Hubo un momento en mi vida en el cual me interese por la fotografía nocturna, gracias a la iniciativa de un colega que me insistió en que probara la técnica y me la enseño. En realidad no es nada del otro mundo, solo hace falta paciencia y un buen trípode ya que es una técnica que lleva mucho tiempo en su ejecución.
Y creo que los primeros experimentos que hice no los pude haber hecho en un mejor lugar.
Los indígenas Pemón cuentan relatos sobre espíritus malignos de la selva llamados Imabaris, yo no soy supersticioso pero igual no me gusta andar por el monte de noche y menos por los alrededores de la laguna de Canaima, en el sector occidental del parque nacional que lleva ese nombre. Sin embargo me salí una noche junto con un grupo de aventureros que me acompañaron y me dedique a hacer fotos nocturnas.
Las exposiciones largas tienen una magia, al estar ausente la luz solar, la dinámica de los colores es completamente distinta, dando paso a imágenes oníricas, familiarmente extrañas pero hermosas. Si a esto le sumamos uno de los paisajes mas antiguos del planeta el resultado es espectacular.