Taciturno el reloj en la torre observaba, uno a uno los chicos pasar a sus faldas. Mientras sentía el viento, pensaba tranquilo en si alguno de los jóvenes le recordaría al final de sus días.
Don Reloj era orgulloso, pero le preocupaba que el tiempo también pasaba por él, trataba de hacer su trabajo fielmente, preciso, sin adelantarse ni atrasarse, así tal vez le recordarán por ser puntual, exacto y justo. Un trabajador impecable, que no discriminaba a nadie, él siempre le daría la misma hora a todos.
Así pasaron los años y se agolparon las décadas, su cuerpo alargado y macizo se fue deteriorando, hasta que al fin de su propio tiempo, ya con sus engranajes sin remedio alguno, casi a un segundo de expirar su último tic... tac... un anciano arrugado se le acercó, le tomó una fotografía y le susurro un sentido gracias.
Para aquel vetusto reloj, parado contando las horas desde que tenía memoria, ese instante se convirtió en una eternidad y esa foto en la prueba de su existencia.
Al reloj del Rectorado de la UCV
Texto, fotografía y edición originales de Michel Camacaro
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