comer al mismo tiempo -la misma comida que el niño- ¡por supuesto!.

Mientras se adormilaba en la cuna, ponía la lavadora, recogía la ropa sucia, tendía otra tanda; luego esperaba que llegara una persona que había contratado para que se quedase con mi hijo durante las horas que estuviese trabajando.

En media hora me repasaba lo que había preparado la noche anterior, no cumplía con menos teniendo en cuenta que ¡me presentaba dentro de un momento frente a 200 alumnos!.

En cuanto terminaba mi clase, marchaba en autobús a mi casa y tardaba media hora . Estaba feliz.

Llego a casa. Se va la empleada. El niño está llorando, me pregunto ¿Qué le habrá hecho esta señora? ¿será de fiar?. ¡Llora y no para de llorar!. Y yo, agotada, no puedo descansar, lo tomo en brazos, lo entretengo, juego con él, me digo ¡pobrecito, no me ha visto en todo el día! ¡qué pena me da! ¡cuánto tiempo sin ver a su mama!¡qué mal lo ha pasado con una persona extraña!. Y yo, mientras tanto, me lo he pasado fantástico trabajando en lo que me gusta ¡que feliz he sido trabajando!.

Me siento culpable por ser feliz, porque me gusta trabajar, porque me lo paso bien siendo profesora.
¡Por supuesto que soy feliz!, mucho mejor que oyendo llorar a un niño, aunque sea mi hijo, o aburriéndome soberanamente, mientras le cuento 20 veces el mismo cuento, que me lo sé de memoria, pero que el niño me pide que se lo cuente de la misma manera, ¡infinitas veces! –para mí eran infinitas-. Yo intento echarle imaginación: se lo cuento de otra manera para divertirme yo ¡al menos!; pero no, ¡erre! que ¡erre!, el niño quiere que se lo cuente otra vez y me recalca ¡mami, que así no es...!; bueno, mejor dicho, grita, llora y yo me desespero: sólo pienso en todo lo que me falta por hacer: acomodarme , ponerme ropa cómoda con el niño en brazos, preparar la cena mientras le oigo llorar sentado en la silla de comer y…..¡todo lo demás!

Le hago monerías –desde lejos- con la sartén en una mano y mi precioso conjunto manchándose de grasa, por no haber podido cambiarme de ropa, todavía. No quiero impacientarme, quiero ser una madre amorosa, una madre que no le molesten los gritos de su hijo, que no se aburra jugando con él, porque si siento eso, es desafección, es ser una mala madre y yo no quiero verme a mí misma como una mala madre./div>

Pero debo ser ¡mala! ¡muy, pero que muy mala!, pues sólo pienso en que mi hijo se duerma, deje de gritar y yo pueda cenar, descansar una media hora, ponerme a preparar la clase del día siguiente, pues, en caso contrario, me darán las 2 o las 3 de la mañana y estaré durmiéndome encima de la mesa como una oveja.

¡Anda que sí! ¡Estoy buena yo! El año anterior estaba harta de una vida ¡tan simple!, ¡tan aburrida y tan insatisfactoria! y , ahora resulta, que me acabo de dar cuenta, que ¡Soy una mala madre!

Pues… ¡mira nena!, me digo, esto es lo que vas a ser, de ahora en adelante, ¡mala madre! y profesora

Parte V: ¡Tu dormidín, yo tranquilina



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