Hacer maletas.

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Es una actividad que por haber repetido veces anteriores crees que será sencilla. Te repites los pasos. Empacar la ropa, los libros, algunas fotos de momentos pasados que fueron notablemente felices, te lo dicen aquellas sonrisas tímidas y otras que se ven estridentes, tanto que logras oírlas, y volver a ese tiempo. Dejas allí, tiradas, otras cosas que ya no deseas que te acompañen más porque el peso de los sentimientos ya es mucho y el del equipaje no debe superarlo.
Sí, realmente suena sencillo. Pero resulta que no. Que duele más. Recoger los trocitos que quedan de tu corazón, secar las lágrimas y guardar, en lo que ahora te parece una pequeña maleta, los sueños, que ya no son sólo los tuyos porque ahora existe alguien más, ahora hay en tu vida una pequeña personita, por la que prometiste nunca más ser nómada y dejar de huir. Una chiquita, de ojos color miel que con sus 3 años no entiende los gritos y suplicante busca refugio en tus manos temblorosas. Y con ellas, tiembla tu cuerpo. Y temes. Recuerdas que ya no entras en cualquier rincón porque alguien más depende de ti.
Sales. Con una mano sostienes las ilusiones en la maleta y con la otra, la sostienes a ella. El camino es infinito, y la casa parece un monstruo gris, enorme.

"Es lo mejor.- te repites- Aquí ya no tenemos un hogar"

Pero te encuentras con que el equipaje si pesa. La pequeña nena se aferra a ti y te pide explicaciones con sus ojos llorosos que a la vez te exigen ser valiente en el momento en que más cansada estás de habértelo exigido tú tantas veces. Quieres que el mundo se detenga allí mismo y acabe todo porque te estás permitiendo sentir miedo y te has convertido en lo que siempre odiaste. Una cobarde.
¿ A dónde llegarás?

Tuve el coraje de hacer maletas muchas veces.
Pocas tuve el valor de irme.

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