Calavera
Era una esqueleto, no tan especial, solo una calavera que leía al “Principito” y pensaba en su propia rosa…
Ella era igual de pretenciosa, con un vacío tan grande como el suyo propio. —Asi es mi Catrina— murmuró mientras leía —demandante, absorbente y hermosa— musitó al final con un suspiro entrecortado. La calavera taciturna cerró el libro como quien arropa a un niño con sumo cuidado. Dejó el cuento en un movimiento que pudo ser eterno y se dirigió luego a una polvorienta caja con fotografías enmohecidas, buscó en sus memorias una razón para amarla; encontró mil.
Decidió entonces que valía la pena unir sus vacíos —tal vez ambos huecos no sean uno mas grande— pensó en voz alta mientras caminaba hacia la puerta, convencido de no cometer el error del personaje de Saint-Exupéry. Al salir sacudió la cabeza para deshacerse de la melancolía, esbozó una sonrisa de esperanza y alargó los pasos, apurando el camino que se le hacía eterno aunque fuese minúsculo. Al torcer la última esquina ya no andaba, sino corría, sus huesos, alargados y tambaleantes, estaban ya solo unidos por la vaga esperanza de ver aquella sonrisa.
Le torturaba aquel pasaje: "¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡Ella perfumaba e iluminaba mi vida! ¡No debí haber huido!”, el no despreciaría a la rosa para darse cuenta luego de su error, que sabio era aquel pequeño cuento, ¿que tan tarde habría reaccionado? cada pensamiento le encendía un fuego que lo impulsaba con velocidad a los brazos de su amada rosa de huesos.
Catrina
Catrina vanidosa y soñadora se admiraba al espejo, sentada coquetamente encima de una lápida, suspirando por su suerte en el amor, ella no sabía que quería, como lo quería, ni a quien quería, sin embargo, deseaba algo indefinido en su mente, buscaba incesantemente entre objetos que le hicieran sentir, introducía en su pecho vacío: flores marchitas, pipas añejas, relojes antiguos, fotografías vetustas, relicarios dorados y un sin fin de cachivaches adquiridos, la mayoría de las veces, con su sonrisa, las otras con sus caricias, pero indefectiblemente nada de lo que sacaba de sus amantes le llenaba en lo más mínimo aquel agujero inmenso.
Un día recordó a la calavera que le pretendía solo con poemas, pensó entonces con tanta fuerza que se podía escuchar su sentimiento con solo verla —de entre tantos halagos y promesas será un poema de esa vetusta calavera la que a mi pecho le de sosiego y tranquilidad— buscó en el mar de sentimientos algunos escritos, algunos le hacían llorar, otros le hacían reír y al ver todo eso que le sucedía su cuerpo se puso en movimiento, se fue al portón del cementerio rauda.
Pensaba sin cesar en que no había otra solución a su problema, que esta vez si atendería su llamado y le aceptaría sus poemas con alegría, la esperanza en su mente manaba como una fuente que se desbordaba entre cabeza y su sombrero, bañando sus negros cabellos, al salir al portón estaba clara y feliz, volteó a ver la calle, que a pesar de estar oscura, le parecía hermosa en esa noche luna llena, tomó aire y corrió hasta llegar a la esquina como empujada por mil caballos embravecidos.
Ambos
Se encontraron aquellos viejos andrajos, bajo el rayo de la luna, ambos de sombrero alto, ambos por deseos absorbidos, se vieron por un instante a los ojos, él pensó —no quiero volver a ser herido— ella le vio y se lamentó —no quiero herirlo con mi vacío— él hizo un gesto de saludo con su mano en el sombrero, ella le respondió con una temblorosa sonrisa y el mismo gesto, él suspiró, ella volteó la vista, ambos siguieron sus caminos, él al cementerio, ella al olvido.
FIN
Fotografía, concepto, maquillaje, edición y texto originales de
Michel Camacaro exclusivo para Steemit
Agradecimiento especial a @myzik quien se prestó para maquillarla y tomar las fotos
y a @maiqueltorcatt que me hizo la asistencia con mi propia fotografía