La vida sigue...

En el campo de la materia y la energía los descubrimientos de la ciencia han sido realmente gigantescos. En resumen, se podría decir que a cierto nivel de observación la materia desaparece y donde había partículas, aparecen “ondas”, es decir, “vibración” o energía. El estudio de la luz o la fotónica es capital en este campo de investigación ya que un fotón es partícula y onda al mismo tiempo.


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¿El organismo humano es sólo materia?

 
Sabemos que no. Y también sabemos que el espacio-tiempo afecta a la materia, pero no a la energía, o al menos no en el mismo grado. Para comprender mejor esta idea, se puede establecer una analogía con la ley de la gravedad, que afecta por igual al plomo que a la pluma, pero mientras que una bala de plomo apenas tarda unos segundos en caer de la planta más alta de un rascacielos, la pluma puede pasarse horas antes de llegar al suelo.

En términos meramente espaciales relativos a una línea recta de longitud vertical, ambos, plomo y pluma, han recorrido el mismo número de metros. Y ahí se acaban las semejanzas. El resto es diferente.

Esto plantea otra pregunta. ¿Transcurre el tiempo igual —psicológicamente hablando— para alguien muy apegado a lo material que para alguien más espiritual? Probablemente no. Y eso es algo que quien más quien menos ha experimentado en su propia existencia, ya que todos hemos vivido momentos en los que predomina la percepción sobre lo material y otros en los que nuestra percepción es más “mental” y por tanto menos “física”. El ejemplo típico es la percepción temporal en un sueño; en el reloj apenas ha durado unos minutos y en la mente la experiencia sentida ha sido mucho más prolongada. Entre las experiencias puramente inmateriales, la experiencia onírica es la única de la que todos podemos hablar porque todos la hemos sentido.


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¿Existimos cuando nuestro organismo ya no tiene vida?

 
Es una pregunta que tradicionalmente ha sido objeto de estudio de la religión y de la filosofía. Pero ahora ya podemos aproximarnos con criterios científicos, que aunque dan pasos más lentos son más seguros.

Quizá sea mejor formular la pregunta de modo más preciso. ¿Sigue existiendo el individuo cuando su cuerpo ya no tiene vida? Si el individuo no es sólo materia, sí sigue existiendo. Quizá no de modo indefinido como tal, pero sí sigue existiendo. Y entonces, si el espacio-tiempo sólo afecta a la materia y no a la energía, aparece otra pregunta, que suele tener menos protagonismo en este debate, pero igualmente plausible: ¿existía el individuo antes de nacer?

Si tenemos presente que la energía no es materia pero la materia sí es energía, entonces el “individuo material” también es “individuo energético”. O dicho de otro modo, tenemos un cuerpo físico, pero también otro energético. Si nos resulta complicado aceptar racionalmente que la vida sigue “después”, más complicado nos resulta aceptar que la vida ya existía “antes”. Pero ambas posibilidades resultan verosímiles ya no sólo desde un punto de vista religioso o filosófico, sino también a la luz de los nuevos parámetros sobre la realidad que la ciencia pone a nuestra disposición, bien para refutar planteamientos filosóficos anacrónicos, bien para confirmar cuáles siguen teniendo validez.


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En este tema, como en tantos otros, lo divertido es hacerse preguntas, porque las posibles respuestas pueden ser tan disparatadas como reveladoras.

Una de ellas sería considerar que la eternidad no sería “un tiempo sin fin” sino un estado al margen de los parámetros temporales, donde no hay un principio ni hay un fin, porque hay un “no-tiempo” y una “no-materia”.

Cuando algún ser querido muere, solemos decir en algún momento que «la vida sigue…». Quizá sea así. Pero también puede ser que —sin saberlo— no estemos más que repitiendo lo que nuestro ser querido nos está gritando con susurros de pluma desde otro lugar...

“Eh… ¡Que la vida sigue!”
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