El hombre del huerto. Cuento infantil

Saludos, amantes de la literatura infantil.


Obra de Jean-François Millet (siglo XIX) - Imagen del Dominio Público

El hombre del huerto

Un hombre codicioso vio la abundancia de la fruta y rápidamente puso un cerco alrededor de su huerto. No prometió ni un racimo de las uvas que pronto estarían maduras a los obreros que levantaron las bardas; a pesar de que ya estaban listos para comerse, no ofreció ni un solo níspero a la mujer que cocinó para todos ellos durante los tres días que duró la labor. Ni una cereza quiso dar al niño que se acercó cada mañana, no fuese que se acostumbrara a venir siempre por más.

Naturalmente, pronto ganó fama de tacaño y cuando fue tiempo de cosecha, solo recogió apatía y enemistad.

Ofreció una caja de uvas a los obreros, pero igual todos se negaron a trabajar para él.

Ofreció una docena de nísperos a la cocinera, pero igual ella se negó a cocinar para él.

Ofreció un trato al niño: “Ven y recoge todas las cerezas que quepan en este saco.” Pero igual el niño se alejó de la cerca y se fue corriendo a su casa.

El hombre del huerto pronto se encontró solo en medio de la abundancia exuberante de su sembradío. Comió más de lo pudo, de todo y a toda hora. Sin embargo, con los días vio como inevitablemente la fruta caía y se podría en el suelo.

Pronto los mosquitos y las larvas inundaron el lugar y el hombre del huerto, ahora pobre y triste, caminaba descalzo entre los gusanos.

Se sintió en ruinas y desde entonces jamás levantó la mirada.

Los meses pasaron y el hombre del huerto había enflaquecido hasta los huesos. Los obreros, la cocinera y el niño —y hasta los padres del niño— sintieron mucha pena. Después de discutirlo por largo rato, decidieron ayudar al hombre pobre, triste y macilento del huerto.

Cuando el hombre vio el grupo de personas aglomeradas en la entrada de su propiedad, quienes venían cargados de herramientas, café caliente y comida, reconoció a cada uno de inmediato. Al principio, se llenó de amargura y pensó en echarlos. Pero no es así como termina esta historia.

Resulta que el hombre del huerto había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de su codicia.

Entonces las puertas se abrieron y tan pronto todos se instalaron y se pusieron manos a la obra, el hombre del huerto sonrió y miró a los lados y arriba y vio cómo todo había reverdecido con más vigor que antes; hacia donde viera, muy en lo alto o abajo, las ramas habían floreado. Notó que la tierra estaba húmeda y fértil gracias al abono de las frutas que, después de todo, no estuvieron perdidas.

Entonces el hombre del huerto comió a placer, aunque no demasiado; tomó un azadón y se puso a trabajar, no sin antes dar una buena mirada a toda la escena. Cuando sus ojos pasaron por la puerta de la estancia, se detuvieron en un letrero que colgaba sobre la puerta:

                                            Todo cosechamos algún día,
                                            incluso de la fruta caída.


Imagen del Dominio Público (Picryl)

Gracias por dedicar unos minutos a la literatura infantil.

Soy miembro de @talentclub.


Imagen diseñada por @wilins

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