La tumba al borde de la galaxia (relato corto) (I)

Hola, empiezo mi actividad con este corto relato que he creado con mucho esfuerzo

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Llevarse la sorpresa de no encontrar nada era lo menos que se esperaban cuando se les ocurrió volver al planeta madre, la Tierra. Naramsin había formulado diversas hipótesis acerca del significado de los últimos mensajes enviados desde la Central de Comunicación Interplanetaria, la última evolución del proyecto SETI, pero se equivocó en todo. Dado que los sistemas planetarios estaban demasiado separados, primero se había enviado sondas y naves tripuladas por máquinas con inteligencia propia, pero estas desaparecieron nada más entrar a la nube de Oort. ¿Se habrían desactivado solas? ¿Las bombardearían? ¿Embestirían, contra todo pronóstico, con alguno de los objetos transneptunianos? Nadie podía responderlo, al menos todavía no. En cambio, a ellos no les pasó nada durante el trayecto. El problema era que, como el tiempo transcurrido desde esa primera misión y las dos subsiguientes era demasiado amplio, y las tecnologías, cuya evolución era exponencial, demasiado diferentes y con mayor seguridad, no era posible determinar si aquello que destruyera a los desafortunados robots y androides había desaparecido justo antes que ellos atravesaran la frontera del Sistema Solar o si, por causa de las mejoras, habían logrado sortear los obstáculos por pura suerte. Eran demasiadas preguntas sin respuestas.
Ahora caminaban por una llanura extensa, salpicada aquí y allá con los restos de edificios semienterrados (derruidos quién sabía si por el viento o por alguna guerra), protegidos por los trajes espaciales, buscando una pista escurridiza que hacía pocas horas habían detectado desde la órbita baja. Isobel, su copiloto, y cinco androides, caminaban tras él, todos portando armas y mochilas repletas de instrumentos científicos, víveres y muchas cosas más. Él, por su parte, solo traía una Tablet de expedición, con la que medía la cantidad de radiación en el ambiente (bastante baja), los niveles de oxígeno (no muy prometedores) y a la vez examinaba en el mapa (el estático mapa antiguo, combinado con la nueva información que acababan de recolectar la última semana) alguna pista de la ubicación del objeto desconocido. La aparición de una notificación le hizo detenerse.
⸺¿Qué novedades? ⸺dijo Isobel, deteniéndose a su lado. Los androides hicieron lo suyo a casi un metro de ellos, y se quedaron inmóviles.
⸺Estamos en el lugar de la primera señal ⸺dijo Naramsin⸺, pero acaba de reaparecer, más adelante. ⸺Levantó la mirada de la pantalla y señaló al edificio más cercano, que parecía un monumento megalítico, por sus irregularidades y el corte oblicuo de su parte superior⸺. Allá, dentro de esas ruinas ⸺dijo.
⸺Que ellos se adelanten ⸺dijo Isobel antes de girarse y exclamar⸺. ¡Operación de reconocimiento! ¡Vayan!
Sin siquiera replicar, los androides echaron a andar a gran velocidad hacia el edificio, que se encontraba a unos quinientos metros, con sus armas al frente, preparados para cualquier eventualidad. Desde luego, ninguna de las armas actuales era “letal a la primera”; había muchos protocolos que limitaban el uso de la fuerza, de modo que, si encontraban vida humana, aun si esta era violenta, lo primero que harían sería noquearla o por lo menos inmovilizarla. Lo único que se conservaba de aquellos tiempos modernos del inicio de la carrera espacial eran los diseños, hechos deliberadamente para recordar el pasado de la especie. En esta ocasión, las armas que llevaban se asemejaban bastante a un Fusil Automático Doble, solo que más estilizados y con el característico color plateado de todo lo que tenía que ver con la exploración espacial. Se trataba de un remanente de un pasado que, a veces, ciertos sectores de la sociedad solían idealizar.
Naramsin se quedó absorto, sin quitarles la mirada de encima a los ayudantes, que estaban a mitad de camino del objetivo. Isobel, por su parte, se dio la vuelta para mirar a lo lejos la unidad de aterrizaje, en donde habían llegado. Se veía sumamente pequeña, pues no era más que un vehículo de escaso alcance (en los términos de la alta tecnología); el plan no era más que verificar la fuente de la señal y subir para analizar lo que sea que encontraran. Era poco probable que se diera algún altercado, pues hasta ahora ninguno de los pequeños satélites que habían desplegado había encontrado señales de vida, ni humana, ni animal. Ni siquiera había máquinas funcionando, de aquellas que utilizaban la energía nuclear. Lo que hubiera acontecido para que el Planeta Madre se convirtiera en este desierto, tendría que haber sido catastrófico. Sin embargo, nada aportaba alguna pista que los llevara a una explicación plausible.
⸺Una nueva clase de arma pudo haber hecho esto, quizá nanotecnología ⸺dijo Naramsin.
⸺¿De veras? ⸺dijo Isobel⸺. Entonces no habrá dejado cadáveres, si es que serían los nanobots que me imagino; y edificios tampoco debía dejar. ¿Qué me dices de ese pastiche inglés que nos llegó?
A lo que se refería su compañera era al mensaje que les impulsó a enviar las primeras expediciones. Desde siempre, las colonias humanas, en su constante avance a través de las estrellas, se habían mantenido en contacto con la Tierra, transmitiéndose informes de todo tipo, desde publicaciones científicas hasta noticias acerca del devenir de la historia. El sistema Alfa Centauri lo tenía fácil, pues estaban a solo cuatro años luz de distancia, y eran ellos quienes retransmitían los datos a los otros sistemas planetarios. Bien se sabía que, por ciertos reveses ambientales y tecnológicos, dicha colonia humana, conformada en su mayoría por androides, se había visto en dificultades para iniciar la investigación cuando llegó ese insólito mensaje en un inglés incomprensible, una extraña mezcla de usos de distintas épocas y palabras nuevas que parecían aproximarse al alemán. Aquello ocurrió tras un largo silencio de diez años.
En ese tiempo, los humanos de TOI 700 d habían logrado enviar información a través de un agujero de gusano, y gracias a ello, las comunicaciones se pudieron establecer en tiempo récord, pero lo difícil fue abrir el agujero lo suficiente como para enviar a las tripulaciones o por lo menos una sonda, por lo que las primeras dos misiones discurrieron en un período de casi doscientos años. Con las nuevas teorías científicas, y el avance inexorable de la tecnología, el problema se pudo solventar y se enviaron los últimos androides con el método de desplazamiento por medio de distorsiones espacio-temporales que aceleraba la nave a más allá de la velocidad de la luz. Se tuvo que esperar esta vez solo veinte años para llegar a la Tierra, y, aprovechando la mejoría, se asistió a la colonia del sistema Alfa Centauri para que pudieran hacer florecer la civilización en tan hostil ambiente.
Y aquí estaban, a pleno sol de mediodía, en mitad de lo que alguna vez fue la ciudad de Nueva York, sin la menor idea de lo que había ocurrido. Enviar a dos humanos era un riesgo, pero también una medida indefectible, pues necesitaban asegurarse de que no hubiera sido un mal funcionamiento de la inteligencia artificial la que acabó por arruinar las anteriores misiones. ¿Se trataba esto de un evento sin precedentes, que marcaría el resto de la historia humana? No estaba de más admitirlo; quizá algún filósofo o científico se encargaría de escribir pronto un extenso ensayo al respecto, repleto de interpretaciones e implicaciones existenciales. La verdad era que, escribiera lo que escribiera, no importando el estilo utilizado, si sombrío o comedido, nada se comparaba a la notable desolación, y hasta terror, que experimentaban estos dos exploradores. Las emociones seguían allí, bajo todas esas capas cerebrales nuevas, a pesar de tanta mejora evolutiva guiada por la edición genética.
⸺Una evolución acelerada del lenguaje ⸺dijo al fin Naramsin⸺. Tal vez la cultura misma empezó a cambiar a pasos agigantados, impulsada por alguna nueva tecnología. Aparte de todas las hipótesis que hicieron los expertos allá, no tengo otra idea.
⸺Qué raro… ⸺dijo de pronto Isobel mirando hacia el edificio⸺. Aun no se comunican.
Los disparos se hicieron oír desde el edificio. No eran los pacíficos proyectiles de inmovilización, sino los últimos, las balas letales. Naramsin dobló la Tablet y la guardó en su mochila, tomó su fusil, que colgaba de su cinturón, y se puso en guardia, echando a andar tras Isobel. Mientras se aproximaban al edificio, vieron luces en una de las ventanas bajas, se oyeron golpes pesados, objetos metálicos rompiéndose, más disparos; luego, estando a solo veinte metros de llegar, un silencio total.

Continuará...

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